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El Ciudadano | Montevideo
@|Cuando el Estado ordeña al productor.
En Uruguay, el tambo no es solo una actividad económica: es una forma de vida, una raíz que hunde sus valores en el trabajo diario, la familia rural, y la cultura del esfuerzo. Pero esa raíz está siendo carcomida, lentamente, por un modelo que en vez de sembrar desarrollo, cosecha impuestos.
El aumento silencioso —pero constante— de la presión fiscal sobre el campo está poniendo en jaque a uno de los sectores más vulnerables y estratégicos: la lechería. Pequeños y medianos productores, que ordeñan al alba y conocen el frío del invierno y el calor del mediodía sin descanso, ven cómo su rentabilidad se evapora en formularios, tasas, retenciones, contribuciones y cargas sociales. Mientras tanto, los burócratas que legislan desde el escritorio nunca pisaron un tambo, ni saben cuánto cuesta levantar una producción sana en un país con atraso cambiario, costos logísticos excesivos y dependencia industrial concentrada.
Nos repiten que “hay que contribuir más”. Que “el esfuerzo es solidario”. Pero, ¿quién define qué es justo? ¿Cómo se justifica seguir ordeñando al productor mientras el aparato estatal se ensancha sin control y sin devolver eficiencia ni apoyo real?
El resultado está a la vista: tambos que cierran, tambos que se venden, familias que abandonan el campo, pueblos que se apagan. ¿Quién producirá leche dentro de diez años si seguimos castigando al que trabaja con impuestos diseñados para capitales especulativos?
No se trata de pedir subsidios. El tambero no pide limosna: pide reglas claras, trato justo y un Estado que no lo vea como enemigo. Es hora de hablar en serio: si queremos soberanía alimentaria, empleo rural y desarrollo territorial, hay que dejar de ver al campo como una caja chica para cubrir déficit urbanos. Porque cuando el Estado ordeña más de lo que la vaca puede dar, lo único que se logra es matar la lechería.
Defendamos al productor. Defendamos al país real.
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