“En realidad me trajo la rana”, responde el biólogo conservacionista Federico Kacoliris cuando le preguntas qué lo llevó a la meseta de Somuncurá, palabra que en lengua tehuelche significa “roca que habla” y que hace alusión al sonido del viento sobre este sitio en medio de la Patagonia, esa vasta región en el sur de Argentina y Chile de climas extremos, salpicada de mesetas.
La de Somuncurá tiene casi la superficie de Bélgica. Se despliega entre las provincias de Río Negro y Chubut en Argentina. En uno de sus bordes está el Arroyo Valcheta, que nace y muere ahí. ”El término técnico es cuenca endorreica”, precisa Kacoliris sobre este pequeño oasis, el cual no tiene contacto con otros cuerpos de agua, ni desemboca en el mar. Está aislado. Esa característica y su origen en surgentes termales —que mantienen una temperatura constante entre 22 y 26º centígrados todo el año, algo inusual para las aguas frías de la Patagonia argentina— permitieron la evolución de especies microendémicas. Una de ellas es la ranita del Valcheta (Pleurodema somuncurense), que habita las cálidas cabeceras del arroyo en Río Negro.
En Buenos Aires, dos especies nativas de venado enfrentan la caza, la fragmentación de su hábitat y los ataques de perros, amenazas que han reducido drásticamente sus poblaciones. En los últimos años, un grupo de investigadores experimenta con drones y modelos de IA para contar cuántos quedan.
El científico argentino no fue el único que hace 15 años quedó cautivado por el lugar y por la diminuta rana (apenas alcanza los cinco centímetros como adulta, el tamaño de una pila doble A). Desde sus primeras visitas, junto a colegas y amistades, se plantearon evitar la pérdida del ecosistema y de la especie catalogada en peligro crítico de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés).
La ranita es también uno de los 100 principales anfibios EDGE del mundo, y la única especie argentina bajo esta clasificación que la reconoce como una especie de rareza evolutiva en peligro global. Su género, Pleurodema, se separó de los otros anfibios hace 55 millones de años. “Están tan estrechamente emparentadas con otras ranas como una mangosta con un oso polar”, describe la Sociedad Zoológica de Londres.
Desde la estación biológica de la Fundación Somuncurá, de la que es presidente, Kacoliris me toma la videollamada. Me cuenta el plan que el grupo científico puso a andar hace una década para salvar a la rana del Valcheta. Su labor y compromiso, con Kacoliris como representante, fueron reconocidos con el Premio Whitley para la Naturaleza, prestigioso galardón en el ramo de la conservación ambiental.
Para recuperar el hábitat de las poblaciones han cercado algunas zonas
Fundación Somuncura
Truchas, pisadas de vacas y poblaciones aisladas
El también investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y docente de la Universidad Nacional de La Plata detalla que, al inicio, cuando se sabía poco sobre la ranita y su ecosistema, actuaron bajo el principio precautorio: “Con poca información tratás de construir una historia y determinar si la especie está amenazada”. Sabían que su distribución era limitada, pero no cuánto ni por qué.
La tesis doctoral de la científica Melina Velasco marcó el punto de partida. Ella identificó cuántas ranas quedaban y dónde, proporcionó información sobre su historia natural y las amenazas que el anfibio enfrentaba. El diagnóstico resultó más complejo de lo esperado.
De las nueve poblaciones conocidas, dos estaban extintas localmente. Las demás tenían diferentes grados de aislamiento, sobre todo por la presencia de la trucha arcoíris, especie invasora introducida en Argentina para fomentar la pesca deportiva. “Fue como meter un león en un campo con ovejas”, dice Kacoliris. La trucha empezó a depredar especies endémicas. Las ranas y las mojarras desnudas, otra especie que solo habita ese rincón del mundo, quedaron confinadas en pequeños parches, sobreviviendo gracias a los saltos de agua naturales que impedían el ingreso de las truchas.
Como en otros países, la trucha arcoíris llegó a Argentina para promover la pesca deportiva.
AFP/Getty Images
Kacoliris advierte que una crecida podría romper esas barreras, causar el ingreso de las truchas y provocar la extinción definitiva de las poblaciones aisladas. “Uno esperaría que ahí estaban protegidas, pero no”, dice. Las poblaciones seguían en declive.
Para 2018, su estimación era que las poblaciones locales tenían entre 277 y 7,009 individuos. En total, la especie contaba con alrededor de 18,000 ejemplares. Había entonces más jugadores profesionales de futbol en el mundo que ranas del Valcheta.
Velasco también reportó que la construcción de canales de riego y el mal manejo del ganado alteraron el hábitat. En ese entorno semidesértico, detalla el investigador, el arroyo tiene pinta de paraíso: a su alrededor la vegetación aflora. Aunque la zona no es muy productiva para la ganadería, el ganado que acude al arroyo contribuye a su eutrofización, no solo por el pisoteo, sino al defecar o alimentarse de la vegetación acuática que sirve de refugio para la rana.
Las tasas de extinción, en términos generales, se han acelerado en las últimas décadas. En los últimos 100 años, más de 400 especies de vertebrados se extinguieron, proceso que, siguiendo el curso de la evolución, habría tomado 10,000 años. El 41% de las especies de anfibios están bajo alguna categoría de amenaza, según la IUCN; son el tercer grupo más afectado en este éxodo de la vida, solo detrás de las cícadas (71%) y los corales de arrecife (44%).
Los estudios de la Fundación Somuncurá han mostrado que, si no fuera por todas esas amenazas, las poblaciones de rana podrían sobrevivir. Pero habría que ayudarles.
Endemismos aguas arriba, truchas aguas abajo
Lo primero fue proteger a las poblaciones sobrevivientes evitando el ingreso del ganado a los poquísimos refugios de ranas. Colocaron cercos en coordinación con los propietarios de campos privados para tener alambrados compatibles con la conservación y la actividad ganadera. A la par, la Fundación Somuncurá adquirió 20,000 hectáreas para establecer una reserva natural.
En ese entonces, las poblaciones eran muy pequeñas para recolonizar el hábitat restaurado; tampoco podían desplazarse hacia otros parches, porque entre estos nadaban, y aún nadan, las truchas.
La científica mexicana Miriam San José trabaja para la Fundación Charles Darwin en las Islas Galápagos. Su esperanza es que los árboles de una especie clave vuelvan a crear un bosque.
Decidieron trasladar 40 ranas a un laboratorio en Buenos Aires. Esto dio origen, en 2014, al primer centro de cría de anfibios en Argentina, un espacio destinado a estudiar el ciclo de vida de la rana y emular las condiciones ideales para su reproducción. Mas el riesgo, precisa el investigador, fue alto. Las ranas podían no adaptarse al cautiverio, o la colonia podía morir. “En conservación estás apagando un incendio que no sabés qué lo empezó. Asumís riesgos, partís de una incertidumbre grande y en la medida que vas avanzando, vas construyendo». Pero los cuidados que tuvieron en el laboratorio dieron frutos: un año después los anfibios se reproducían.
Una vez que lo cercos fueron instalados para impedir el paso de ganado y que una pequeña represa fue eliminada, se logró restaurar un hábitat nativo donde una población local se había extinguido. En 2017 llevaron 196 ranas criadas en cautiverio. Niñas, niños y guardaparques de la comunidad hicieron las liberaciones. En marzo del año siguiente, reintrodujeron otros 50 individuos en el mismo sitio. Ejercicio tras ejercicio, al día de hoy, han introducido más de 3,170 ejemplares. “Así logramos restablecer tres poblaciones”.
Guardaparques, niños de la escuela local y las autoridades locales participaron en las liberaciones
Fundación Somuncura
Para que todo funcione, tanto en términos biológicos como ecológicos, falta habilitar los corredores para conectar las poblaciones. En otras palabras, sacar a las truchas de los hábitats intermedios.
El arroyo donde vive la ranita del Valcheta corre de suroeste a noroeste. Aguas abajo está el poblado con el que comparte nombre. La propuesta de los científicos no es erradicar por completo a las truchas, especie que sostiene la pesca en la zona poblada, pero sí sacarlas de las cabeceras. Que todo lo que fue originalmente de la rana, le vuelva a pertenecer.
Para lograrlo, avanzan una porción a la vez, en escalera. Primero modifican los saltos de agua para hacerlos más pronunciados, así refuerzan su papel como barrera contra truchas. Desde ese punto, retiran las truchas que encuentran aguas arriba. Tras limpiar por completo un tramo, levantan una barrera más abajo y repiten el proceso: eliminar las truchas entre ambas, después desmontan la primera barrera. Así, escalón por escalón, recuperan el arroyo para los animales nativos.
El trabajo del equipo liderado por Kacoliris dio sus primeros resultados positivos: creció un 15% el hábitat de la rana. Los kilómetros adicionales albergan poblaciones más sanas y densas.
Mojarra desnuda (Gymnocharacinus bergii), especie endémica de la Meseta de Somuncurá
Fundación Somuncura
Al final quedará una especie de represa en las cabeceras para impedir el paso de las truchas. Los endemismos van a recuperar sus 20 kilómetros de arroyo aguas arriba, las truchas quedarán en los 70 kilómetros aguas abajo.
Mejorar las condiciones locales para la ranita del Valcheta también exige anticiparse a otros riesgos. Como todos los anfibios, esta especie respira y mantiene una estrecha relación con el agua a través de su piel, un órgano clave para su supervivencia. Al igual que ocurre con muchas especies de anfibios en Argentina, en la ranita se ha detectado la presencia del hongo quitrido (Batrachochytrium dendrobatidis). Aunque en estado silvestre no se han registrado casos de la enfermedad asociada, la quitridiomicosis, los investigadores sospechan que podría tener cierta resistencia. Aun así, no descartan el riesgo potencial: bajo condiciones de estrés ambiental, la enfermedad podría causar estragos. La quitridiomicosis no es una amenaza menor; ha provocado declives poblacionales e incluso la extinción de más de 200 especies de ranas en todo el mundo.
México es el segundo lugar mundial en riqueza de luciérnagas, con cerca de 300 especies conocidas. Aún así, su población va en declive, a tal grado de que ocho de cada 10 personas menores de 25 años nunca han visto una luciérnaga. “La extinción comienza con el olvido”, sentencia una especialista.
Una apuesta al futuro
En su discurso de aceptación del Premio Whitley, Kacoliris apuntó que el reconocimiento les permitirá expandir su trabajo, “no solo para conservar estos animales increíbles, sino también para construir armonía entre la vida silvestre y las personas que viven en esta tierra”.
Algunos pobladores los han acompañado de noche a buscar ranas, que es cuando están activas. Bajo la luz de una linterna y con motivos de investigación, muchos pobladores tuvieron su primer encuentro con la rana del Valcheta. Para el científico, es fundamental que quienes viven cerca del arroyo se apropien del proyecto y se conviertan en sus guardianes a futuro.
Para lograrlo, la fundación reconoce la necesidad de opciones económicas compatibles con la conservación. Con el apoyo monetario del premio van a restaurar el 20% de las cabeceras del arroyo y crear santuarios en ocho fuentes termales. Pero también van a impulsar un programa de ecoturismo en Chipauquil: aumentar en un 70% el número de visitantes, capacitar a diez guías locales, instalar senderos informativos con participación de la escuela y organizar un encuentro con mujeres de la comunidad para desarrollar productos turísticos como alimentos y tejidos.
Esperan poner en marcha un programa de perros guardianes para reducir los conflictos entre el ganado y depredadores como pumas y zorros, además de continuar una campaña contra el uso de venenos, con el fin de hacer la región más segura para la fauna y las personas.