“El grafiti es la forma más honesta de arte que existe. No se necesita dinero para hacerlo, ni educación para entenderlo. No se cobra entrada. Y pintar en una parada de autobuses puede ser más útil que hacerlo en un museo”, escribe Banksy en una de las primeras páginas de Esto no es un manual de recursos para las putas agencias publicitarias, libro recientemente publicado en la Argentina por La Marca Editora.
No se trata exactamente de un libro “de” Banksy, el artista callejero anónimo de origen británico, sino más bien de un compendio visual y textual de sus pensamientos, declaraciones y obras. Como una suerte de manifiesto en fragmentos. La publicación reúne por primera vez en español los textos dispersos del héroe escurridizo, escritos de manera desordenada y muchas veces anónima, “lo que implica para todo editor el riesgo de caer en una falsa atribución”, aclaran los editores en el prólogo.
El volumen, acompañado de imágenes de sus graffitis y frases más famosas se organiza en tres secciones: “Mundo exterior” (sus intervenciones en el espacio público), “Mundo interior” (las piezas realizadas en museos o galerías) y “Querido Banksy”, una selección de cartas de amor y odio escritas por seguidores y detractores, con respuestas del artista, cuando las hubo.
Historias y burlas
A lo largo de estas páginas, Banksy explica cómo hacer un stencil, propone imaginar una ciudad sin restricciones, cuenta anécdotas de pintar de noche a escondidas y, sobre todo, se burla de las agencias de publicidad: “Quienes realmente arruinan nuestros vecindarios son las compañías que atraviesan con enormes eslóganes edificios y buses tratando de que nos sintamos incómodos si no compramos sus mercancías”.
Sus imágenes van casi siempre acompañadas de sarcasmo o un gran sentido del humor. Ha pintado la imagen de dos policías ingleses besándose, a una empleada de hotel que barre la basura debajo de una pared de ladrillos, los protagonistas de Pulp Fiction empuñando bananas en vez de armas de fuego, o a un parlamento repleto de chimpancés en lugar de diputados.

La obra de Banksy tiene la capacidad de sintetizar los grandes conflictos del presente: la inmigración, el consumismo, la vigilancia permanente, la crisis medioambiental o la represión policial. “Lo sentimos, el estilo de vida que solicitó está fuera de stock” (Sorry, the lifestyle you ordered is currently out of stock) reza uno de sus famosos graffitis aquí compilados.
Pero reducir a Banksy a un autor de frases filosas sería ingenuo. Porque más allá de su humor corrosivo y su retórica incendiaria, se ha convertido en un símbolo cultural global, al punto de que la revista The Times lo nombró, en uno de sus ranking anuales, entre las cien personas más influyentes del planeta.
Incluso, estuvo nominado a los Premios Oscar en 2010 por su documental Exit Through the Gift Shop, una crónica del mundo underground del street art, aunque no pudo asistir a la ceremonia de premiación ya que los organizadores le prohibieron acudir con el rostro cubierto o disfrazado.
¿Quién es Banksy? es una pregunta que se recicla cada algunos meses en diferentes medios del mundo, con diversas teorías, pero la respuesta parece no ser relevante para su protagonista. Porque el enigma es parte de su operación artística: desplazar el foco de atención de la biografía al mensaje.

Entre skaters y fiestas rave
Nació en 1973 en Inglaterra, se sospecha que en Bristol, y comenzó su carrera en los 90, entre skaters y fiestas rave. Su técnica predilecta, el stencil, le permite trabajar rápido, preparar las plantillas en su taller y dejar su impronta en segundos en algún muro callejero. El procedimiento ideal para un arte ilegal –y urgente– empleado por quien debe desaparecer antes de que llegue la policía.
“Los grafiteros no son delincuentes. Esto me lo recuerdan siempre los verdaderos delincuentes, que consideran que entrar a un lugar por la fuerza, no robar nada y dejar una imagen con tu nombre es la cosa más estúpida que hayan escuchado”, ironiza en el libro.
En el universo visual de Banksy, hay policías armados con rostro de emojis felices, niños abrazando bombas, ratas revolucionarias y manifestantes que arrojan flores como si fueran bombas caseras. En sus imágenes conviven Ronald McDonald, Napalm y Mickey Mouse. En sus textos, frases como: “Los mayores crímenes del mundo no los cometen quienes rompen las reglas, sino quienes las siguen”. En el libro, por ejemplo, cuenta que durante tres años pintó ratas sin cesar, hasta que alguien le señaló que «rat» es un anagrama de art. “Tuve que fingir que ya lo sabía”, confiesa.

Pero no todo es sarcasmo. “Niña con globo”, probablemente su imagen más popular, apareció por primera vez en 2002, bajo el puente de Waterloo, en Londres. En la escena, una pequeña deja escapar un globo en forma de corazón. Es la obra de arte favorita de los británicos, elegida como número uno del Reino Unido, según una encuesta.
En 2018, una copia enmarcada de esa misma obra se vendió en la casa de remates Sotheby’s por más de un millón de dólares. Apenas cayó el martillo, la obra comenzó a deslizarse por el marco, activando una trituradora escondida que la destruyó en vivo. Banksy rebautizó la pieza como “Love is in the Bin” (El amor está en la papelera) y la noticia dio la vuelta al mundo. Algunos hablaron de sabotaje; otros, de marketing extremo. La casa de subastas celebró: “No destruyó una obra, creó otra”. Tres años después, el comprador de aquella obra la revendió por la asombrosa cifra de 23,7 millones de dólares (21,5 millones de euros), casi veinte veces su precio original. Es, hasta la fecha, la obra más cara de Banksy.
A lo largo de su carrera, el artista llevó sus intervenciones a escenarios inesperados. En 2015 construyó Dismaland, una parodia lúgubre de Disneyland en la ciudad costera de Weston–super–Mare. El castillo estaba en ruinas. Cenicienta yacía muerta tras un accidente de carruaje. Los visitantes hacían cola durante horas para ver atracciones depresivas. El eslogan: “Bienvenidos a Dismaland, el parque temático no apto para niños felices”. El proyecto duró cinco semanas, atrajo más de 150.000 visitantes y volvió a dejar en evidencia que el artista puede generar impacto mediático y artístico sin necesidad de revelar su rostro.
En el barrio de Belén, en Palestina, abrió un hotel frente al muro de hormigón que la separa de Israel. Lo promocionó con el slogan: “Las peores vistas del mundo”. En su fachada dejó estampadas nueve imágenes emblemáticas, entre ellas “Love is in the air”, un joven encapuchado lanzando un ramo de flores como si fuera un cóctel molotov.

Fenómeno mediático
Cada nuevo mural de Banksy se convierte en un fenómeno mediático, tanto por su contenido como por las especulaciones que dispara a su alrededor. Ya que, pese al anonimato, logró influir en el mundo del arte como otros pocos de sus contemporáneos lo han hecho.
Con una estética inconfundible que atraviesa fronteras, Banksy abrazó la contradicción como parte de su lenguaje fundamental. Critica ferozmente el capitalismo, pero vende obras por millones. Desprecia las marcas, pero su nombre se volvió una de ellas. Publica frases como “No puedo creer que ustedes, idiotas, realmente compren esta mierda” y luego lanza una edición limitada de grabados con ese título.

Desde su web oficial –bautizada con sorna Pest Control Office (oficina de control de plagas)– responde con ironía a quienes creen que han descubierto “quién es Banksy en realidad”, según se lee en las preguntas frecuentes: “Estupendo. Banksy aprecia enormemente cualquier sugerencia y actualmente está luchando con esa misma pregunta. Por favor, escriba ‘crisis existencial’ en el asunto del mail”.
También allí se emiten los certificados de autenticidad para sus obras de pequeño formato: serigrafías, lienzos, esculturas. Lo único que no puede autenticar, paradójicamente, son sus propios murales.
Esto no es un manual de recursos para las putas agencias publicitarias, de Banksy (La Marca Editora).