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2025 ha sido un año turbulento en la geopolítica planetaria: el retorno de Donald Trump con su negacionismo climático y su agresiva guerra arancelaria; una Unión Europea centrada cada vez más en su seguridad interna por encima de la cooperación internacional; el recrudecimiento de las guerras en Medio Oriente, y un notable ascenso geopolítico de potencias emergentes encabezadas por China y Brasil, organizadas alrededor del bloque de los BRICS.
En estos días nos preguntamos quiénes son los BRICS y qué papel juegan en este escenario global. En respuesta a ello, aquí algunos datos importantes: esta alianza nace en 2009 como un contrapeso al G7 y en general a las instituciones fundadas bajo el sistema de Bretton Woods; sus miembros fundadores, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica le dan nombre, y actualmente cuenta con 11 países de pleno derecho (incluyendo desde 2023 a Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Indonesia e Irán) y 13 países asociados. En conjunto, los países BRICS+ representan más del 40% de la población, 37% del PIB y 44% de las emisiones de gases de efecto invernadero globales. Este grupo es sin duda una alianza poderosa de economías emergentes con un gran potencial de crecimiento económico y poder político, que toca vigilar de cerca para entender cómo se irá perfilando en el nuevo orden internacional.
La más reciente Cumbre de los BRICS, celebrada el 6 y 7 de julio pasados en Río de Janeiro, fue un ejemplo interesante del dilema que estos países tienen sobre su liderazgo internacional. En su declaración conjunta, abordaron temas cruciales como el fortalecimiento del multilateralismo, el financiamiento climático y la cooperación Sur-Sur, e incluso dieron un respaldo a la iniciativa brasileña denominada Fondo de Bosques Tropicales para Siempre.
También siguen avanzando de manera decidida con una de sus iniciativas estelares para cambiar la balanza del sistema financiero internacional a través de su Nuevo Banco de Desarrollo que, entre otras cosas, cuenta con un sistema más equitativo y eficiente de participación accionaria, gobernanza y modelo de operaciones que otros bancos multilaterales de desarrollo, y que determinó que 60% de sus recursos vaya a proyectos sostenibles, lo que podría dinamizar la financiación de países en desarrollo y habla favorablemente de su enfoque de cooperación Sur-Sur desde la acción directa y operativa.

No obstante, y a pesar de que los países del grupo reafirman su compromiso con impulsar transiciones justas y equitativas, persisten profundas contradicciones entre sus declaraciones políticas, la apropiación del papel que juegan en la crisis climática global, y sus acciones y políticas internas. Por un lado, la Declaración de Río habla de la urgencia climática, pero insiste en la importancia de los combustibles fósiles en el desarrollo futuro e ignora toda referencia a energías renovables, yendo en directa contravía de ese multilateralismo que defienden y de sus propios potenciales de incidencia en la transición energética global. Esto es gravísimo en virtud de que Arabia Saudita, Rusia, Emiratos Árabes Unidos, China, India, Indonesia, Irán, Sudáfrica y Brasil se encuentran entre los 10 principales productores de petróleo, carbón y gas del mundo.
Asimismo, mientras China e India lideran a nivel global la producción de energías renovables, todavía dependen significativamente del carbón y de otros combustibles fósiles. Brasil anuncia compromisos ambiciosos para detener la deforestación y lidera la COP30, pero pretende expandir la exploración petrolera en la Amazonia, lo cual es un golpe durísimo a este ecosistema frágil, a las comunidades indígenas que lo habitan y a los esfuerzos climáticos globales. Y Rusia, que difícilmente aplica como un país del Sur Global, se propuso alcanzar la neutralidad de carbono en 2060, pero continúa priorizando la expansión de sus exportaciones de gas y petróleo en favor de su posicionamiento geopolítico, alimentando la agresión contra Ucrania.
Henos aquí, entre los países del Norte Global que han iniciado una retirada de su liderazgo global, al ser incapaces de responder adecuadamente a las necesidades urgentes del mundo en desarrollo; y el naciente poderío de este bloque de economías emergentes con capacidad económica y política para redefinir la gobernanza global, inclusive en términos de acción climática, pero con la incógnita de si tendrán la voluntad política y la determinación de impulsar una transformación profunda del modelo actual de desarrollo económico.
En ese sentido, el doble desencanto, con las promesas incumplidas del Norte Global y con las interrogantes alrededor de liderazgos emergentes como el de BRICS, acentúa la urgencia de articular una voz regional fuerte y autónoma en un orden mundial en recomposición. América Latina debe decidir estratégicamente cómo insertarse en este nuevo escenario, no como espectadora pasiva, sino como protagonista de su propio futuro climático, con una agenda regional autónoma que promueva nuestra propia independencia económica y energética y proteja nuestros ecosistemas. Esto implicará también aprovechar estratégicamente la coyuntura actual, en particular el liderazgo temporal de Brasil en los BRICS y en la COP30, para exigir compromisos climáticos concretos y firmes.