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lunes, septiembre 8, 2025

El rumor de la esquina

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Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Villa Devoto guarda un ritmo distinto. Sus calles arboladas se abren paso entre diagonales inesperadas y fachadas elegantes que sobreviven al paso del tiempo. Allí, en una manzana triangular cargada de historia, vuelve a latir un refugio entrañable: Copetín. El bar que ocupa el lugar de la recordada Manzanita se reinventa con alma vintage, recuperando la magia de los bares de barrio que eran, al mismo tiempo, sala de estar colectiva y escenario de la vida cotidiana.
Desde la vereda, el aire ya anticipa el viaje. El olor de la pizza recién salida del horno se mezcla con el perfume de los vermuts, mientras se escucha el murmullo de conversaciones que se entrelazan con risas. Al cruzar la puerta, la escena es envolvente: mesas de fórmica que parecen rescatadas de un álbum familiar, sillas de cuero marrón con brillo añejo, lámparas suaves que iluminan sin estridencias. Cada objeto fue restaurado con cuidado y guarda en sí mismo una memoria, como si alguien hubiese querido preservar la calidez de las décadas del sesenta y setenta en su mejor versión.

El sabor como narrador
La carta de Copetín es un guion que se escribe con sabores familiares. Las picadas, presentadas en tres versiones, despiertan la memoria de las sobremesas largas. El “González”, con jamón cocido, vitel toné, tortilla y berenjenas en escabeche, sabe a reencuentro, a tarde de domingo. Las tortillas con toppings —jamón, pimientos asados, sardo rallado— elevan lo simple a lo memorable, mientras que las fainás gratinadas se vuelven pequeñas obras maestras: con hongos salteados, con cherrys confitados, con morrones que traen ecos de la cocina casera.
Las pizzas juegan entre lo clásico y lo innovador. Margarita y Pepperoni son la puerta de entrada, pero enseguida aparecen las versiones con hongos, stracciatella y cebolla caramelizada, o la de mortadela con pistachos, pesto y maní tostado, donde cada bocado es una declaración de estilo. Los sándwiches de pan de pizza se convierten en protagonistas generosos: el “De Vitel”, fresco y liviano, el “Especial Copetín”, contundente y festivo, y el “De Mila completito”, que honra el clásico argentino con entusiasmo desbordante.
El capítulo dulce cierra con acentos de infancia. El flan con dulce de leche se presenta como un regreso a la cocina de la abuela; el vigilante mantiene su carácter simple y rotundo; el triffle agrega una nota cosmopolita. El postre Copetín corona la experiencia con espíritu lúdico: pan de pizza tibio, Nutella, frutas de estación, crema y chips de chocolate que se derriten en el paladar.

El barrio como escenario
El espacio se despliega en dos niveles. La planta baja acoge a quienes buscan mesas íntimas o pequeñas reuniones; el primer piso, amplio y luminoso, invita a celebrar con amigos en torno a una mesa redonda que domina la esquina. Desde las ventanas entra la luz natural que cambia con las horas, bañando los rincones de tonos dorados al atardecer.
En la vereda, las mesas para dos o cuatro personas permiten vivir el pulso del barrio. Es allí donde el aire fresco se mezcla con el aroma de la pizza, donde los transeúntes se convierten en parte de la escenografía, donde se entiende que el barrio no es un marco, sino un protagonista.
La barra, discreta y precisa, completa la experiencia. Vermuts Carpano y Cinzano servidos con soda o tónica, clásicos como Negroni y Caipiroska, y la sidra tirada 1888 que devuelve a la infancia de celebraciones en familia. Cada copa dialoga con el plato que la acompaña, pero sobre todo con la conversación que la sostiene.

Un tiempo propio
Copetín no pretende ser un bar de moda: es un lugar que se instala en la memoria afectiva. La música en vivo lo convierte en punto de encuentro cultural, la cocina lo arraiga en la tradición y el ambiente retro le otorga un aire de refugio elegante. Allí, lo cotidiano adquiere un brillo especial: una tortilla bien hecha, una copa compartida, un postre servido con generosidad.
En esta esquina de Villa Devoto, lo simple se vuelve sofisticado y lo antiguo, contemporáneo. Copetín es una invitación a bajar la velocidad, a redescubrir que lo valioso no siempre es lo más complejo, a celebrar que la esencia del barrio sigue siendo la alegría de compartir.
En cada detalle se confirma que volver a las fuentes no es nostalgia: es el modo más pleno de habitar el presente.


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Redacción

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