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domingo, octubre 12, 2025

Está en Prime Video y es la película más triste del catálogo: enamora y destruye el corazón al mismo tiempo

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Hay filmes que no sólo se ven, sino que se sienten y dejan un eco cuando terminan, una especie de vacío entre el pecho y el estómago que cuesta llenar. Expiación, deseo y pecado (2007) es una de ellas.

Ambientada en la Inglaterra de entreguerras, cuenta la historia de un amor imposible que nace, arde y se desintegra entre la inocencia y el error, entre lo que se dijo y lo que jamás debió haberse dicho.

La película -dirigida por Joe Wright y basada en la novela de Ian McEwan- es una tragedia romántica con precisión quirúrgica. Todo en ella está cuidado: la luz, los silencios, las miradas, los objetos que permanecen en la memoria. Es la clase de película que obliga a detenerse y a observar cada plano como si se tratara de un cuadro.

Con una fotografía que parece sacada de un sueño y un vestuario que se volvió ícono (… ese vestido verde de Keira Knightley ya es parte de la historia del cine), Expiación, deseo y pecado logra lo que pocas películas románticas consiguen: convertir la tristeza en belleza pura. Y eso, en tiempos de historias efímeras, es un lujo.

Un error que cambia destinos

La historia comienza en 1935, en una mansión inglesa de verano. Cecilia Tallis (Keira Knightley) es la hija mayor de una familia acomodada; Robbie Turner (James McAvoy), el hijo del ama de llaves, un joven brillante que sueña con estudiar medicina. Entre ellos hay una atracción que crece en silencio, contenida por las diferencias sociales. Pero una carta, un malentendido y una mentira dicha en el momento equivocado bastarán para destruirlo todo.

La pequeña Briony (Saoirse Ronan), hermana menor de Cecilia, es testigo de un encuentro entre los amantes y malinterpreta lo que ve. Su imaginación -propia de una niña que quiere ordenar el mundo con palabras- se convierte en una condena. Cuando un crimen sacude la casa, Briony acusa a Robbie, sin entender que está sellando su destino y el de su hermana.

El resto es consecuencia. Robbie es encarcelado, la guerra lo arrastra al frente, Cecilia lo espera entre cartas que no llegan, y Briony crece con una culpa que no se borra. La expiación del título no es solo moral: es emocional, estética, narrativa. Es el intento desesperado de darle otra versión a lo que ya no tiene remedio.

Con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo, Expiación despliega una coreografía perfecta entre el caos y la melancolía. La famosa escena del desembarco en Dunkerque -filmada en un solo plano secuencia de cinco minutos- condensa el espíritu de la película: la belleza y el horror, el desamparo y la épica. Es una pintura viva del desconsuelo.

En paralelo, la historia avanza desde los ojos de Briony, ya adulta, intentando reparar lo irreparable. Convertida en escritora, usa la ficción como último refugio, como modo de pedir perdón.

El guion, ganador del Oscar, logra transformar la culpa en una forma de arte. Porque Expiación no se queda en el drama romántico: se adentra en la psicología del arrepentimiento, en la imposibilidad de rehacer los actos, y en la forma en que la literatura intenta, en vano, corregir la vida.

Keira Knightley y James McAvoy: química y contención

Keira Knightley y James McAvoy y un trabajo que conmovió.

La película brilla gracias a ellos. Keira Knightley despliega una elegancia contenida que recuerda a las grandes heroínas trágicas. En Cecilia, cada movimiento parece pensado: el modo en que fuma, cómo sostiene una copa o cómo camina hacia el lago con el vestido verde que se volvió símbolo de deseo y condena.

James McAvoy, por su parte, entrega una de las actuaciones más intensas de su carrera. Su Robbie es tierno y estoico, un hombre que ama con pureza en un mundo que lo juzga por su origen. Su mirada al final de la escena en la fuente, antes de ser acusado, resume todo: el deseo, la inocencia perdida, el peso del destino.

Y entre ellos, una tercera figura completa el triángulo: Saoirse Ronan, en su debut cinematográfico, logra transmitir con apenas trece años la mezcla de inocencia y poder que define a Briony. Su interpretación es el hilo conductor de toda la historia: la que ve, la que acusa, la que recuerda, la que intenta reparar.

Estética, música y el arte de la tristeza

La estética, una de las claves del filme.

Visualmente, Expiación, deseo y pecado es impecable. El trabajo del director de fotografía Seamus McGarvey transforma cada plano en un poema visual: los reflejos en el agua, la luz filtrada por los ventanales, los paisajes de guerra cubiertos de polvo. La estética es tan cuidada que el dolor se vuelve casi hermoso.

El montaje, acompañado por la música de Dario Marianelli, juega con los sonidos de una máquina de escribir, marcando el ritmo de la narración y el paso del tiempo. Es un recurso tan original como hipnótico, que refuerza el peso de las palabras: las que acusan, las que absuelven, las que intentan reconstruir la historia.

Pocas películas logran que la tristeza sea tan bella. Expiación… no solo duele, también deslumbra. Es la demostración de que, a veces, lo que más nos rompe es lo que más recordamos. Y que el cine, como la literatura, puede ser también una forma de perdón.

Redacción

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