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jueves, febrero 6, 2025

El trilema del roble

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El roble de la escuela Lexia, en la calle Esteve Terradas de Barcelona, es un árbol impresionante. Tiene 120 años. Mide 13 metros de altura, con una copa de 17 metros de diámetro, la circunferencia del tronco a 1,3 metros de altura es de 2,46 metros. Es un bicharraco que desborda del patio del colegio y proyecta las ramas hacia la calle y el pasaje de al lado. Me gusta encontrarlo cuando voy a correr a la carretera de les Aigües, desde Gràcia. Vivimos en una ciudad cada vez más deforestada. En unos parterres próximos, de seis grandes álamos que había, solo quedan dos. Si un día los replantan, sinceramente, será una sorpresa. Con la sequía, nuestra sociedad, que odia los árboles, se ha quitado definitivamente la careta. Primero, los dejamos morir porque no los regamos. Cuando se han muerto, los cortamos y no plantamos otros porque decimos que no vivirán. ¡Pues claro que no vivirán, si no los regamos! En la clínica Quirón, tocando a la ronda de Dalt, la jardinería empezó muy bien. Quizás tenían en la cabeza el árbol monumental de la escuela Lexia al plantar allí robles. Quiero pensar que un jardinero sensible tuvo la idea de crear un rincón de robles pubescentes para dar un poco de carácter a aquella zona desangelada. En una de las continuas reformas, los cortaron y solo quedan un par en la entrada.

Siempre paso por delante de la escuela Lexia por Navidad, cuando bajo unos días de Arbúcies, y nunca veo chicos y chicas en el patio. Un roble es un árbol resistente y en un colegio para alumnos con necesidades educativas especiales seguro que es un símbolo. Pero es tan grande que se come el patio. La copa es tan tupida que no deja entrar la luz. Mientras voy caminando, me planteo un problema filosófico. Tenemos un árbol grandioso en un colegio. Ha crecido tanto que es un engorro. Eh!, esto no pasa en la escuela Lexia. Es un problema filosófico que solo existe en mi cabeza. ¿Qué hay que hacer? En un porcentaje de casos muy elevado, cortar. Lo vemos cada día cuando se construyen carreteras o se urbaniza terreno agrícola o forestal: ¿cuántos árboles sobreviven? Es la idea de la naturaleza enfrentada a las actividades humanas: la jungla hostil. La otra posibilidad es podar: ir cortando ramas y ramitas, primero con la excusa de la seguridad (¡que no nos caigan en la cabeza!) y después de la salud, el sol o el ocio, hasta convertir el árbol en un candelabro en el que colgar las luces de Navidad. Pero el árbol estaba allí mucho antes que la escuela, la avenida y los hospitales. Quizás tendríamos que adaptarnos nosotros a ese árbol excepcional, dejarle más espacio y, llegado el momento, buscar un patio alternativo. ¿Sería bonito, verdad? ¿Pero nos encontramos mental­mente en este punto?

Con la sequía, nuestra sociedad, que odia los árboles, se ha quitado definitivamente la careta

Erizado de satisfacción, el roble de la escuela Lexia, protegido por el Ayuntamiento, saluda a corredores y automovilistas y les desea a ustedes feliz año nuevo.

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