Puerto Madryn, Chubut, no se trata solo de ver ballenas. Es mucho más que eso. Para quienes llegan desde la rutina urbana —apurados, estresados, sumidos en responsabilidades— el cambio se percibe apenas aterrizan. Después de 1.45 horas de vuelo, las torres de cemento parecen desmoronarse, el ruido se apaga y el aire se limpia. Cada mañana, al abrir la ventana, lo confirmo: el sol ilumina un mar calmo e inmenso.
En Madryn hay de todo para hacer, como snorkeling con lobos marinos, salida que se realiza todo el año. Nos ponemos el traje de neoprene, subimos a un bote y nos metemos mar adentro, hacia Punta Loma, a unos 17 kilómetros al sur de Madryn, donde existe una colonia permanente de estos animales. Casi sin darnos cuenta, flotamos en el medio del mar (los trajes tienen burbujas de aire adentro), por lo que ni siquiera hace falta saber nadar.
El frío no se siente tanto como esperaba. Y, para los más friolentos, existe la opción del traje seco, que se usa con ropa debajo.
Como en los documentales de la BBC, los lobos marinos aparecen en la costa, peleándose entre ellos. Bajo el agua, los más pequeños nadan con agilidad. A los pocos minutos, ya están a nuestro lado. Se acerca, juegan, muerden suavemente el traje como si fueran cachorros. Se suben encima.
Volvemos al bote con un poco de frío, pero nos reciben con una taza de café caliente; la hospitalidad local se siente a cada momento.
Aunque la experiencia con los lobitos es inigualable, en esta época del año las protagonsitas son las ballenas franca austral, que se quedan en la zona hasta diciembre para aparearse, tener a sus crías y amamantarlas. Las aguas calmas del golfo ofrecen el refugio ideal para parir y cuidar a sus bebes. Por eso regresan todos los años a los golfos Nuevo y San José.

Foto: Archivo
Son cerca de 4000 ejemplares las que eligen esta zona para la reproducción, por las aguas tranquilas, reparadas del viento y de otros peligros para los ballenatos.
El avistaje embarcado es la salida más buscada. Desde Punta Pirámides, dentro del Área Natural Protegida Península Valdés —declarada Patrimonio Mundial por la Unesco—, sobre la costa del golfo Nuevo y a 100 kilómetros de Puerto Madryn, parten las excursiones oficiales para ver ballenas de cerca, en su hábitat, con embarcaciones autorizadas y guías especializados.
Una vez en el medio del mar, dos ballenas vienen hacia nosotros. El silencio de todos los pasajeros, alucinados con lo que está por suceder, es total. Es el silencio menos incómodo que viví. Todos queremos que sea así.
Los guías aportan datos sorprendentes: algunas ballenas francas pueden vivir más de 100 años, e incluso se estima que algunas superan los 130. Son uno de los mamíferos más longevos del planeta. Dentro de sus aletas pectorales, tienen una estructura ósea muy parecida a la de nuestros brazos: con húmero, radio, cúbito y hasta falanges. Es una prueba de su origen evolutivo como mamíferos.
Seres únicos
Desafiar el frío para observar a estos mamíferos que eligen las tranquilas aguas de Península Valdés para reproducirse es, definitivamente, una experiencia incomparable.
Cada ballena tiene un patrón único de callosidades en la cabeza, como si fueran huellas digitales, por lo que se las puede reconocer. Al nacer son más oscuras y se van blanqueando con el tiempo por los organismos que se adhieren. Además, las usan para raspar el fondo marino y remover alimento.
A muchas se las ven con su cría cerca, como madre-hijo de paseo por el parque. Al ser mamíferos, las crías toman leche, pero no pueden succionar. Por eso, la madre expulsa leche en forma de chorro espeso, que la cría debe capturar rápidamente antes de que se mezcle con el agua.
Casi sin darme cuenta —como cuando scrolleás en alguna red social—, pasan más de 40 minutos y tenemos que volver.
Otra opción para ver ballenas es en El Doradillo, una playa agreste ubicada a unos 20 minutos del centro de Puerto Madryn, hacia el norte. Es uno de los pocos lugares del mundo donde se pueden ver ballenas desde la costa. En la arena, la gente observa en silencio, relajada. Una aleta aparece a pocos metros. Luego, otra. Y otra. Las ballenas van y vienen con una tranquilidad única. Como autos en la avenida Córdoba. Pero libres. Felices. Nadie las obligaba a estar ahí.

Foto: Archivo
Antes de regresar a casa, se puede hacer una parada en el MEF (Museo Paleontológico Egidio Feruglio), en Trelew, que fue recientemente reformado. Después de una gran obra de ampliación que se extendió por una década, el nuevo edificio triplica el tamaño del original. A 65 kilómetros de Puerto Madryn, este museo es uno de los más importantes de América Latina. Su colección recorre la evolución de la vida en la Tierra, ofrece una exhibición permanente con fósiles inéditos, una réplica a escala real del Patagotitan mayorum, reptiles marinos gigantes y una extensa colección de pterodáctilos, que incluye al impresionante Thanatosdrakon.
La experiencia deja algo más que imágenes y fotos. También se revelan historias que ayudan a entender mejor la Patagonia, su gente y su pasado.
Datos útiles para vivir la experiencia al máximo
El paseo que permite el avistaje embarcado de ballenas tiene un costo de 125.000 pesos argentinos para adultos y 62.500 para menores de edad; sin cargo para bebés de hasta 3 años. ¿Qué incluye? Esta excursión, operada desde Punta Pirámides o Puerto Madryn, permite ver ballenas franca austral en su hábitat, a pocos metros del barco, con guías especializados y respeto ambiental.
Ya para el paseo que incluye snorkeling con lobos marinos en Punta Loma se paga 165.000 pesos argentinos por persona; en temporada alta (hasta diciembre) puede subir a 180.000. La actividad dura unas 2,5 horas en total —con alrededor de 40 minutos nadando con lobos marinos que se acercan por propia voluntad—, con equipo completo de neoprene incluido. Para alojarse en hoteles 4 estrellas las tarifas con mejor costo benefício rondan los 133.205 pesos argentinos por noche; en los fines de semana los precios pueden variar.
Hernán Rodríguez Jany
La Nación