En la vasta meseta de Somuncurá, donde el viento parece hablar y el agua termal dibuja oasis en medio de la aridez patagónica, un pequeño anfibio único en el mundo se enfrentaba a la extinción. La ranita del Valcheta, de apenas cinco centímetros, ha sido el centro de una operación de rescate que podría redefinir la manera en que protegemos a las especies más vulnerables del planeta.
Un ecosistema aislado y en riesgo

La cuenca endorreica del arroyo Valcheta es un ecosistema sin contacto con otros cuerpos de agua. Allí, las surgentes termales sostienen a esta rana microendémica, cuyo linaje se separó de otros anfibios hace 55 millones de años. Sin embargo, la llegada de especies invasoras como la trucha arcoíris y el impacto del ganado pusieron en jaque su supervivencia, reduciendo drásticamente sus poblaciones hasta niveles críticos. En 2018, se estimaba que quedaban alrededor de 18.000 individuos, menos que futbolistas profesionales en el mundo.
El plan que desafió a la extinción
Con información limitada y amenazas crecientes, el equipo liderado por el biólogo Federico Kacoliris inició un plan de conservación pionero. La estrategia incluyó cercar áreas para evitar el ingreso de ganado, crear una reserva natural de 20.000 hectáreas y trasladar algunos ejemplares a un laboratorio en Buenos Aires. Allí nació el primer centro de cría de anfibios del país, un proyecto arriesgado que permitió reintroducir miles de ranas en su hábitat restaurado, devolviendo la vida a lugares donde habían desaparecido por completo.
Un futuro compartido entre ciencia y comunidad
El trabajo científico se complementa ahora con la participación de los pobladores de la zona. Programas de ecoturismo, educación ambiental y alternativas económicas buscan que los guardianes del arroyo sean también sus vecinos. Con el reciente Premio Whitley para la Naturaleza, la fundación planea restaurar más fuentes termales, ampliar santuarios y seguir recuperando el territorio perdido por la ranita del Valcheta.
El objetivo final es claro: devolverle sus 20 kilómetros de arroyo a esta especie única, crear un corredor libre de amenazas y demostrar que, incluso en los lugares más olvidados, la conservación puede escribir finales felices.