Decir que la rebelión de Pamela Anderson es no usar maquillaje es apenas la cáscara de algo mucho más profundo. Sus imágenes del “antes y el después” copan las redes y los titulares no solo banalizan la historia, si no que prefieren seguir capitalizando el morbo, hacer más picadillo del mito y quedarse en el plano más superficial: si se pone o no refills y que cómo “tuvo las agallas” de “envejecer al natural” ante las cámaras.

En un mundo donde la perfección efímera, los retoques digitales y las caritas modeladas con bótox dominan las tendencias en las redes, la estrella de Baywatch va más lejos. No sólo desafiando las imposiciones de la belleza hegemónica de la que pareció ser su más pura encarnación. También protagonizando una evolución personal donde, como ya caminó el autoconocimiento y desocultó su sombra, invita en cada paso (en las alfombras rojas y fuera de ella) a repensar qué significa el éxito y la belleza hoy.

Con una nueva narrativa que abraza un estilo de vida auténtico y de espaldas al make up y a los filtros, Pam termina de sellar la idea de que, aunque la industria la haya explotado como ícono sexual y como objeto depositario del placer, la total soberanía de cómo es vista en la actualidad y a sus 58 años sólo le pertenece solo a ella misma.

Aunque hoy se cristaliza en las red carpets y cada vez que le preguntan cómo lleva el paso del tiempo (ella también tuvo esos titulares de antaño del tipo “Me siento mejor que a los 20”), su liberación de los mandatos edadistas –esas leyes preconcebidas culturalmente de cómo debe verse alguien adulto– viene desde hace rato.
Tiempo atrás, la serie Pam & Tommy (Star+) había puesto el foco en uno de los episodios más traumáticos de su vida: la filtración del primer video sexual de la historia. El drama biográfico no solo narraba el robo de la cinta casera, sino que también expuso cómo la cultura explotó a un ícono sexual como Anderson, repensándola, incluso, desde una perspectiva feminista.

La serie protagonizada por Lily James y Sebastian Stan también es la historia de cómo la industria del entretenimiento y el porno descartó a las mujeres como meros objetos de consumo y satisfacción masculina. Y claro que la cadena de explotaciones se desató con el robo del video, cuando su intimidad, dignidad y consentimiento fueron violados sistemáticamente.
“No tengo ningún derecho. No pueden decir la verdadera razón. Que yo no puedo decidir lo que pasa con mi cuerpo”, dijo el personaje luego de que la justicia desestimara su demanda. En un discurso reivindicatorio, la actriz ficticia continúa: “Porque pasé mi vida pública en traje de baño. Porque yo tuve el atrevimiento de posar para Playboy. Pero no pueden decir que las putas, y es lo que dice esta sentencia que soy… No pueden decir que las putas no pueden decidir lo qué pasa con las imágenes de su cuerpo”.

La opinión pública la puso “en penitencia” por sus decisiones, recordándoselo en cada reproducción de sus planos más íntimos, pero antes los productores se hicieron un festín con ella. No sólo haciéndole repetir tomas descaradamente: teniendo que escuchar comentarios reprobables y, por supuesto, sin que ella tuviera la opción de decir ni mu.
Todo eso es parte de la historia que obligó a Anderson a cuestionar la belleza hegemónica y el rol que ejerció. Su tranquila vida en Vancouver Island le permitió ver la fama con otra perspectiva, redefinir la idea de éxito y cuestionar cómo debe lucir y mostrarse ante el público. Tanto es así que lo hizo sin responder a los must do del showbiz: simplemente como una mujer de su edad.

Desde hace un tiempo enfocada en el bienestar personal, se inclinó por el disfrute de las pequeñas cosas, el contacto con la naturaleza, el cultivo de su jardín y decisiones sostenibles. En una entrevista con Harper’s Bazaar UK, Anderson compartió cómo esta transformación fue una evolución, no una reinvención, eligiendo la comodidad y un estilo sencillo sobre lo ostentoso.
Consciente de que su imagen pública no reflejaba su personalidad real –porque, conto, siempre fue una persona tímida–, la actriz reveló la importancia de haber podido liberarse de viejos estereotipos de belleza que la tenían prisionera. “La vanidad es una prisión. Una vez que la podés dejar atrás, ahí sos libre. La verdadera belleza es la libertad de ser vos mismo”, explicó.

Mientras para cualquier evento de alto perfil sus colegas lo primero que hacen es calendarizar sus visitas al esteticista en busca de la “eterna juventud”, su elección de mostrarse de la manera más natural posible es la demostración de que ahora es ella quien retomó el control de su propia imagen.
Hoy en pareja con Liam Neeson (73) asegura, su plenitud no proviene del reconocimiento o validación externa, sino del equilibrio entre el pensamiento propio, el bienestar personal y una vida consciente. La suya es la historia de quien pudo darle doble vuelta de llave a la cárcel que la asfixiaba básicamente dejando de complacer.
