Por Eduardo Vior*
El mundo cambió y está cambiando aceleradamente, y hay que darse cuenta porque, si no, veremos pasar el tren a toda velocidad: se acabó el mundo del imperio único. A partir del fin de la Guerra Fría, en 1990, Estados Unidos se había convertido en la potencia única que regía el mundo con un proyecto globalizador en el que, junto con algunos aliados, se planteaba la organización a su modo. Esto suponía una gran timba financiera permanente.
En este camino, Estados Unidos alimentó al monstruo que se lo iba a comer, que es China. Porque confiaron en el trabajo barato de China, se fueron empresas norteamericanas a producir allí y les entregaron tecnología. Y China, con una sabiduría muy grande, aceptó la tecnología y las inversiones y reprodujo esto en su país. Así, nos encontramos hace unos años con que China es la nación más avanzada del mundo tecnológicamente. Estados Unidos no está en condiciones de competir con China y se ha desindustrializado brutalmente.
Donald Trump tiene una profunda conciencia de la decadencia de Estados Unidos y de la necesidad de recuperar las posiciones perdidas en la carrera por la hegemonía mundial. Por lo tanto, Trump planifica dejar de meternos en todas partes y reconcentrar fuerzas en América del Norte y el Caribe. Por eso, va a tratar de recuperar el tiempo perdido, reindustrializando y fomentando sus tecnologías.
Esto le va a costar mucho porque, en Estados Unidos, esto implica tocar el poder de los bancos. Y no nos olvidemos de que Estados Unidos tiene una deuda pública de 36 billones de dólares. Y de esa deuda maman los bancos norteamericanos. Por eso, el principal enemigo de Trump no está afuera, sino adentro.
Hay muchas contradicciones entre Trump y la extrema derecha de otros países. En Argentina y otros países en los que gobierna la extrema derecha, en el mejor de los casos, se trata de anarcocapitalistas que benefician a unos pocos grupos a costas del Estado y la comunidad. Pueden proclamar su lealtad a Trump todo lo que quieran, que él los va a usar si los necesita. Y, si no los necesita, los va a dejar en la banquina, como hace con el presidente de Ucrania, (Volodímir) Zelenski.
Acuerdo económico y posible salida del Mercosur
El anuncio del Gobierno de un acuerdo económico con Estados Unidos es tirar la pelota a la tribuna a una altura muy alta. ¿Uno se imagina a los agricultores norteamericanos aceptando la importación de soja o carne argentinas? Es algo imposible que no tiene sentido porque Argentina y Estados Unidos son competidores en el mercado mundial: ambos exportamos productos agropecuarios, petróleo y gas. Estados Unidos tiene el control político y financiero del país, no tiene necesidad del acuerdo.
Que Argentina salga del Mercosur para hacer un acuerdo económico con Estados Unidos sería como ponerse desnudo en la mesa de operaciones y que el cirujano trabaje sin anestesia. Esto es entregarse a un descuartizamiento del país sin ninguna posibilidad de defenderse. No hay ninguna ventaja posible para Argentina en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos u otros países, como la Unión Europea.
Para que uno pueda resistir en condiciones de libre comercio, sin barreras aduaneras o sistemas arancelarios que protejan, hay que tener un sistema financiero que permita acceder barato al crédito, condiciones de estabilidad económica y monetaria, e infraestructura y buenos servicios que abaraten los costos. Y estos días estamos con media Área Metropolitana de Buenos Aires sin luz. ¿De qué ventaja comparativa podemos hablar? Estamos a años luz de implementar este libre comercio.
A pesar de la política de destrucción de la industria de (Javier) Milei, las automotrices son las únicas que han ganado mucho gracias al Mercosur porque la asociación automotriz con Brasil ha sido muy ventajosa para el sector. Aunque ahora está habiendo cambios con la movilidad eléctrica.
*Analista internacional