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miércoles, julio 23, 2025

En memoria de Jorge Aulicino, un poeta mayor cuyo legado la muerte no apaga

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Raquel Garzón

Cuando todavía se fumaba dentro las redacciones, el momento del cigarrillo en la nuestra se ejercitaba en la escalera del segundo piso, apenas salías del espacio que Ñ compartía con Opinión. Hablo de un tiempo –16, 17 años atrás– en el que una revista de cultura de 40 páginas, podía vender 100 mil ejemplares por semana en papel si el tema de tapa convocaba, ofrecer ediciones especiales de 60 páginas una vez al mes y seguir generando o amplificando debates en su versión digital. Uno de los protagonistas de ese tiempo, que parece tan lejano en la era del clickbait, fue Jorge Aulicino (1949–2025), editor adjunto y columnista de Ñ entre 2005 y 2012, quien todavía no se había aficionado a la pipa que lo acompañó en sus últimos años.

Jorge Aulicino, poeta, periodista y traductor de La Divina Comedia. Foto: Hernán G. Rojas.Jorge Aulicino, poeta, periodista y traductor de La Divina Comedia. Foto: Hernán G. Rojas.

Auli, como le llamábamos todos, encendía en la escalera su cigarrillo e incluso los no fumadores nos sumábamos a la humareda para charlar, sabiendo que en ese momento de distensión se daban las conversaciones más reveladoras, se afilaban ironías y se podía proponer ideas sin la formalidad de las reuniones de temario.

Cultísimo y cercano al mismo tiempo, traductor entre otros de Pavese y de Dante (decía que la “Divina comedia” podía leerse como una novela de aventuras), Auli rebobinó allí alguna vez cómo se había hecho poeta, impactado por la fuerza y el movimiento fenomenales de versos dispersos de Góngora, Quevedo y Lope, incluidos en los libros de texto del colegio secundario, en los cuales entendió pronto que en la poesía el lenguaje funciona siempre de otra manera, connotando y sin necesidad de contar nada (aunque luego en sus propios poemas él eligiera hacerlo). La experiencia, las lecturas y la escritura de sus libros (el reciente “El capital y la lírica”, entre otros) desplegaron su convicción de que la poesía es un territorio de encuentro entre el mundo personal y el afuera, con una frontera cada vez más porosa entre ambos.

Sus artículos y columnas en Ñ funcionaban del mismo modo: eran de curiosidad universal y omnívora, pero sin opacidad; ahondaba tuteando al lector. Muchos años antes de la aparición de la IA adosada a los buscadores, podía prever hacia dónde iba la web (“cuando un cerebro en internet pueda guiarnos, y ya se trabaja en esto –dije– temeremos sin duda esa inteligencia”); comentar una polémica entre funcionarios e intelectuales en la Feria del Libro o imaginar una conversación con un amigo a partir de la música sonando desfachatada y a todo volumen desde un taxi. “Incansable expansión de la intimidad. Recuerde usted que la radio del auto, hace unos cincuenta años, era un instrumento de disfrute personal: humanizaba, amenizaba la cabina, traía el sonido del universo filtrado y codificado por las radioemisoras en forma de música, voces de locutores, risas. El humo del tabaco, la radio, creaban, cómo decirlo, el clima propio. Vemos lo inverso. La intención de que lo personal domine el mundo”.

Caravana de aplausos

Yo atesoro dos recuerdos. Cuando Auli se fue en 2012, toda Ñ cruzó la redacción de Clarín tras él, aplaudiéndolo a rabiar, orgullosa de ese jefe, admirado y querido. Era un homenaje y un modo de compartir públicamente que empezábamos a añorar la rara aleación de talento y humanidad con la que había dirigido ese barco. La revista que había nacido en octubre de 2003 como opcional de Clarín costando una moneda (50 centavos) valía ya $ 3,50 y sería golpeada luego por todas las crisis que obligaron y obligan al papel a reinventarse a nivel global.

La segunda postal coincide con la muerte de Juan Gelman, que nos sorprendió la noche del 14 de enero de 2014, con la edición de Ñ cerrada. El Premio Cervantes era un poeta al que Auli conocía bien. Armamos un número especial de 28 páginas en un día y medio. Aunque ya no escribía en Clarín, Aulicino sabía que un periodista no se jubila y nos envió a contrarreloj un texto magnífico sobre poesía y militancia en la Argentina de los 70. “Hay o parecen existir dos tipos de porteños de Buenos Aires”, decía allí. “Uno es expansivo, gritón, napolitano, y otro cultiva el tono bajo, confesional: fuma y espera. A los dos se los podía encontrar en un café. Uno, junto con algunos amigos, gesticulando y defendiendo los colores de su equipo, o narrando el odio hacia un jefe, un pariente, un ex amigo. El otro elige la mesa del fondo, preferentemente del lado de la vidriera, porque le gusta mirar sin ser visto”.

Jorge Aulicino, poeta, periodista y traductor de La Divina Comedia. Foto: Hernán G. Rojas.Jorge Aulicino, poeta, periodista y traductor de La Divina Comedia. Foto: Hernán G. Rojas.

Jorge Aulicino era, por supuesto, un poeta mayor de los que eligen la mesa del fondo, mientras escogen la discreción del buen hacer y dejan el ruido para otros. Al enterarme de su enfermedad, le escribí para enviarle un abrazo desde Madrid y conversamos por whatsapp. Muy lúcido y fiel a su carácter, escogía llamar a las cosas por su nombre, no edulcorar tragedias: “Estoy en cuidados paliativos; sabés lo que eso significa”. Esa enorme escuela de vida y de oficio en la que nos formamos es parte de un legado que la muerte no apaga. Como siempre que pienso en los días de aquella redacción, agradezco el viaje en primera clase y repito como un mantra estos versos suyos: “Esto es por aquello. Y tal vez por aquello silba todavía / entre las tuberías del subsuelo una tempestad difusa.”


Sobre la firma

Raquel Garzón

Raquel Garzón

Periodista y poeta, construyó una carrera a ambos lados del Atlántico. Es autora de cinco libros de poemas, entre ellos, «Riesgos de la noche» y «Monstruos privados», ambos publicados por Alción. [email protected]

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