Barcelona a menudo maltrata a aquellos que han puesto su nombre en el mundo. Ahí tenemos, entre ellos, al padre del Eixample, Ildefons Cerdà; a Narcís Monturiol, inventor del submarino, y al arquitecto Josep Lluís Sert. Ninguno de ellos tiene el reconocimiento que se merece, aunque, ahora sí, parece que reparar esta deuda está cada vez más cerca.
Imagen de la Eixample diseñada por Ildefons Cerdà
LV
El caso más flagrante es el de Cerdà. Admirado por los urbanistas del mundo entero, hace más de siglo y medio que está pendiente un homenaje en forma de monumento, y todo porque nunca se ha perdonado que su diseño para el Eixample fuera impuesto desde Madrid y desplazara a la propuesta de Antoni Rovira i Trias, ganador del concurso convocado por el ayuntamiento. La burguesía barcelonesa no ahorró en descalificaciones y Puig i Cadafalch llegó a decir que el trazado en cuadrícula estaba pensado para el buen rendimiento de las ametralladoras. Ahora por fin parece que el monumento al ingeniero está en el camino de ver la luz, lo que sin duda haría feliz al añorado maestro Lluís Permanyer, para quien el lugar ideal sería el cruce del paseo de Gràcia con la Gran Via, el más importante de todo el Eixample.
Barcelona a menudo maltrata a aquellos que han puesto su nombre en el mundo
El caso de Monturiol no es tan lacerante como el de Cerdà, porque ya tiene un pequeño monumento en Diagonal con Girona que cada dos por tres sufre las consecuencias del vandalismo. Hace años que el submarino perdió su hélice a pesar de haber sido repuesta en varias ocasiones. Hasta hace un tiempo, contábamos con réplicas de dos de sus submarinos, construidos como atrezzo para la película de 1993 de Francesc Bellmunt Monturiol, el señor del mar . Uno de ellos se ubicó en los accesos al Moll d’Espanya, pero fue destruido por unos vándalos. Sus astillas permanecían hasta hace poco en un almacén del puerto. El segundo se instaló junto a una de las entradas del Museu Marítim, pero su estado se deterioró tanto que tuvo que ser retirado. Ahora, el museo hace tiempo que trabaja en un proyecto para construir una nueva réplica que sea más sólida y perdurable.
Lo de Sert tampoco se entiende. Es uno de nuestros arquitectos más internacionales. Trabajó con Le Corbusier y fundó el grupo de arquitectos Gatpac. El franquismo lo inhabilitó por sus convicciones republicanas, por lo que tuvo que irse a Estados Unidos, donde acabó de desarrollar una brillante carrera como arquitecto y docente en Harvard. Nos dejó la Casa Bloc, en Sant Andreu, y el Dispensario Antituberculoso, en el Raval. Más tarde dio vida de forma clandestina a la Fundació Joan Miró, en colaboración con el pintor. Ahora su reconocimiento podría llegar con la transformación del edificio del Raval en un centro para el estudio de su obra y del urbanismo, una vez se trasladen los servicios ambulatorios a la capilla de la Misericòrdia.
Si los tres proyectos prosperan, Barcelona saldará una deuda hasta ahora impagada con estos tres genios.



