El Centro Cultural Recoleta inauguró tres nuevas exposiciones que, si bien son muy distintas entre sí, comparten una preocupación común: repensar los vínculos entre el cuerpo, la materia y la memoria. La salteña Soledad Dahbar despliega en la sala 5 La gravedad del brillo mientras que en la 6, el dúo formado por Celeste Martínez Abburrá y Marcela González presenta Un final programado. En el primer piso del lugar, en la sala 13, Milagros Schmoll ofrece Mi alma gemela, su primera individual en Buenos Aires, curada por Rodrigo Alonso.
La artista salteña Soledad Dahbar, directora además del proyecto de artes visuales La Arte, utiliza en su producción metales y minerales como protagonistas de un relato que va de las minas abandonadas del norte argentino al impacto global de la extracción de litio. Bronces, alpaca y cobre se combinan con frases escritas sobre el material que parecen devolverles la voz a los objetos.
“Trabajo desde hace quince años sobre cómo lo inorgánico atraviesa nuestras vidas. Lo que creemos inerte –el oro, el litio, el mármol– configura nuestra economía, nuestros vínculos, hasta nuestra alimentación”, contó la artista, recordando sus recorridos por minas salteñas. Su práctica se articula en torno a la minería, su historia colonial y extractiva, y su impacto social y económico en el presente.

Trasfondo es inquietante
En La gravedad del brillo, las piezas se presentan con la delicadeza de joyas preciosas, pero su trasfondo es inquietante. Una escultura de bronce condensa la producción mundial de oro desde 1880. Otra alude al Ramal C–14 del tren a las nubes, convertido hoy en un fantasmagórico tren de carga.
“Las obras se ven como pequeñas reliquias, pero en realidad hablan de extractivismo, de la transición energética y de las tensiones geopolíticas que atraviesan a nuestra región”, explicó.

Para Dahbar, esa ambigüedad no es un error, sino parte de su estrategia: “No es una crítica violenta al extractivismo: es una militancia poética. La belleza funciona como una trampa, una puerta de entrada al concepto. Si te seduce el brillo, te quedás a pensar en lo que hay detrás”.
El curador Javier Villa coincidió: “Ella utiliza la joya casi como un anzuelo. Las figuras simples que emplea –círculos, triángulos, prismas– se aproximan al ornamento no como fin decorativo, sino como estrategia de atención: allí donde la joya deja de ser un objeto de deseo para convertirse en un dispositivo de pensamiento. Su obra ensaya una temporalidad extendida, una superficie de traducción entre escalas geológicas, corporales y simbólicas”.
Arte, ciencia y tecnología
A pocos metros de allí, en la sala 6, la muestra Un final programado reúne videos, esculturas e instalaciones que nacen del cruce entre arte, ciencia y tecnología, en un clima casi teatral y de luces tenues.
Martínez Abburrá, cordobesa, investiga la apoptosis (la muerte celular programada) y la traduce en imágenes microscópicas proyectadas en video, que se puede ver sobre las paredes de la sala. González, porteña, trabaja con vidrio soplado y fragmentos corporales que parecen suspendidos, en una suerte de laboratorio onírico, junto a piezas talladas en carbón.

“Queríamos trasladar al espacio expositivo lo que ocurre en un microscopio: procesos invisibles que sostienen la vida”, explicó Martínez Abburrá, frente a una máquina que exhala vapor cuando el visitante se acerca.
González completó: “Yo busco la huella en el material. Trabajo con vidrio porque se vuelve antítesis del carbón: ambos nacen del fuego, pero generan presencias opuestas, lo sólido y lo etéreo”.
La exhibición toma como eje a los procesos de transformación desde una perspectiva tecnopolítica: una mirada que entiende la tecnología no solo como herramienta o medio, sino como sistema de organización del mundo, atravesado por relaciones de poder, afecto y temporalidad.
Desde este lugar, Martínez y González no instrumentalizan lo técnico, sino que lo incorporan como materia viva y reflexiva –el calor, el pulso digital, las imágenes biomédicas, el soplo– para preguntarse cómo se inscriben los cuerpos, los afectos y las memorias en ese tejido de fuerzas.

La curadora de esta muestra, Carla Barbero, explicó que “en ambas, no hay entidad autónoma, no hay forma aislada: todo se conecta en redes más o menos visibles de vida, memoria y transformación”.
Estas dos exposiciones –La gravedad del brillo y Un final programado– fueron seleccionadas en la Convocatoria de Artes Visuales 2025 del Centro Cultural Recoleta, que “buscan dar acceso a artistas de distintas regiones del país, fortalecer miradas federales y abrir espacios de investigación donde la materia no es solo un medio, sino un campo de pensamiento y de política”, explicó el curador del Recoleta Javier Villa, al inicio de la recorrida.
Quince años de pintura
Finalmente, en el primer piso del espacio, en la sala 13, el público se encontrará con Mi alma gemela, un compendio de quince años de pintura de Milagros Schmoll. Conocida internacionalmente como modelo para casas como Chanel, Dior y Hermès, aquí revela su faceta como artista visual, a través de óleos, acrílicos y ceras de distintos formatos que construyen paisajes imaginarios y atmósferas interiores.

“Siempre pinté, incluso en mis años en París o Londres. Entre casting y casting me refugiaba en museos y talleres. La pintura fue mi lugar íntimo, mi verdadera alma gemela”, contó Schmoll durante la inauguración.
El curador Rodrigo Alonso definió la muestra como un panorama ecléctico pero coherente: “Su obra es muy expresiva, con mucha textura y color. Aunque cambie de registro, cuando reunís estas piezas conviven porque nacen de la misma mano”.

Los títulos de las obras sugieren narraciones posibles, pero Schmoll prefiere dejar abierto el sentido: “No busco condicionar la mirada ajena. Cada espectador completa la obra a su manera. Todas las interpretaciones son válidas”.
Las exposiciones se podraìn visitar hasta el 7 de septiembre (Mi alma gemela) y hasta el 16 de noviembre (La gravedad del brillo y Mi alma gemela) en el Centro Cultural Recoleta (Juniìn 1930) de martes a viernes de 12 a 21 y sábados, domingos y feriados de 11 a 21.