La enfermedad de Fabry es una de las consideradas poco frecuentes (o Epof), patologías cuya prevalencia en la población es igual o inferior a una persona cada dos mil nacidos. En toda Argentina, algunas estimaciones afirman que los afectados llegan a 1.500 pacientes.
Se trata de una afección tan poco conocida y con síntomas tan similares a otras que la odisea diagnóstica puede demorar hasta 15 años, y se calcula que la mitad de los enfermos desconocen que la padecen.
Allí reside la importancia de su difusión y por eso durante el mes de abril se realiza en todo el mundo una campaña de concientización.
Su origen es genético y provoca daño en el riñón, en el corazón y en el cerebro. Es causada por la deficiencia total o parcial de una enzima llamada “alfa galactosidasa A” (α-Gal A). Esta carencia afecta a las células en las que se acumula un lípido que no logra degradarse por ausencia de esta enzima.
“Falta una enzima específica que destruye el globotriaosilceramida, un compuesto que se acumula dentro de los lisosomas de la células, las engrosa, las inflama y provoca los síntomas“, explicó a La Voz Norberto Guelbert, médico pediatra, genetista clínico y jefe del servicio de enfermedades metabólicas de la clínica universitaria Reina Fabiola, en la ciudad de Córdoba.
Se transmite a través del cromosoma X, que en la persona enferma (padre o madre) está mutado y, por lo tanto, el hijo lo hereda con dicha alteración. “Al tener un doble cromosoma XX, las mujeres afectadas pueden ser sintomáticas o asintomáticas. En el caso de los hombres que heredan ese cromosoma X mutado, son siempre sintomáticos”, precisó Guelbert.
El diagnóstico puede realizarse a través de un análisis de sangre buscando la enzima faltante o deficiente y también puede recurrirse a un estudio molecular. La mejora en los diagnósticos, el avance en las pruebas genéticas y los métodos de detección precoz han permitido una mayor identificación de pacientes.
Por tratarse de una enfermedad hereditaria, es clave que, a partir de un paciente diagnosticado o “caso índice”, se investigue dentro del árbol genealógico familiar, en el que habrá seguras probabilidades de encontrar más casos.
Los síntomas
Existen dos tipos de enfermedad de Fabry: la clásica, que aparece en la niñez, y su forma tardía, que surge en la edad adulta. La primera suele manifestarse entre los 5 y 6 años con dolores crónicos en la punta de los dedos, en las manos y en los pies.
“Es un dolor muy intenso, como si se tocara una brasa caliente. Muchas veces, los chicos deben meter las manos en agua fría para calmarlo. Es incapacitante y empeora con el tiempo. Se produce porque hay una alteración de los capilares sanguíneos que comprometen los nervios periféricos”, detalló el médico.
Los otros síntomas de alerta son la disminución o falta de sudoración que pueden provocar fiebres repentinas, los trastornos digestivos con dolor abdominal y diarreas recurrentes y los angioqueratomas, manchas en la piel de color rojo oscuro que aparecen en distintas zonas, sobre todo en la genital y cerca del ombligo.
“Muchos síntomas pasan inadvertidos, y si los médicos no sospechan la enfermedad, nunca se diagnostica. Así relacionan las diarreas con virus, los dolores de manos como psicosomáticos, recetan tranquilizantes y los pacientes van pasando de un médico a otro hasta que alguien piensa en el Fabry. Por eso la enseñanza médica también es importante”, apuntó Guelbert.

Maximiliano Gatto (42) es de Buenos Aires y vive en Córdoba desde hace cuatro años. Sus síntomas comenzaron en la niñez con dolores de pies y manos, con diarreas esporádicas y con estados febriles repentinos. “Llegué a casi no caminar, estaba en la cama todo el tiempo con dolores. No jugaba al fútbol, no corría, no tuve una infancia libre”, contó a este medio.
Según relató, los dolores eran agudos, podía dormir poco y los cambios de temperatura eran insoportables. “El verano era imposible. Vivía con los pies dentro de una palangana con hielo porque era lo único que me calmaba”, dijo.
En su forma tardía, las manifestaciones aparecen a partir de los 30 o 40 años y su diagnóstico, en general, se presenta cuando la enfermedad ha avanzado y ha complicado la función del corazón, del riñón o del cerebro.
La acumulación de lípidos en el riñón puede derivar en una insuficiencia renal con necesidad de diálisis o trasplante; en el corazón puede manifestarse por la presencia de miocardiopatías hipertróficas, arritmias o insuficiencias, y a nivel cerebral puede provocar accidentes cerebrovasculares (ACV) a edad temprana.
Los tratamientos
El tratamiento para esta enfermedad es relativamente nuevo y se remonta a los años 2000, cuando se aprobaron las terapias de reemplazo enzimático (TRE), es decir, que el paciente reciba un reemplazo de la enzima que le falta. Dependiendo del momento del diagnóstico, esto permite detener o retrasar el avance de la enfermedad.
En el país tenemos dos tipos de tratamientos: el endovenoso, que consiste en proporcionar la enzima cada 15 días, y la terapia oral en días alternos, que sólo es para un grupo reducido de afectados con funcionalidad deficiente de la enzima.
“A su vez, el paciente debe tomar diferente medicación como antiproteinúricos, analgésicos o anticonvulsivantes hasta que el reemplazo enzimático pueda ser suficiente para llevar una vida tranquila y sin otros tratamientos. Eso depende del momento en que uno comience, del tipo de afectación y de cómo tolere la medicación”, aclaró Guelbert.
La enzima utilizada en el tratamiento se produce mediante ingeniería genética en laboratorios de Estados Unidos y de Europa, lo que implica que el medicamento tenga un elevado costo para las obras sociales.
En búsqueda de una alternativa, el año pasado se logró desarrollar en nuestro país el primer biosimilar de una de las terapias de reemplazo enzimático, el primero de Argentina y de Latinoamérica. Se trata de la agalsidasa beta, del Laboratorio Biosidus, que actualmente está en fase de aprobación por Anmat.
Para probar su seguridad y eficacia, se inició un estudio con pacientes de Córdoba, de Buenos Aires y de La Rioja que se encontraban bajo tratamiento de reemplazo enzimático y se sustituyó el medicamento que usaban por el biosimilar de manufactura argentina.
Participaron del estudio el Centro de Enfermedades Metabólicas de la Clínica Universitaria Reina Fabiola de Córdoba; el Instituto de Nefrología Pergamino; el Centro Médico Santa María de la Salud y el Instituto de Investigaciones Clínicas Quilmes de Buenos Aires, y el Centro Oncológico Riojano Integral de La Rioja.
“El protocolo de investigación demostró que la medicación era igual a la que ya existía. Esto podría revolucionar a la farmacopea porque haría más accesible el tratamiento para los pacientes, quienes, al no tener cura, necesitan una provisión continua de la medicación”, afirmó el especialista.
Un “Fabry viviente”
Maximiliano fue uno de los elegidos para participar del estudio en Córdoba. Durante 18 meses, recibió la medicación viajando cada dos semanas a la ciudad desde su residencia en Cosquín. Actualmente, sigue el tratamiento con infusiones domiciliarias y con controles cuatrimestrales.
Pese a admitir que el nuevo medicamento funciona muy bien y que sus valores de laboratorio renales son ahora normales, contó que este no elimina los síntomas y que con el tiempo uno se acostumbra al dolor.
“Nosotros no notamos el sentirnos mejor o peor. Somos como una manzana que se está pudriendo por dentro y por fuera está impecable. En mi caso, soy una enfermedad que camina, un Fabry viviente. Tengo todos los síntomas, por eso también fui seleccionado para el protocolo”, contó.
Con un 96% de discapacidad visceral, hoy depende del tratamiento para no morir joven, y de su pensión para sostenerse. Tener fiebre empeora sus dolores, que lo hacen sentir casi en un agonía, no puede comer rápido porque su esófago digiere despacio y su vida cotidiana se ha vuelto cada vez más cuesta arriba.
“Muchas veces no me permite ni siquiera ir a trabajar. Yo no puedo tener un trabajo estable o en blanco porque constantemente tengo que pedir permisos para ir al médico. Me han echado de mucho lugares por eso”, sumó.
Y cerró: “Pero lo principal es que no sabés cómo va a responder tu cuerpo cada día. Hoy vivo de changas de albañilería y trato de manejar los tiempos sin comprometerme en cosas grandes porque hoy puedo estar bien, pero mañana cambia el clima y me atacan los dolores”.