Barcelona se ha sentido siempre orgullosamente europea y europeísta. Este es uno de los grandes legados del alcalde Pasqual Maragall, quien siempre integró a la UE en su marco político de referencia, e impulsó en ella el papel imprescindible de las ciudades y regiones.
Hoy esa voluntad maragalliana la rescata e reimpulsa, cuando más falta hace, Jaume Collboni. Es extraordinariamente positivo que el alcalde de Barcelona estuviera días atrás en Roma acompañando a la ciudadanía italiana en una manifestación que reclamaba más y mejor Europa.
Es hora de que la ciudad aporte sus activos científicos a la defensa de Europa
En un contexto convulso, la buena noticia es la esperanza de un impulso a la integración. Es imprescindible, primero por convicción, por ser garantía del progreso social y democrático más duradero conocido por sus estados miembros. Y segundo por necesidad, ante la agresión rusa y el abandono de Estados Unidos. Es el shock de la soledad el que nos hace hablar de multilateralismo, de autonomía estratégica y, sí, también de defensa.
Europa da un paso adelante consciente de sus debilidades, pero también de sus fortalezas. Hoy Europa representa el 7% de la población del planeta, el 50% del gasto público global y el 20% del PIB mundial. Los europeos queremos vivir en paz, no hay nada que detestemos más que la violencia, pero no podemos ofrecernos mansamente a la belicosa ambición de unos y al desleal desamparo de los otros.

Uno de los espacios de la última edición del Mobile World Congress
Angel Garcia/Bloomberg
¿Y qué papel puede jugar en todo ello Barcelona? Es evidente que para tener un papel determinante en el mundo, Europa debe liderar el progreso tecnológico, y muy especialmente el de la inteligencia artificial (IA), que lo está cambiando todo. A este respecto les recomiendo la lectura del libro Supremacy , sobre el control de la IA, y que empieza con la inquietante y provocadora pregunta de si estamos seguros de si ese libro lo ha escrito un humano. Efectivamente, así es (Parmy Olsson), pero la duda que por un momento nos asalta habría sido impensable hace escasamente dos años.
La inteligencia es la característica que distingue a nuestra especie y que la asociemos a una máquina nos genera ansiedad. Pero más que una máquina, la IA es una concentración de poder matemático. El vértigo aumenta cuando descubrimos que Google controla las búsquedas web del 90% de los usuarios del planeta o que el software de Microsoft es usado por el 70% de los ordenadores. Por ello necesitamos gobernar la IA. Europa tiene que liderar su desarrollo y ponerla al servicio de la mayoría.
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Y es ahí donde Barcelona puede y debe tener un papel protagonista. Nuestra ciudad es una de las capitales científicas y tecnológicas de Europa, con activos de primer nivel como el Barcelona Supercomputing Center, el ICFO o el Sincrotrón Alba. Proyectos como ALIA, la primera infraestructura pública de IA en Europa, que tendrá sede en Barcelona, o el Valle de la Cuántica, para liderar la investigación en ese campo revolucionario, son ejemplos del camino iniciado. Asimismo, Barcelona cuenta con una estrategia propia en inteligencia artificial, anunciada en el marco del Mobile World Congress. Y queremos ser también la sede de una futura agencia de soberanía digital europea, más urgente cada día.
Este ecosistema está dando lugar a un conjunto de startups y spin -offs tecnológicas que pueden tener un papel relevante en la autonomía estratégica de Europa. Ya sea a través de proyectos de computación cuántica o de producción de chips, de ciberseguridad o comunicación por satélite, todos ellos con aplicaciones en defensa así como en el ámbito civil, desde la biomedicina a la economía de los cuidados pasando por la urgente lucha contra el cambio climático.
Cuando una ciudad asume responsabilidades, también se le plantean ante sí enormes oportunidades. Ahora es el momento de Barcelona, para que aporte su cultura política, sus valores y también sus activos científicos a la nueva construcción y defensa de Europa. Allí estaremos.