Somos un país que genera riqueza, que la atrae, que tiene una balanza comercial nada despreciable. Somos un país de oportunidades que nos hace sentir afortunados de haber nacido aquí. En Catalunya, la gente trabaja, emprende y paga sus impuestos. Ahora bien: tenemos la sensación de que podríamos ir mucho más lejos, pero no lo acabamos de hacer. De hecho, convivimos con la sensación de que el dinero está porque lo generamos, pero que no llega donde tendría que llegar.
Sabemos que hace años que sufrimos un expolio fiscal del 8% del PIB y necesitamos un nuevo modelo de financiación que nunca se acaba de materializar. Y no lo queremos para tener más dinero porque sí, sino para recuperar aquello que es nuestro y ponerlo al servicio de la gente. Y este debate tiene todavía más sentido, si afrontamos dos elementos más: hay dinero que no llega nunca y, a la vez, el que ya tenemos se tiene que aprovechar mucho mejor.
Skyline de Barcelona desde Turó de la Rovira
Xavier Cervera
Primera idea: en nuestro país hay dinero, pero no todo el mundo contribuye igual. No todo el mundo paga los impuestos que les tocaría. Las grandes empresas y quienes más tienen utilizan mecanismos para evadir y eludir impuestos que no tienen los pequeños empresarios o los trabajadores. Las rentas más altas tienen mil maneras de esquivar lo que les tocaría aportar, mientras la gente que se levanta pronto cada día para ir a trabajar ve como cada año le cuesta más llegar a fin de mes. Y la sensación que tienen, además es que no reciben, a cambio, lo que merecen.
De hecho, mientras tú estás leyendo este artículo, el 1% más rico de Catalunya ya ha ganado más dinero especulando con productos básicos como la alimentación o la vivienda de los que un catalán medio ganará en todo un año. Y esto no puede continuar así. Porque el balance de todo está claro: por un lado, un catalán medio paga más, en comparación con el esfuerzo fiscal de quien más tiene; por la otra, también paga por quien se marcha a España por el déficit fiscal. Castigo doble.
Segunda idea: en Catalunya hay dinero que se va y no vuelve. Hacia España, por supuesto. Porque mientras aquí discutimos si podemos reforzar la sanidad o si nos podríamos permitir extraescolares gratuitas, ahí nadie nos rinde cuentas. Ni sobre cómo gastan este dinero ni sobre por qué mantienen un modelo que premia la dependencia y acomoda territorios, en lugar de darles autonomía y responsabilidad. Esto no es solidaridad: es un lastre que nos impide avanzar como país adulto y productivo.
Y tercera idea: hay que pasar la administración por la lavadora. No para encogerla con agua caliente, como querrían algunos, sino para dejarla como nueva. Necesitamos una administración limpia, ágil y moderna. Una administración que responda con rapidez a los retos de una sociedad cada vez más heterogénea y compleja, que aproveche el talento de sus profesionales y que no haga perder el tiempo a la gente. Lavar la administración no es ir contra el sector público, sino cuidarlo y ponerlo en valor.
Todos y todas, desde la ciudadanía hasta entidades y asociaciones que cuidan aquello público y que se relacionan con las instituciones, sufrimos trámites absurdos, retrasos sin sentido, servicios públicos que no funcionan del todo bien o dinero que se destina a cosas que nadie entiende. Si dejamos la reforma de la administración solo a las derechas reaccionarias, nos pasarán motosierras y recortes.
Si nos lo hacemos nuestro, desde una perspectiva progresista, podemos hacer una revolución de sentido común, de eficiencia, modernización y justicia. La gente quiere ver que sus impuestos sirven para algo, que el país avanza, que la administración acompaña y no la entorpece.
Por eso hace falta una nueva financiación, sí. Pero también hace falta una nueva manera de gobernar: moderna, sin miedo y con la mirada puesta en la gente que hace que este país funcione cada día. El dinero está. Lo que hace falta ahora es recaudarlo nosotros, y distribuirlos de manera más justa, poniéndolo al servicio de la gente. Hacer esto es también el camino para recuperar la confianza y volvernos a gustar como país.






