Argentina es un país fierrero, desde siempre. Ya en los albores del Siglo XX, una decena de entusiastas de la velocidad, de la alta alcurnia ellos, corrían con sus vehículos por las calles de la ciudad de Buenos Aires, con el visto bueno del Automóvil Club Argentino.

Pero en la década del 30’, y ya con los autos en poder de la clase media, un grupo de apasionados pensaron más allá y se lanzaron a la aventura, por caminos por hacer (muchos de ellos se fueron trazando con el paso de las máquinas), por el territorio de nuestro país.
El 5 de agosto de 1937 comenzó el primer Gran Premio Argentino, una competencia de 6.894 kilómetros, dividida en once etapas con partida en Buenos Aires y que pasó por Santa Fe, Paraná, Corrientes, Resistencia, Santiago del Estero, Jujuy, Tucumán, La Rioja, Mendoza, Santa Rosa y Bahía Blanca.
Diez días después, La Plata recibió a parte de los 72 audaces que participaron de la exigente prueba y Ángelo Lo Valvo, quien corrió bajo el seudónimo Hipómenes, fue el primero en recibir la bandera de cuadros al mando de su Cupé Ford V8, a un promedio de 80,535 km/h.
Esa fue la primera carrera del TC, categoría que hoy nada tiene que ver con aquella, pero que despierta el mismo fervor y reúne a miles y miles de fanáticos en cada autódromo donde corre.
Casi nueve décadas, la misma pasión
En la década del 40’, y con el duelo Ford y Chevrolet a flor de piel, el TC empezó a trascender fronteras.
Con Juan Manuel Fangio como referente del Chivo, campeón 1940-1941, y los hermanos Juan y Oscar Gálvez (suman 15 títulos entre ambos) como ídolos del Óvalo, los audaces pilotos no solo brillaban por los caminos argentinos sino que comenzaron a recorrer países limítrofes.

Después de un impasse por la Segunda Guerra Mundial, en 1948 se desarrolló una de las mayores gestas del automovilismo argentino -y mundial- conocidas hasta el momento: el Gran Premio de la América del Sur, la famosa Buenos Aires-Caracas, con 14 etapas y casi 10.000 kilómetros de recorrido.
En los 50’ y 60’ se destacaron las Vueltas, carreras disputadas por distintas ciudades y donde casi toda la población se acercaba a la vera de las rutas para ver pasar a los bólidos. Los hermanos Dante y Torcuato Emiliozzi (cuatro veces consagrados), los Gálvez, Ciani, Menditeguy, De Álzaga eran los protagonistas, entre otros, de las carreras que tenían miles de kilómetros y desarrollaban semana de por medio.
En los 70’, y con la aparición de los autos compactos (Ford Falcon, Cupé Chevy, Torino, Cupé Dodge), que empezaron a dejar de lado a las Cupecitas, las pruebas continuaban disputándose por los polvorientos caminos pero también en los modernos autódromos.


Allí comenzaron a sonar apellidos como Estéfano, Cupeiro, Gradassi, Copello, Bordeu, Pairetti, Perkins, Marincovich, García Veiga, Franco, Di Palma, Traverso, Mouras…
Más acá en el tiempo, y con un TC totalmente distinto al inicial, fueron y son figuras los Aventin, Satriano, Castellano, Suárez, De Benedictis, Ramos, Bessone, Hernández, Urretavizcaya, Angeletti, Minervino, Morresi, Romero, Acuña, Ortelli, Martínez, Ledesma, Silva, los Di Palma hijos, Fontana, Moriatis, Werner, Canapino y mucho más.

Hoy, el TC, con sus 88 jóvenes años de vida, es la categoría más añeja del mundo y así lo ratifica el registro del Libro Guinness. Nada tiene que ver con aquella, aunque posee algo en común que la mantiene inalterable: la pasión.