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domingo, noviembre 2, 2025

Escasean, pero quieren dos

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Ante un mundo con más incertidumbres que certezas, con las democracias asediadas por líderes patoteros y con dos guerras atroces, alarma que en Occidente no surjan líderes de clara convicción republicana, con la talla y el aplomo necesario para conducir la nave en medio de la tormenta.

Los políticos europeos son serios y responsables, sin duda, pero han sido incapaces de contener la ola autoritaria y nacionalista. Faltan figuras del peso de Margaret Thatcher, Tony Blair, Vaclav Havel o Angela Merkel. Ante el estilo prepotente de Donald Trump, ni sus adversarios del partido Demócrata ni los propios republicanos de tradición liberal, saben cómo hacerle frente. Ronald Reagan, Bill Clinton, Barack Obama son apenas re recuerdos de una época pasada.

Los tiempos son otros y los líderes escasean. Pero en este Uruguay ajeno a los avatares del mundo, existe la convicción entre muchos blancos, de que debe haber una alternativa al fuerte liderazgo de Luis Lacalle Pou en el Partido Nacional. Tienen un líder, un bien escaso si lo hay: ahora quieren dos.

Como si fuera tan fácil.

Los procesos políticos tienen su propia lógica. No hay reglas científicas que determinen de qué manera emerge un líder. A veces faltan cuando más se los necesita y otras veces sobran.

El fenómeno Lacalle Pou tomó de sorpresa a buena parte de los analistas que no lo vieron venir. Señales hubo, pero pocos prestaron atención. El votante común sí lo vio mucho antes que los periodistas y los politólogos, que siguen sin entender a llegó Lacalle Pou. Para estudiar una realidad así, no sirven sus sesgadas categorías académicas.

Pueden, con tono doctoral, explicar los flujos y reflujos de la izquierda y ensalzar a José Mujica. Pero cuando hay que observar, analizar y estudiar lo relacionado a los otros partidos, no saben hacerlo. Dejan su impostación académica y se vuelven militantes.

Fue su carisma, su empatía con la gente, su talento como estratega y su manera de entender la realidad, lo que lo llevó a conducir exitosamente un gobierno de coalición y a quedar bien ubicado para futuros roles de liderazgo en el país.

El Partido Nacional debería estar satisfecho. Por donde menos lo esperaba se encontró con un líder con presencia, visión y llegada a la gente. Sin semejanzas con los líderes previos; ni con la formidable estatura de un Wilson Ferreira Aldunate, ni tampoco con figuras como Lacalle Herrera o Jorge Larrañaga.

Es otra cosa, otra realidad, otro tiempo.

Por eso son anacrónicos los análisis de algunos dirigentes, por lo general de generaciones mayores, sobre la necesidad de volver a las dos grandes corrientes: el wilsonismo y el herrerisimo, con sus respectivos conductores. Ambas son una referencia para entender al partido, el quehacer político y el país. Sin embargo, no tiene sentido reproducir un funcionamiento que se ciñó a los 80 y los 90.

La realidad hoy es otra, con un Frente Amplio transformado, con la Coalición Republicana buscando acomodarse al actual mapa político, todo en un mundo que se aleja del modelo democrático al que aspiraban los países latinoamericanos tras décadas de dictaduras militares.

El Partido Nacional tiene todavía corrientes internas, pero de contornos borroneados comparado con lo que hubo antes. Y como líder, Lacalle Pou las abarca a todas; está por encima de ellas. Su partido hoy es más coherente que hace unos años. Algunos dirigentes parecen añorar las pujas internas, pero ante una realidad cambiada donde para gobernar es necesario hacer alianzas sólidas y para ganar hay que ajustarse a las reglas electorales de lemas y sublemas, quizás esa coherencia sea saludable, del mismo modo que lo es contar con un liderazgo como el de Lacalle.

En estos tiempos en que hay ausencia de grandes figuras, muchos partidos alrededor del mundo deben envidiar al Partido Nacional. Cuenta con un bien escaso, y además de factura fuerte.

Por eso es llamativo el reclamo de algunos blancos de que sería bueno contar con un líder paralelo.

Será bueno, si se da. Y además si ese segundo tiene talante para ello. Pero no son cosas que se fabrican en un laboratorio. No se crean líderes con fórmulas artificiales. No se inventan porque a algún teórico se le ocurre.

Los blancos tienen mucha suerte, no solo de contar con una figura como la de Lacalle sino de un núcleo quizás reducido pero sólido en la segunda línea. Fue eso lo que permitió, estando en el gobierno, tener un buen equipo de gestión.

El desafío hoy no es hacer crecer a ese partido, sumando corrientes ya no tan definidas como algunos quisieran. El desafío es mantener la identidad partidaria y a la vez consolidar la Coalición para volver a gobernar.

La gestión del presidente Yamandú Orsi está demostrando de que con el anterior gobierno se inició un camino de transformaciones necesarias, que quedó interrumpido. Retomar ese camino debería ser hoy la prioridad para las dirigencias blancas, coloradas e independientes.

Importa eso y no distraerse en cosas que no llevan a ningún lado.

Redacción

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