Mientras el resto del mundo antiguo erigía pirámides o templos, en el desierto peruano florecía una civilización igual de avanzada. Peñico, una ciudad que permaneció oculta por siglos, acaba de abrir sus puertas al público tras una larga excavación. Su recuperación no solo revela estructuras majestuosas, sino también una historia sofisticada que rompe con prejuicios aún persistentes sobre las culturas originarias de América.
Peñico: la ciudad que desafía los antiguos prejuicios

En pleno siglo XXI, la apertura de Peñico al público representa un hito arqueológico y simbólico. Ubicada en la región de Lima, a solo 200 kilómetros de la capital peruana, la ciudad fue construida entre el 1800 y el 1500 a.C. en una terraza geológica segura, cerca del río Supe. Su diseño no fue casual: estaba pensada para resistir desastres naturales y facilitar el comercio entre pueblos de la costa, la sierra y el mundo andino-amazónico.
Los hallazgos incluyen templos, plazas, espacios residenciales y un monumental centro administrativo decorado con bajorrelieves de pututus (instrumentos hechos de caracol). En esa misma estructura, se descubrieron esculturas de arcilla con formas humanas, animales y detalles policromados que revelan una fuerte identidad simbólica. Una exposición interactiva y experiencias con lentes de realidad virtual permiten hoy recorrer digitalmente la ciudad y sus espacios más significativos.
Caral y Peñico: una continuidad milenaria

Peñico forma parte del legado de la civilización Caral, la más antigua de América, cuya ciudad principal fue descubierta recién en 1997. Caral, aún en excavación, posee pirámides que superan en antigüedad a las de Egipto. Pero su singularidad es mayor: se desarrolló de forma completamente autónoma, sin contacto con otras civilizaciones.
Según investigadores del Ministerio de Cultura de Perú, el surgimiento de Peñico coincidió con el declive de Caral por causas climáticas. Heredó sus conocimientos hidráulicos y comerciales, destacando el uso de hematita como recurso de intercambio. La inauguración fue celebrada con una ceremonia del Inti Raymi, recordando que lo indígena no es pasado fosilizado, sino cultura viva.
Las ruinas de Peñico son más que piedra y arena: son la prueba de que las civilizaciones americanas no solo existieron, sino que supieron prosperar, diseñar y conectar mundos. El desierto no las borró, solo las protegió hasta que estuviéramos listos para escucharlas.