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lunes, noviembre 10, 2025

“El silencio de las cosas”: Una novela gráfica explora la vida de una escritora hipoacúsica

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En ocasiones, lleva mucho tiempo hasta que un escritor logra abordar un asunto que le es íntimo y fundacional. Los muchos rodeos pueden, incluso, dar lugar, antes, a la construcción de una prolífica obra. Entonces, finalmente, aquello que era primordial encuentra su tiempo y su lugar. Algo así le sucedió a la periodista y multipremiada escritora Verónica Sukaczer (Premio Nacional de Literatura infantil, Premio Kónex de literatura juvenil y The White Ravens-Munich): hubo que esperar años hasta concebir el libro que siempre había querido escribir, pero admite, solo ahora pudo hacerlo.

Verónica Sukaczer, escritora. Foto: archivo Clarín.Verónica Sukaczer, escritora. Foto: archivo Clarín.

En El silencio de las cosas (Fondo de Cultura Económica), Sukaczer ensaya una suerte de autobiografía en clave de novela gráfica. El eje de este relato es su vida como hipoacúsica, algo que “no la hizo un ejemplo de nada”, pero sí la marcó desde su niñez: “Mi hipoacusia es la columna alrededor de la cual crecí”.

Veloz y mordaz, la autora aclara que la historia que escribe no es ni se pretende una historia de superación o resiliencia –tan en boga en tiempos de autoayuda–: es más bien una historia de aceptación, adaptación… o, también, inadaptación. No sorprenderá a los lectores de Sukaczer que este sea el modo en el que puede y quiere abordar una posible biografía suya.

Marca autoral

Ese tono ya es parte de su marca autoral. Tampoco la presencia fundamental del humor en el libro (que se observa desde el epígrafe de J.D. Salinger: “Qué terrible es gritar te amo y que la otra persona, en el otro extremo, grite: ¿qué?”), ni que elija hacerlo en el formato de la novela gráfica que, como tantos libros infantiles y juveniles, pone a dialogar textos e ilustraciones, complementándose, enriqueciéndose unos con los otros, no repitiendo ni subrayando el texto en los dibujos, sino más bien formulando una suerte de co-creación a cuatro manos.

Así, el sentido del libro se va construyendo más allá de una mera historia lineal: nos propone una lectura abierta, espiralada y poética. Contará para ello con la complicidad de Rocío Katz quien, a modo de origami visual, despliega ilustraciones, viñetas, frases manuscritas, dibujos y escenas que surgen del guion de vida escrito por Sukaczer.

Nacida en un hogar judío de clase media, la autora confiesa que su “infancia fue como la de cualquiera que haya crecido en una ciudad entre los años 70 y 80”. Su vida transcurría dentro de la normalidad, es decir, “eso que te hacía igual a todos los demás”: juegos y peleas entre hermanos, la escuela pública, las mascotas, los retos.

Sin embargo, alrededor de los 5 o 6 años su mamá notó que algo sucedía. Cómo se enteró la Verónica niña de que no oía bien, las reacciones familiares y de su entorno cercano, de qué modo lidió desde entonces con esa diferencia que la afectaba socialmente, y en qué medida esa particularidad la iba a definir para siempre son algunas de las preguntas que disparan este relato, pero hay mucho más.

Es, también, un libro informativo, en el que la autora se aboca –como viene haciendo desde su rol de periodista– a contar algunos detalles del malestar que la aqueja: desde la diferencia básica entre la hipoacusia y la sordera, el significado del llamado mínimo umbral auditivo, la constante molestia de los acúfenos, el hecho de que los hablantes de lenguaje de señas no definan su condición como discapacidad sino que se piensan como una comunidad con un lengua en común.

Pero esa información no es, tampoco, el sentido último de la novela gráfica. Porque, para Sucakzer, la poesía no es menos importante que las respuestas de la ciencia. Así, a lo largo del libro ensaya varios modos de definir su audición.

Dice, por ejemplo: “¿Cómo escucho? Escucho como si una llovizna triste y tenaz empañara las palabras. O como si todos alrededor se contaran secretos”, junto a una ilustración que la muestra sumergida en profundidades abisales. O da cuenta de su amor por el lenguaje cuando reconoce que le encanta la idea de tener “sonidos fantasma” –sonidos que ya no logra escuchar, pero aún son parte de su memoria sonora–, como el canto de los pájaros, los maullidos de los gatos, o los pasos de alguien acercándose.

Burlas, bronca, aislamiento

No faltan en esta historia, como es de esperar, escenas de burlas, bronca, aislamiento, y vergüenza: en la pubertad de Verónica, una época que “el concepto de bullying no existía”, el padecimiento social dio lugar al retraimiento: “junto con la audición, fui perdiendo también la capacidad de relacionarme con los demás”.

Verónica Sukaczer, escritora. Foto: Mariana Nadelcu.Verónica Sukaczer, escritora. Foto: Mariana Nadelcu.

En este pequeña y sensible novela de inadaptación y aprendizaje, la protagonista, para sobrevivir, se vuelve lectora. “Leer me permitió vivir muchas otras vidas […] leer me ayudó a adquirir conocimientos y vocabulario… […] Leer nunca me dejó sola. […] Leer me hizo inteligente».

Del mismo modo, más tarde, un día llegaría el amor. A su futuro marido lo conoció por internet. Ella le dijo que era hipoacúsica. Él le respondió que era gordo. Las cosas empezaban a acomodarse.

Hoy Sukaczer reconoce que el silencio no es siempre ni necesariamente un lugar tranquilo, confiesa que todavía hace que no escucha cuando su marido le pide algo y, si hay que repararlo, pasa sin problema varios días sin su audífono. Al fin y al cabo, “¿de verdad es necesario oírlo todo?”.

El silencio de las cosas, de Verónica Sukaczer (Fondo de Cultura Económica).

Redacción

Fuente: Leer artículo original

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