Maxi Trusso está sentado en el bar de un hotel en Recoleta. Tiene un gorro y una campera rockera. De cerca, una mujer lo observa. Rubia, habla italiano, tiene un tapado colorido. Ella es Tracy, su pareja hace más de tres años. Es de Irlanda pero vivió muchos años en Roma. Faltan pocos días para que el músico vuelva al mismo escenario en el que se accidentó tres meses atrás.
La imagen es difícil de olvidar: Trusso se tiraba al público en un acto de esos que hacen los artistas cuando lo sienten. Abajo, la gente no llegaba a sostenerlo, según cuenta, y termina golpeando contra el piso. ¿La consecuencia? Sale de Niceto en ambulancia con la cadera y el fémur rotos, aunque antes decide terminar el show desde camarines. Esta semana se animó a volver a esa misma sala, donde tocó el jueves, y suma otra: la del Centro Cultural San Isidro, esta noche.
Pero antes, Revista GENTE pasa unas horas con el crooner que tuvo que ser operado, hizo rehabilitación y sigue con ejercicios para terminar de recuperarse de una caída que, pasados los 50, dejó daños. Aunque, advierte, «fue con suerte» y lo ayudó a terminar de «tocar fondo».
Su historia de caída no arranca en Niceto, sino en la pandemia. Cuando una serie de hechos lo oscureció. Venía de una década de sonar en radios, en fiestas y de una carrera ascendente, pero cuando el mundo se detuvo, también lo hizo él y a eso se sumaron dos muertes, la de uno de sus hermanos y la de su mamá, y una separación.

«Estaba tranquilo, pero artísticamente notaba que era un poco aburrido lo que venía haciendo, no me sentía divertido y andaba buscando traspasar otros límites, pero claro, a eso sumale la comodidad también de la discográfica, que no sabía cómo guiarme para llegar a un lugar distinto… Entonces tuve que hacer como una pequeña destrucción de mi vida para poder comenzar llegar a otro lugar distinto», cuenta.
Y asegura que arrojarse fue como un «deshago anímico» al que accedió después de la pandemia.
-¿Cómo te preparás para volver a los escenarios?
–Siento que se vienen los shows más importantes de mi vida. Es el show que quería hacer desde hace mucho tiempo. Por la música, por los músicos que me acompañan, por el tipo de audio que va a haber.
-¿Tiene que ver con lo que te pasó?
-Un poco, sí, un poco. Me dio como más calma y más paz interior para poder darme cuenta cómo hay que hacer las cosas en esta nueva etapa. Creo que fue como el cúlmine de un período.
-¿Te acordás que pensaste antes de saltar al vacío?
-Me acuerdo, pero no tanto. Fue una cosa bastante espontánea… Estaba en una especie de sueño, ¿viste? No había tomado nada, ni ninguna cosa rara, pero no tengo un recuerdo como negativo del momento. Ni es que lo quiera olvidar. Era bastante alto el escenario. Fue una locura, no sé, fue una inconsciencia.
-Más allá de haberte lastimado, la sacaste relativamente barata.
-Creo que también un poco tiene que ver con la suerte. Fue una caída, dentro de todo, con mucha suerte. Si hubiese pasado hace dos años no hubiese sido lo mismo. Te das cuenta a veces los ciclos de la vida están como marcados, ¿viste? Hay ciertas cosas que las podés hacer en cierto momento. Uno sabe intrínsecamente hasta dónde puede llegar y hasta dónde no.

-¿Por qué decidiste seguir el show?
-Me sentía con la fuerza como para poder terminar al menos un show y no dejar a la gente tan traumatizada.
-¿Qué hizo el público cuando te caíste?
-Se acercó, me ayudó mucho. Unos chicos me ayudaron, me contuvieron. Lo que pasa es que caí medio mal, entonces golpeé con el fémur. Apenas golpeé me di cuenta que algo había pasado. Me agarraron un poco, pero caí con una pierna y me rompí el fémur, fue así… No es que caí y no había nadie, ahí me hubiese muerto.
-Igual digamos que salir en ambulancia de un show tiene su mística…
-Sí, la verdad que estuvo bastante bastante icónico. Pero bueno, nunca pensé que me iba a pasar esto en la vida. No lo programé. Me había tirado varias veces. Yo creo que uno busca cuál es el límite y decir: «Hasta acá llegué», para después no hacerlo más. Es un yeite que terminó.
-¿Qué pasa si ahora te agitan a tirarte?
-No, bueno, que suba ése y lo tiramos a él. Lo digo con buena onda.
-¿Cómo estás hoy?
-Por suerte, bastante bien. La operación que salió perfecta. Creo que a veces uno elige tomar ese riesgo. Por fortuna me acompañó la suerte.
-¿Qué le dirías a un músico que suele arrojarse al público?
-Fíjate de hacerlo con con una convicción para que si falla no sea tan grave y que los riesgos no sean tan tan altos. Fíjate, si falla, de no matarte.

-¿Sos creyente?
-Sí, por suerte. Me ayuda mucho eso y también me da mucha paz en ese sentido saber que no lo manejo yo. Hay alguien en el mundo que un poco tiene una sabiduría mayor y que puede guiar al ser humano. Lo que pasó me puso espiritual.
-¿Qué te dijo tu hija?
-Y nada. Me miró como que no le pareció inteligente. Pero los hijos siempre juzgan a la gente mayor (risas).
Una infancia entre crucifijos, hermanos y el canto como escape

En los años dorados de su carrera, se lo escuchaba en todos lados: boliches, radios, festivales. Era la voz elegante y misteriosa de los hits bailables de los 2010, un crooner entre sintetizadores. Pero la vida, y la industria, lo hicieron reinventarse. Hoy, Maxi Trusso se define como «un artista nostálgico».
Nació en el seno de una familia católica, numerosa, con reglas claras y caminos predecibles. «Somos nueve hermanos. Todos tienen muchos hijos, muchos ya tienen nietos. Yo soy el único con una sola hija y una vida completamente distinta», cuenta.
Mientras sus hermanos elegían carreras convencionales, él soñaba con otra cosa. «Mi mamá fue una mujer hermosa, cálida, italiana. Siempre estaba al lado nuestro. Y yo me llevé muy bien con ella, aunque no entendiera del todo mis elecciones. Mi hermana, la más grande, me llevaba veinte años. Era como una segunda madre», recuerda.
-¿Cómo fue tu infancia?
–Todos los hermanos íbamos al colegio de curas. Imaginate lo que era eso. Papá trabajaba mucho, mamá era el corazón de la casa. Fue una infancia intensa: todo se compartía, hasta los silencios.
-¿Escapaste de eso?
-Después de los 20 me fui a vivir afuera. Estuve muchos años en Inglaterra, en Italia. Trabajé de todo: vendí ropa, puse bares, escribí. Pero siempre cantaba. Armé bandas, probé estilos. Hasta que volví y empecé a pegarla. De golpe tenía temas en los rankings, contratos, giras. Fue vertiginoso.

-¿Ahí fue cuando te afirmaste como músico?
-Yo no me considero músico, sino artista. Un artista nostálgico, que busca conmover. Y también soy un sobreviviente de esta industria. Me reinventé muchas veces. Y sigo. Ahora tengo otra tranquilidad, otra luz. Estoy en pareja con Tracy, que me acompaña mucho, y con mi hija que es todo para mí.
-¿Cuándo sentiste que tu camino era otro?
-Desde muy chico. Siempre fui diferente. Me gustaba la música, me gustaba escribir, me atraían los escenarios, las luces. No me imaginaba en una oficina. Y me fui. Me fui del país a buscar algo mío
«Europa fue una escuela, pero siempre vuelvo a la Argentina»

Vivió en Italia, en Inglaterra. Se formó, tocó en bares de Londres, aprendió a producir, a moverse en la escena internacional. «Europa fue una escuela. Me dio herramientas. Me formó. Pero yo siempre vuelvo. Siempre regreso a Argentina. Porque acá está mi esencia».
-¿Qué tiene Argentina que no tengan otros lugares?
-Caos, pasión, calidez. Acá me inspiro. A veces me quejo, obvio. Pero no hay otro lugar donde me sienta tan vivo.
-¿Cómo ves la escena musical actual?
-Rápida, volátil, llena de ruido. Hay talento, sí, pero también mucha pose. Yo no compito más. Ya estuve ahí. Hice hits, giras, videos. Hoy hago lo que siento. Si gusta, bien, si no, también.
-¿Extrañás esa época de hits?
-A veces. Era lindo sentir como que estabas en el aire. Pero también te come el ego, la presión, la expectativa. Ahora prefiero cantar en lugares más chicos, con gente que me escucha de verdad. Que se emociona.
-¿Qué soñás hoy?
-Seguir emocionando. Seguir vivo. Ver crecer a mi hija. Grabar un disco que me represente. Y si un día aparece un Cerati o un Charly en sueños y me dice: «Seguí por ahí», mejor todavía.
«Después del accidente, me enfoqué en hacer arte… En emocionar»

Durante casi una década, entre 2010 y 2018, Maxi estuvo en la cima. Viajaba, llenaba boliches, sonaba en todos lados. «Eran años dorados. No me daba cuenta, pero estaba en un pico. Después vino el silencio. Y tuve que aprender a habitarlo», dice.
-¿Por qué sentís que la caída fue una señal?
-Porque me obligó a parar del todo. Venía sobreviviendo, haciendo cosas, pero sin dirección. Después de eso, dije: «O empiezo de nuevo o me hundo». Y elegí renacer. Volví a hacer música desde otro lugar. Hoy no quiero pegarla: quiero emocionar.
-¿Qué te pasa con la industria musical actual?
-Es muy diferente. Hoy todo pasa por las redes, los algoritmos, lo inmediato. A mí me gusta la emoción, el recorrido, el viaje. Me gustan los 80. Volvería a esa época con los ojos cerrados. La música era otra cosa. Más profunda.

-¿Qué lugar ocupa hoy tu hija?
-Es divina. Tiene una sensibilidad hermosa. A veces me acompaña a los shows, le gusta la música, pero no sé qué va a hacer. Yo la dejo ser. Me emociona verla crecer.
-¿Cómo es tu vínculo con ella?
-Es hermoso. Muy fluido. Me escucha, yo la escucho. Aprendo mucho a su lado. Es una compañía única.
-¿Y con Tracy?
-Tracy es una compañera increíble. Una mujer fuerte, con la que puedo ser yo. Me banca, me inspira. Es madre también, así que somos como una pequeña tribu moderna.
Fotos: Chris Beliera