Ana María es una usuaria senior del Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, popularmente conocido como Can Ruti, que está harta de las dificultades de acceso a este importante centro sanitario que tiene asignada una población de 800.000 personas y al que, por sus especialidades, es la referencia para 1.200.000 personas.
Ana María lidera una recogida de firmas que suma 10.000 apoyos, para mejorar el transporte público al centro hospitalario y evitar el calvario que significa acudir a las consultas en coche privado. De momento, solo han recibido buenas palabras y promesas de ampliación de los aparcamientos.
El pecado original de este hospital es su ubicación. Se encuentra en un lugar alejado en medio de la montaña. El acceso en transporte público es complicado, sobre todo para los ciudadanos que no viven en Badalona que son la inmensa mayoría, y esto obliga a utilizar el coche privado. Pero como que no hay espacio suficiente para estacionar, muchos usuarios se desplazan de madrugada y esperan dentro de sus vehículos hasta la hora de la visita. Un despropósito si recordamos que la gente que acude al hospital no lo hace con ánimo de contaminar ni por ocio y, además, muchos necesitan ser acompañados.
Catalunya ha pecado de una deficiente planificación de acceso a grandes equipamientos
Sanitariamente, es un hospital excelente, pero es evidente que quien pensó en ubicarlo en ese lugar inhóspito no resolvió las necesidades de movilidad que comportaba. Desgraciadamente, esta deficiente planificación no es anecdótica y se ha reproducido a lo largo de nuestra historia reciente. Empezando por el aeropuerto de Barcelona donde el metro llegó por primera vez hace tan solo ocho años y lo hizo de la manera más difícil posible. Es decir, con la costosa, inacabada y laberíntica Línea 9. Hubiera sido más rápido y barato alargar dos kilómetros la Línea 1, pero incomprensiblemente se descartó. Peor lo tienen los aeropuertos de Reus y Girona que se reivindican como alternativa a Barcelona. El aeródromo de Girona se abrió en 1967 y su estación del AVE está prevista para el año que viene, con suerte. Y Reus, ni eso.
La estación del AVE de Tarragona es el paradigma de la pésima planificación. Se situó en un pinar despoblado a 12 kilómetros de la ciudad. La única manera de llegar es un bus que tarda 20 minutos o en coche privado sin garantías para aparcar. Se da la curiosidad que el viaje entre Tarragona y Barcelona de 83 kilómetros tarda 35 minutos. De esta forma, los tarraconenses tardan proporcionalmente más en ir a la estación que en llegar a Barcelona.

El insuficiente transporte público provoca un caos diario en can Ruti
Manel Sala Ulls @ulls2006 / FAVB
El campus de la UAB se ubicó en 1968 en medio de la nada entre los municipios de Cerdanyola del Vallès, Sabadell y Sant Cugat. Aunque a lo largo de su vida fue mejorando la conexión ferroviaria y de bus, todavía hay muchos estudiantes a los que se les sale mejor alquilar uno de los pisos de la residencia del campus que invertir cuatro horas diarias para ir y volver de su casa a la universidad, en recorridos que escasamente alcanzan los 50 kilómetros.
El circuito de Montmeló sufre un similar síndrome del quinto pino. Su ubicación se fijó sin calcular bien cómo llegarían las decenas de miles de aficionados. Porque aquí topamos con la falible R2 de Rodalies y con la colapsada AP7. Bienvenido sea ahora el proyecto de ampliar la estación de tren que llega solo 34 años después de la inauguración del circuito.
Es verdad que equipamientos tan grandes no pueden estar a la vuelta de la esquina. Pero su planificación debe ir acompañada de soluciones eficaces de movilidad. Este es el caso del futuro hospital Clínic que se hará a la vez que se abrirá una parada de metro. Lamentablemente, es la excepción porque la tónica histórica ha consistido en complicar la vida a los empleados y usuarios de esos equipamientos del quinto pino. Ánimo Ana María.