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Esteban Echeverría

El testimonio de Esteban Echeverría

Esteban Echeverría (1805-1851)

El 23 de septiembre pasado en un artículo –Nuestra América– publicado en el diario La Nación de Buenos Aires, el escritor mexicano Enrique Krause, hablando de Venezuela, señalaba que la existencia de una América libre no sería otra cosa que volver a sus orígenes republicanos. No es una afirmación aislada, sino que con variantes se repite en los medios hegemónicos como una muletilla más de la leyenda negra.

Tras las independencias, las nuevas republicas se habrían constituido en Estados de derecho con división de poderes, libertades civiles, libertad de prensa, elecciones regulares, etc. Habría casos más exitosos y duraderos, Uruguay, Colombia, Chile, Costa Rica, Argentina.

La posterior fragilidad e inestabilidad institucional no se habría debido al abandono de los grandes ideales que marcaron su fundación, sino a tres causas señalaba Krause: la influencia adversa de dictadores, caudillos y militares que en el siglo XX adquirieron un perfil fascista, la experiencia marxista en Cuba y la decisión de Estados Unidos de apoyar a algunos dictadores porque eran sus aliados. 

Es cierto que el objetivo revolucionario era configurar repúblicas liberales, rompiendo con la tradición hispánica tanto en lo político como en lo cultural, pero precisamente a causa de esa ingeniería social desatada desde el poder, sobrevinieron las guerras civiles y el desorden permanente (la dis-sociedad). Los testimonios en Argentina (se pueden reproducir en todo Hispanoamérica) de los primeros ensayistas de aquéllos acontecimientos fundacionales, a su pesar, lo confirman.  

Tal el caso de Esteban Echeverría (Buenos Aires, 1805-Montevideo, 1851), miembro conspicuo, auténtico líder de la denominada generación del 37 (por el año en que se inauguró el Salón Literario), integrada entre otros por Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento, Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre, Juana Manso, Marcos Sastre, José Mármol, Carlos Tejedor, Benjamín Villafañe, Miguel Cané (padre)), Antonino Aberastain, Marcos Paz, autor de una vasta obra en prosa y en verso.

Introductor del romanticismo en el Río de la Plata con su poema Elvira o la novia del Plata (1832) tras su incursión en Francia entre 1825 y 1830, en donde se nutrió además de ideales democráticos y socialistas saint-simonianos, Echeverría descolló entre los jóvenes de su tiempo por la capacidad para elaborar una doctrina que expresara las líneas directrices de la revolución independentista de Mayo. Tomo esa tarea como como una auténtica misión religiosa a la cual aplicó «toda su voluntad y todas sus facultades», como subraya su primer biógrafo Juan María Gutiérrez[1].

Su liderazgo y sus discursos en el Salón Literario ese auténtico gabinete de lectura a semejanza de los cenáculos románticos franceses, en que se transformó la librería porteña de Marcos Sastre fueron hitos importante en tal sentido.

En plena época del gobierno de Juan Manuel de Rosas (1829-1832, 1835-1852), el Salón reunió a una juventud ávida de novedades y conmovida por los autores románticos, historicistas y eclécticos europeos, especialmente franceses y alemanes. 

Cuando el Salón cerró sus puertas debido a las vicisitudes del momento y la tensión con el gobierno, Echeverría convocó a un grupo de jóvenes para reunirse en forma clandestina, al estilo de las logias. Declaraban estar por sobre federales y unitarios si bien simpatizaban con la tendencia hacia la unidad, basada en un sistema de gobiernos municipales, una república democrática en fin, y sostenían le necesidad de aunar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, pero anclados en lo nacional

Bajo la influencia de Mazzini, la Joven Italia y la Joven Europa, se fundó en Buenos Aires la «Asociación de la Joven Generación Argentina», luego «Asociación de Mayo». Echeverría estuvo a cargo de la declaración de principios publicada luego bajo el rótulo de Dogma socialista (1846)[2].

Había que definir una personalidad nacional, tanto en lo político como en lo literario-nos parece absurdo ser español en literatura y americano en política decía nuestro autor para quien y bajo el influjo romántico del momento se hacía necesario encontrar raíces históricas[3].

Pero aquéllos protagonistas formados en los cánones de las luces ignoraban o bien despreciaban la tradición indígena, que por otra parte carecía en el Río de la Plata de la significación que revestía en otras regiones hispanoamericanas, y la tradición hispánica era justamente la enemiga por excelencia, enemiga que en ese momento percibían podía de algún modo recuperarse con Rosas, por lo que finalmente fue el cosmopolitismo el que prevaleció en sus concepciones.

En el primer discurso de septiembre de 1837 en el Salón Literario Echeverría señalaba: «envueltos en guerras fraticidas y después de 25 años de ruido, tumultos y calamidades hemos venido a dar al punto de arranque, hemos declarado a la faz del mundo nuestra incapacidad para gobernarnos por leyes y gozar de los frutos de la emancipación (…), hemos creado un poder más absoluto que el que la revolución derribó (…)[4].

Destacaba que disfrutábamos de una independencia efímera. «Tenemos independencia, base de nuestra regeneración política, pero no derechos, ni leyes, ni costumbres que sirvan de escudo a la libertad. Hemos sabido destruir, pero no edificar, los bárbaros también talan»[5].

Admitía que se había actuado insensatamente. «La revolución tuvo espadas brillantes y es lo único de lo que puede vanagloriarse, faltóle dirección, inteligencia, se extravió e inutilizó su energía»[6].

En medio de loas a la libertad y a sostener la emancipación política y social, no tuvo más remedio que reconocer que «el pobre pueblo ha sufrido todas las fatigas y trabajos de la revolución, todos los desastres y miserias de la guerra civil y nada, absolutamente nada han hecho nuestros gobernantes y nuestros sabios pro su bienestar y educación»[7].

Evidentemente a Echeverría le pesaba el sufrimiento popular que percibía a su alrededor y anticipándose a las denuncias de José Hernández en el Martín Fierro (1872) destacaba: «los habitantes de nuestras campañas han sido robados, saqueados, se les hecho matar por millares en la guerra civil. Su sangre corrió en la de la independencia que la han defendido y defenderán, y todavía se les recarga con impuestos, se le pone trabas a su industria, no se les deja disfrutar tranquilamente de su trabajo, única propiedad con que cuentan, mientras los ricos huelgan. Se ha proclamado la igualdad y ha reinado la desigualdad más espantosa; se ha gritado libertad y ella solo ha existido para un cierto número; se han dictado leyes y éstas solo han protegido a los poderosos. Para los pobres no han hecho leyes ni justicia, ni derechos individuales, sino violencia, sable, persecuciones injustas. Ellos han estado siempre fuera de la ley»[8].

Incluso hace un reconocimiento notable a la sociedad hispánica, «no había vicios profundamente arraigados, reunía en sí lo que el pueblo ideal de Rousseau, la conciencia de un pueblo antiguo y la docilidad de uno nuevo»[9].

En el segundo discurso en el Salón se refirió a deficiencias concretas en la deriva de la nueva república. «Después de la revolución los campos y las haciendas han crecido en valor merced a la libertad de comercio, pero ese valor no es debido a ninguna transformación ni mejora en la cría de animales, ni en los productos de nuestra industria, sino en la concurrencia del extranjero en demanda de esos frutos y estimación que de ellos hace» Y de modo tajante, comparó la situación previa a la independencia, «calcular el número de animales que existía entonces en nuestros campos, el que la guerra civil y la seca ha destruido sin fruto, el consumido productivamente en este período y el que hoy existe. Así podríamos asegurar si en punto a riqueza debemos algo a la revolución, o si en este como en otros muchos hemos más bien retrogradado»[10].

Quizá la expresión de mayor tensión espiritual de Echeverría se encuentre en versos que forman parte de su poema Avellaneda, escrito en Montevideo en 1849 dedicado a Alberdi, en que retrata las peripecias y ejecución de su amigo Marco Avellaneda, perpetrada en Salta por las tropas que respondían al general Manuel Oribe, aliado de Rosas[11].

Juan María Gutiérrez dice que en ese poema estaban concentrados todos los problemas que Echeverría consideraba importantes.

Allí en la Capital de Buenos Aires

A dudar me enseñaron los doctores

De Dios, de la virtud, del heroísmo

Del bien, de la justicia y de mí mismo

Me enseñaron como hábiles

Conquistas del espíritu humano en las edades

Esos dogmas falaces y egoístas,

que como hedionda lepra se pegaron

en el cuerpo social y

de la patria la servidumbre y muerte prepararon

Sofistas o sectarios sin criterio

De una filosofía

Cuya vasta síntesis, su ignorancia

Comprender no podían

El influjo moral no calcularon

De la doctrina misma que enseñaron[12].

Turbados por la ideología, enceguecidos por éxitos momentáneos, aquéllos actores trabajaban nada menos que para desarticular el núcleo comunitario religioso, las mediaciones humanas de la fe católica. Las consecuencias negativas en las relaciones humanas no se hicieron esperar, menos caridad y más crueldad y nihilismo.  

Horacio M. Sánchez de Loria, Círculo Tradicionalista del Río de la Plata

[1] Juan María Gutiérrez, « Noticias biográficas», en Esteban Echeverría, Obras Completas, Buenos Aires, 1874, p. 14.

[2] El título completo de la obra es  Dogma Socialista de la Asociación de Mayo precedido de una Ojeada Retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde 1837

[3] Juan Bautista Alberdi señalaba en la misma línea que éramos independientes en política, pero colonos en literatura.

[4] Esteban Echeverría, Reflexiones sobre la organización económica de la Argentina, Buenos Aires, Raigal, 1953, p. 25

[5] Ibíd., p. 24.        

[6] Ibíd., p. 25, 29. El deán Gregorio Funes, el primer ensayista de los acontecimientos vinculados a la independencia, encargado por el Primer Triunvirato de 1812 de escribir una reseña de los hechos salientes, gran apologista del proceso revolucionario y por ende de la libertad liberal, tuvo que reconocer en el sermón patriótico del 25 de mayo de 1814 en la catedral de Buenos Aires que no aparecía «sobre nuestro horizonte ese alto clamor de abundancia, de justicia y de prosperidad». Gregorio Funes, Ensayo de la historia civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, Buenos Aires, Imprenta Bonaerense, 1856, p. 104.

[7]Esteban Echeverría, Reflexiones…, p. 38.

[8] Ibíd. , p 59.

[9] Ibíd., p. 27.

[10] Ibíd., p. 157. Y también aparecen explícitas referencia a Lutero, a quien alude «luchando cuerpo a cuerpo con el coloso decrépito del Vaticano», p. 45.

[11] Marco Avellaneda (1813-1841) padre de quien fuera presidente argentino Nicolás Avellaneda (1874-1880), fue un catamarqueño compañero de estudios en el Colegio de Ciencias Morales (actual Colegio Nacional de Buenos Aires) de varios miembros de la generación del 37. Fue ejecutado en 1841 en Metán, provincia de Salta.

[12] Esteban Echeverría, Obras.…, pp. 540-541.

Redacción

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