El rumor del río en la mesa

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Saavedra siempre fue un territorio singular dentro de Buenos Aires. Nació como un enclave de quintas y silencios, atravesado por el arroyo Medrano que serpenteaba entre huertas y calles de tierra. Las primeras casas bajas se levantaron mirando al horizonte abierto, y con el tiempo llegaron las veredas anchas donde las familias se sentaban a conversar mientras caía la tarde. La inauguración del Parque Saavedra consolidó esa identidad de refugio urbano, un pulmón verde que se convirtió en escenario de juegos, meriendas y encuentros vecinales.
Hoy, el barrio mantiene ese pulso calmo pero se viste de nuevos matices. El aire todavía huele a tilo en verano, las casas bajas persisten entre sombras generosas, pero los cafés, los estudios creativos y las propuestas gastronómicas le otorgan un brillo renovado. Saavedra se transformó en un espacio de contraste: un rincón que protege la memoria de la ciudad y al mismo tiempo la proyecta hacia lo contemporáneo.
En este escenario se despliega Del Río Cantina, como si emergiera naturalmente de la historia barrial. No es un lugar que busque imponerse, sino uno que se integra con suavidad, tomando el pulso del barrio y devolviéndolo en forma de hospitalidad y sabor.
La intimidad de un espacio pensado
La estética de Del Río Cantina no responde al artificio, sino a una voluntad de generar intimidad. Desde afuera, su fachada se percibe discreta, sin estridencias, como quien invita a descubrir sin imponer. Al ingresar, el visitante se encuentra con un ambiente que combina lo cotidiano y lo exquisito.
Las maderas, los tonos cálidos y la iluminación tenue evocan el espíritu de las cantinas porteñas, aquellas donde se compartía sin apuro. Sin embargo, cada rincón revela un cuidado contemporáneo: lámparas con guiños retro que iluminan con delicadeza, mesas dispuestas para favorecer la conversación, detalles de vajilla y botellas que dialogan entre lo clásico y lo actual. El resultado es un clima que envuelve, que invita a quedarse, a conversar largo, a entregarse a la cadencia del barrio.
Nada está dejado al azar. La música de fondo acompaña sin imponerse, los aromas que llegan desde la cocina anticipan lo que vendrá, y hasta la forma en que el servicio se despliega transmite la intención de un lugar que piensa en la experiencia completa. Del Río Cantina se siente más como una casa generosa que como un restaurante.
Sabores que rescatan memorias
La carta se sostiene en un principio noble: rescatar los clásicos de la cocina porteña y presentarlos con dignidad, con materia prima cuidada y técnica precisa. Es un homenaje al recuerdo, pero sin rigideces. Aquí lo conocido se vuelve actual, los platos de siempre se revelan con frescura.
El baby beef con fritas o ensalada mixtas remite al almuerzo familiar de domingos, pero preparado con un punto exacto de cocción que resalta su calidad. La milanesa napolitana con puré o ensalada encarna ese rito compartido de generaciones, pero en versión pulida, sin descuidar lo esencial: el pan dorado, la mozzarella justa, el tomate vivo.
Las pastas, sin duda, son uno de los ejes de la propuesta. Los cavatellis con pomodoro invitan a la simpleza de lo bien hecho. Los canelones de verdura y ricota a la rossini hablan de fiestas familiares, de mesas largas y conversaciones eternas. Los malfattis de verdura y ricota se sienten como pequeños tesoros artesanales, todos distintos, todos personales.
Los tagliatelles de espinaca con albóndigas despliegan un diálogo entre texturas y aromas, mientras que las albóndigas con puré devuelven el confort de un plato de infancia, recreado con precisión adulta. El filet a la romana, acompañado por puré, confirma que la tradición puede renovarse sin perder su esencia, con fritura justa y sabor pleno.
El recorrido finaliza con un café intenso, que prolonga la sobremesa y completa la experiencia sin artificios. Cada plato, cada gesto, parece pensado para evocar recuerdos compartidos, pero también para anclar nuevos.
Un refugio en el pulso de Saavedra
Del Río Cantina no se propone como un espectáculo, sino como un refugio. Es un lugar donde el barrio se reconoce y se celebra, donde lo vecinal y lo urbano encuentran un puente. Su propuesta tiene el encanto de lo que parece simple, pero está cuidadosamente orquestado: estética, hospitalidad y cocina se entrelazan para construir un relato común.
El espíritu de Saavedra late en sus mesas: la calma del parque cercano, el murmullo de las calles arboladas, el recuerdo de la vida de vecindad. Cada visita a Del Río Cantina es un viaje breve al corazón de ese ritmo distinto, una experiencia que va más allá de la comida y se convierte en un modo de habitar el tiempo.
No se trata únicamente de lo que llega al plato, sino de la manera en que se construye un clima donde todo encaja: la memoria, el presente, la conversación y el sabor. Allí, en ese diálogo silencioso entre lo que fuimos y lo que somos, Del Río Cantina encuentra su razón de ser.