En nuestro país existen muchas tradiciones y una de ellas es la práctica –o mala práctica– eurovisiva de encumbrar a alguien a lo más alto para luego lanzarlo al vacío con la misma pasión con la que lo aplaudimos. La onda expansiva de las críticas a Melody, por su comportamiento y su paso por Eurovisión, no se apaga con el transcurso de los días, sino todo lo contrario. La niña prodigio, la que creció con nosotros hasta estar dispuesta a enfundarse un traje de diva de los noventa y representar a España. Todo iba bien, no decaían ni la esperanza ni la ilusión por quedar en los puestos de arriba. Y todo cambió con esa diva situada en la tercera de la lista empezando por abajo y la desaparición inmediata de Melody.
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