En Mataderos, donde el aroma a asado parece flotar en el aire y los frigoríficos forman parte del paisaje tanto como las casas bajas, la carne no es un simple plato: es identidad. A pasos de la Feria de Mataderos —ese clásico porteño que mezcla tradición, música y empanadas— se encuentra Corrales, un bodegón que honra el ADN carnívoro del barrio sin dejar de coquetear con sabores de mar y recetas de olla.
Detrás de esta propuesta está una familia con amplia trayectoria en el rubro, que maneja la cocina y el salón con la naturalidad de quien lleva años entendiendo qué quiere el comensal. En la carta conviven unas rabas crocantes que ya son famosas, cazuelas humeantes que abrazan en invierno, un pulpo tierno y, como no podía faltar, un bife de la casa que es puro homenaje a Mataderos.
El lugar se convierte en un imán a la hora del almuerzo: de lunes a viernes está siempre lleno, y los fines de semana la escena se multiplica con familias, grupos de amigos y turistas dispuestos a esperar —a veces hasta una hora y media— por una mesa. Porque en Corrales, la espera se olvida al primer bocado.
La historia de Corrales
En el corazón de Mataderos, en la esquina de Cosquín y la avenida de los Corrales que guarda historias de barrio, nació Corrales. El proyecto, comandado por Jorge Norcini, arrancó en 2007 en esa ubicación original y rápidamente se convirtió en un punto de encuentro para vecinos y amantes de la buena mesa. Jorge ya había participado en varios proyectos gastronómicos, pero, como admite Lola, su hija, “en Corrales encontró su lugar”.
La historia dio un giro en 2014, cuando el constante aumento del alquiler obligó a buscar un nuevo rumbo. Fue entonces que el padre de Lola —compañera infaltable en este camino— decidió “tirar el lance” y comprar la esquina actual, ubicada justo en diagonal al primer local. La mudanza no solo significó un cambio de dirección: fue el inicio de una etapa más sólida y prometedora.

La familia Norcini siempre estuvo ligada al rubro, con bares, restaurantes y pizzerías. Sin embargo, el primer Corrales fue el que les dio identidad propia. Y aunque en el local original ya tenían éxito, el traslado, la renovación y el boca a boca hicieron que la clientela creciera todavía más. El vínculo con el barrio se fortaleció, y no solo por la comida. Como dice Lola: “Esto no es solo un restaurante, acá pasa algo más”.

Ese “algo más” se refleja en las historias que recorren sus mesas. Cuando Jorge decidió mudar el bodegón, no contaba con todo el dinero necesario, y fueron los mismos clientes y amigos quienes lo ayudaron a financiar la obra. Tal vez por eso, Lola recibe a cada comensal con una sonrisa y la calidez de quien abre la puerta de su casa. A mediodía, las mesas se llenan de habitués que vienen todos los días desde su trabajo y a quienes ella mima sin reservas.
El local actual había estado abandonado durante casi 30 años, y su recuperación fue una obra titánica: casi dos años de remodelación para devolverle vida a un edificio en ruinas, con un presupuesto ajustado pero con la firme decisión de mantener el espíritu bodegonero. Pintado de verde y negro —los colores de Chicago, el club de la zona—, Corrales atrae tanto a hinchas como al mismísimo presidente del club. Y entre las mesas, sorprende la presencia de camareras que llevan más de 15 años trabajando con la familia.

Hoy, Jorge sigue al mando, acompañado por Lola y el hijo mayor, que ya participan activamente en las decisiones. El más chico, “el gordo” como lo llama Lola, tomó otro camino y abrió un neo bodegón en Devoto. Pero el corazón de la familia sigue latiendo en Mataderos, en un salón que, cada mediodía y cada noche, confirma que Corrales no es solo un lugar para comer: es un pedazo vivo de barrio.
Ese amor por el trabajo y por la gente se nota en los números y en el ambiente. Corrales abre solo de día, pero todos los mediodías el salón se llena, y los fines de semana atienden a más de 150 personas por turno. Afuera, la postal se repite: colas de hasta una hora y media de vecinos, hinchas y curiosos que esperan su mesa, convencidos de que la experiencia vale cada minuto de espera.
Qué comer en Corrales

En Corrales, la experiencia arranca con entradas que marcan la cancha. Las rabas ($ 14.000), doradas y tiernas, son tan suaves que parecen nubes, y llegan en porciones generosas que invitan a compartir. Los buñuelos de verdura ($ 9.000), crocantes por fuera y aireados por dentro, son otra de las estrellas iniciales, junto a las empanadas de carne cortada a cuchillo de bife de chorizo ($ 3.000), fritas y rebosantes de sabor. Para los que buscan un comienzo más marítimo, las gambas al ajillo ($ 16.000) y los ostiones a la parmesana son apuestas seguras.

Aunque Mataderos sea la capital porteña de la carne, Jorge y su familia decidieron plantar bandera con una propuesta que sorprende: una carta con fuerte presencia de mar. Calamares, gambas, ostiones y un pulpo de tentáculos grandes y tentadores —servido a la española— atraen tanto a vecinos como a comensales que viajan desde otros barrios. La idea es clara: diferenciarse de las parrillas tradicionales sin perder la esencia de bodegón.

El pulpo, de hecho, es la gran estrella de la casa. En lugar de cortarlo en rodajas como dicta la tradición, aquí se sirve entero: dos tentáculos a la gallega, acompañados de papa natural y apenas condimentados para resaltar su textura y sabor. Es un plato que funciona como anzuelo para paladares curiosos y exigentes, y que se ha convertido en un motivo de peregrinación gastronómica en Mataderos.

Pero no todo es mar. El bife de chorizo tiene su lugar de honor y se puede pedir de dos maneras: a la parrilla, clásico y contundente, o en su versión “bife Corrales” ($ 45.000), pensado para compartir, con papas fritas, huevos fritos, provoleta y morrón asado. Un festín carnívoro que rinde homenaje al barrio y a sus raíces de frigorífico.

La pasta también tiene sus adeptos. Los canelones de pollo, panceta y brócoli, gratinados con salsa mixta ($ 19.000), son de los más pedidos, junto a los fusili de mar ($ 28.000), bañados en una salsa tipo cazuela que concentra los sabores de la pesca. Las cazuelas y la paella completan la sección más española de la carta, ideal para los que buscan platos humeantes y llenos de aromas intensos.

Para los clientes de todos los días, Corrales ofrece platos fuera de carta que varían según la temporada y la disponibilidad de materia prima. Puede aparecer una trucha fresca, un risotto de mariscos, un cerdo braseado o unas lentejas con vegetales. Esta última opción es un guiño a un desafío reciente: sumar alternativas vegetarianas. Aunque al principio el padre de Lola dudaba, la respuesta fue tan positiva que ya se convirtieron en una parte estable de la propuesta.
Una de las claves de la calidad de Corrales es que el 90% de los platos se preparan al momento. Esto significa esperar un poco más, pero también garantiza que cada bocado llegue fresco, con el punto justo y sin caer en los excesos de frituras o quesos que suelen caracterizar a otros bodegones. Aquí, el objetivo es claro: que la comida se aprecie, se disfrute y deje un recuerdo que invite a volver.
Corrales. Avenida de los Corrales 6802, Mataderos. Abierto todos los mediodías. Instagram: @corralesrestaurant