Las candidaturas testimoniales y la falta de diálogo exponen un retroceso institucional preocupante. Mientras tanto, crece el desencanto ciudadano y se debilita el sentido real del voto.
¿Te acordás por qué votaste hace dos años? ¿Qué te movía? ¿Qué esperabas cambiar con tu voto? Esas preguntas simples y a la vez profundas que planteó Federico van Mameren en su último Rompecabezas revelan una incomodidad persistente: la distancia entre la promesa de las urnas y la crudeza de la realidad política argentina.
En 2023, miles de tucumanos, como millones de argentinos, depositaron su confianza en un proyecto. Sea cual haya sido, el acto de elegir conservaba todavía ese valor casi sagrado de la democracia: decidir libremente. Pero en su editorial, el conductor de Panorama Tucumano observó que hoy, a poco de nuevas elecciones, ese ejercicio está amenazado por un clima político marcado por la ausencia de diálogo, el uso estratégico de las candidaturas testimoniales y una grieta que, lejos de cerrarse, se ha profundizado peligrosamente.
Van Mameren fue claro: «la grieta es ausencia, es negación, es odio». Y esa lógica de anulación del otro —presente tanto en el oficialismo nacional como en la oposición más dura— contamina el debate público. En vez de discutir ideas, se intercambian ataques. En lugar de buscar acuerdos, se diseñan estrategias para destruir al rival. El resultado es una política cada vez más vacía de contenido y más alejada de las preocupaciones reales de la gente.
Las últimas decisiones en el tablero electoral de Buenos Aires —con candidaturas testimoniales que recuerdan lo peor de la ingeniería partidaria— encendieron alarmas que resuenan también en Tucumán. ¿Estamos ante un nuevo retroceso institucional? Todo indica que sí. Porque cuando se utiliza el voto como trampolín táctico, se degrada la representación y se erosiona la confianza en el sistema.
Aquí, el peronismo tucumano también muestra sus cartas. El gobernador Osvaldo Jaldo juega su propio “todo o nada” en una interna que lo obliga a definir posiciones. Su acercamiento a Juan Manzur busca cerrar filas, consolidar liderazgo y minimizar fisuras, mientras se barajan nombres para encabezar listas que, en más de un caso, podrían no asumir nunca sus bancas. El vicegobernador Miguel Acevedo, la intendenta Rossana Chahla, el propio Jaldo: todos suenan como posibles candidatos testimoniales para sostener el poder territorial.
En paralelo, La Libertad Avanza también mueve fichas. La polarización extrema es parte de su estrategia y, como advierte Van Mameren, la disputa es total: no por un proyecto de país, sino por la supervivencia política de cara a 2025 y 2027. Nadie puede darse el lujo de perder, porque una derrota ahora puede costar muy cara después.
La pregunta es: ¿y la ciudadanía? ¿Dónde queda el votante en medio de este juego de intereses? Otra vez, reducido a espectador de una partida cerrada, sin espacio para el debate ni para el disenso constructivo. Lo que debería ser un proceso democrático sano se convierte en una competencia de relatos vacíos y maniobras tácticas que sólo alejan a la sociedad de la política.
La advertencia de Van Mameren es contundente: los próximos meses serán difíciles. No sólo para los dirigentes que luchan por mantenerse a flote, sino —y sobre todo— para quienes todavía creen que votar puede cambiar las cosas. Ojalá la política no siga apostando al todo o nada, porque cuando se juega sin reglas y sin respeto, lo que termina perdiendo es la democracia.
