A los 31 años, Nacho Pérez Cortés se pone en la piel del Gitano en Sandro, el Gran Show, una experiencia musical que emociona al público desde el escenario del Teatro Coliseo. Bajo la dirección artística de Ana Sans y Julio Panno, con dirección musical de José Luis Pagán, la obra no busca imitar sino evocar, y en ese gesto colectivo y sensible reside su potencia.
“Yo no hago a Sandro, pero utilizo formas para que aparezca en escena. Se empieza a armar entre todos”, cuenta el actor, que comparte cartel con Alan Madanes, Sofía Val y Malena Rossi.
Con un repertorio que forma parte del inconsciente colectivo, el actor reconoce que el primer acercamiento fue movilizante. “Es una locura realmente. Al principio tenía mucha preocupación porque es un repertorio que es parte de la gente y de la cultura”, admite. Pero con el correr de las funciones, que describe como “hermosas”, descubrió algo que lo tranquilizó: “Desde el primer momento se siente el amor hacia él y nos incluye a nosotros”.

Pérez Cortés confiesa que antes del proyecto no era fanático del ídolo, aunque lo conocía como figura icónica: “No lo había escuchado tanto. Lo conocía como ícono cultural. Sabía quién era y tenía idea de la iconografía: la rosa, las patillas… Conocía los temas más conocidos”.
Fue en los ensayos cuando empezó a comprender su profundidad artística: “Ahora lo amo. No sabía lo vanguardista y punk que era. Todo el tiempo iba corriendo la moda de la época. Además en el escenario él tenía un gran valor actoral y no sé si se lo relaciona tanto con el gran actor que era”.
La propuesta escénica lo obligó a construir desde un lugar distinto: “El concepto parece muy complejo porque tengo que ser, pero no parecer”, explica. “Vi muchos conciertos y entrevistas, quería saber cómo pensaba. Él canta desde el cuerpo. Es una vibración. En el escenario no tengo pasos tan marcados. Hago lo que me pinta. Trato de sorprenderme a mí”, añade sobre los recursos a los que se aferró para poder interpretarlo.

Una de las pruebas más intensas fue la respuesta de las fanáticas de Sandro, las legendarias “Nenas”. “Fue hermoso. Conocimos a Mabel que tiene un programa de radio. Nos trajo un álbum de fotos de ella con Roberto. Él tenía una relación muy linda con sus fanáticas”, recuerda con ternura. “Nos vinieron a ver y la pasaron bien. Nos dieron mucho apoyo y en el primer momento era clave. Tener su validación fue bastante importante”, revela sobre la reacción del icónico club de fans.
Otro momento especial fue cuando Olga Garaventa, la viuda del artista, los vio en escena: “Ella estuvo en el proyecto desde el inicio, pero lo vio a partir del estreno. Cuando vino a vernos fue muy mágico. Ella repetía todo el tiempo que sentía que se le venía Roberto… Despierta sensaciones que no se puede racionalizar mucho. Es algo que te pasa por el cuerpo”.

Rosarino de nacimiento, Nacho se subió a un escenario por primera vez a los siete años y nunca se bajó. Su carrera incluye musicales como Avenida Q, Piaf con Elena Roger y Rocky Horror Show. Pero también guarda una anécdota cinematográfica que lo marcó para siempre: en 2018 audicionó con Steven Spielberg.
“Fue una locura. Me dijeron que él me quería ver a la otra semana. Nunca había hecho una película y tenía que audicionar ante el director más importante del mundo”, rememora. “Cuando llegó Steven fue un divino. Estaba con una mini camarita y mientras pasábamos las escenas se metía en el medio a grabar. Está siempre en la búsqueda. Eso es lo más lindo”, detalló sobre la experiencia internacional que atravesó.
Aunque finalmente no quedó en el proyecto, estas audiciones lo transformaron: “Fue duro, pero al mismo tiempo fue bisagra. Parecía una joda porque había hecho tanto para que me dijeran que no. Entendí que no hay nadie que te salva, que es una construcción y un proceso que lleva años… La decisión de otro no me define sobre quién soy y sobre lo que hago”.
Hoy, subido al escenario del Teatro Coliseo, se entrega cada noche a la intensidad de interpretar canciones que no le pertenecen pero que asume como propias: “Tenemos que salir todas las noches a defender un repertorio que no es nuestro como si fuéramos nosotros. Eso es lo loco de la propuesta”. Y en ese juego sincero, Nacho logra que la magia suceda: “Cuando salgo de escena y los espectadores me dicen que lo vieron a Sandro, es lo mejor que me pueden decir. Porque ese es el objetivo”.