Las proyecciones económicas recientes para América Latina y el Caribe pintan un panorama sombrío. Organismos internacionales como el Banco Mundial han emitido informes que sugieren una trayectoria de crecimiento decepcionante para la región, incluso por debajo del ya bajo promedio global. La pregunta que surge es si este estancamiento es un fenómeno pasajero o si, por el contrario, la región está atrapada en una dinámica estructural que la condena a un desempeño económico mediocre durante años. Para muchos, las señales apuntan a lo segundo, y la raíz del problema se encuentra en una combinación de debilidades internas crónicas y una adaptación insuficiente a los desafíos globales.
El bajo crecimiento no es un accidente; es el resultado de problemas arraigados que han persistido a través de diferentes ciclos políticos y económicos. Uno de los factores más persistentes es la baja productividad. El capital humano y la inversión en tecnología a menudo no son suficientes para generar los saltos de eficiencia necesarios para un crecimiento sostenido y de calidad. Muchas economías de la región siguen dependiendo en gran medida de la extracción y exportación de materias primas. Esta dependencia las hace extremadamente vulnerables a los vaivenes de los precios internacionales, un patrón que se repite una y otra vez, impidiendo la diversificación y la creación de industrias de mayor valor agregado.
Otro pilar del estancamiento es la debilidad institucional. La falta de un Estado de derecho robusto, la persistencia de la corrupción y la inestabilidad política crean un entorno de elevada incertidumbre. Esto frena la inversión a largo plazo, tanto nacional como extranjera, ya que los inversores evitan exponer su capital en lugares donde las reglas del juego pueden cambiar abruptamente. La informalidad laboral, por su parte, sigue siendo alta, lo que reduce la base tributaria, limita la capacidad del Estado para invertir en infraestructura y servicios públicos, y mantiene a grandes segmentos de la población fuera de los sistemas de protección social y oportunidades de capacitación formal.
A estos factores se suman consideraciones relacionadas con la cultura del trabajo y la organización colectiva. Es innegable que las actitudes hacia el ahorro, la inversión, el riesgo empresarial y la organización social para objetivos comunes pueden influir en el desempeño económico. Si bien es un tema delicado y complejo, una cultura que no prioriza la meritocracia, la planificación a largo plazo o la cooperación efectiva para el bien común puede, de manera indirecta, perpetuar un ciclo de oportunidades perdidas y de bajo crecimiento, independientemente de la riqueza de recursos naturales. Los países que logran despegar económicamente a menudo tienen fuertes narrativas colectivas que impulsan la disciplina, la educación de alta calidad y la inversión productiva.
Para escapar de esta trampa de bajo crecimiento, se requiere una acción política decidida y una visión de largo alcance que trascienda los periodos electorales. Las soluciones, aunque complejas, son conocidas. En primer lugar, es crucial emprender reformas que mejoren la eficiencia del sector público y garanticen la seguridad jurídica. Esto implica luchar activamente contra la corrupción, simplificar la burocracia para la creación de empresas y fortalecer el sistema judicial.
En segundo lugar, se necesita un cambio en el modelo de desarrollo hacia la sofisticación productiva. Los gobiernos deben fomentar la inversión en infraestructura digital, impulsar la educación en ciencia y tecnología, y ofrecer incentivos claros para la investigación y el desarrollo. Dejar de ser meros exportadores de materias primas requiere una política industrial activa que promueva clusters de conocimiento y manufactura de valor. Esto debe ir acompañado de una política fiscal que sea a la vez equitativa y eficiente, capaz de financiar estas inversiones sin sofocar la iniciativa privada.
Finalmente, es esencial abordar las persistentes desigualdades que caracterizan a la región. Una sociedad con grandes brechas entre ricos y pobres es una sociedad con potencial económico limitado, ya que vastos sectores de la población quedan excluidos del mercado de consumo y de las oportunidades de movilidad social y productividad. Invertir en capital humano –en salud, nutrición y educación de calidad universal– es la inversión más rentable para un crecimiento inclusivo y sostenible.
Las perspectivas de crecimiento anémico son una seria advertencia, pero el análisis de la región debe tener un lado que no solo se concentre en los obstáculos. Si bien la economía de América Latina enfrenta desafíos formidables, su contexto actual también ofrece grandes oportunidades, sobre todo para aquellos con capital, conocimiento y una red de contactos sólida.
Claro que la misma «inmadurez» o subdesarrollo de muchos mercados que se señala como una debilidad puede ser, paradójicamente, una fuente de grandes retornos. En economías con menor competencia y donde muchos sectores operan con ineficiencias notables, los márgenes de beneficio pueden ser sustancialmente mayores para quienes introducen modelos de negocio modernos, tecnología o simplemente una gestión empresarial más rigurosa.
En los mercados más desarrollados, la competencia es feroz y los márgenes son estrechos; en América Latina, la oportunidad existe para quienes pueden resolver problemas de larga data, ya sea en logística, servicios financieros o distribución. La falta de infraestructura, por ejemplo, es un problema, pero para una empresa de construcción o tecnología de fintech que ofrezca soluciones, es una mina de oro.
La región no solo es un mercado de consumo con una población numerosa y joven, sino un territorio con vastos recursos naturales y energéticos que serán cruciales en la transición global hacia una economía más verde. La necesidad de modernizar, de digitalizar y de formalizar la economía ofrece un campo de juego abierto para el capital que sabe dónde buscar e invertir. Es un hecho que el crecimiento general puede ser bajo, pero el crecimiento particular en sectores clave puede ser explosivo, beneficiando de forma desproporcionada a los primeros en moverse y a los más audaces. Por lo tanto, mientras los grandes indicadores macroeconómicos invitan al pesimismo, la perspectiva de la iniciativa individual y la inversión sectorial inteligente encuentra en el propio subdesarrollo de la región una promesa de prosperidad.
El futuro latinoamericano depende de transformar problemas estructurales, como baja productividad y débil institucionalidad, mediante reformas políticas profundas. Sin embargo, la aparente debilidad regional esconde una ventaja: mercados subdesarrollados ofrecen márgenes de ganancia enormes para el capital, conocimiento e innovación. La verdadera condena no es el bajo crecimiento proyectado, sino la parálisis ante el potencial de inversión que existe precisamente por la necesidad urgente de modernización en sectores clave.
Aclaración: La información y/u opiniones emitidas en este artículo no representan necesariamente los puntos de vista o la línea editorial de Cointelegraph. La información aquí expuesta no debe ser tomada como consejo financiero o recomendación de inversión. Toda inversión y movimiento comercial implican riesgos y es responsabilidad de cada persona hacer su debida investigación antes de tomar una decisión de inversión.