El segundo día de la primera estancia como rey que Alfonso XIII realizaba en Barcelona, corría 1904, visitó el Taller Masriera. Mucho antes de su llegada, todo el entorno inmediato de las calles aparecía atestado de curiosos.
A media mañana hizo su entrada en aquel edificio tan llamativo de la calle Bailèn, 72, que la preeminente estirpe de artistas encargó al destacado arquitecto Josep Vilaseca. Había sido inspirado en la Maison Carrée, el templo pagano que los romanos habían levantado en Nimes; y es que ambicionaban aquella apariencia externa, la de un templo para acoger y potenciar allí su creatividad notable.
No solo fue inaugurada por Alfonso XIII, sino que también visitó su fundición, entonces la más destacada
La Acadèmia Provincial de Belles Arts había propuesto este escenario para un acto cultural tan señalado. Felip Bertran de Amat, su presidente, se lo justificó con estas palabras: “Una exposición del arte catalán en honor de Su Majestad para mostrarle que Barcelona no es solo industrial, sino una ciudad en la que se rinde culto al arte”. Y el rey le comentó sin rodeos y a renglón seguido: “Ya me he fijado en esto al pasar por sus calles”.
Las paredes de los salones aparecían literalmente tapizadas de cuadros y esculturas, pese a que habían sido escogidos formatos pequeños. Los artistas más renombrados del momento figuraban bien representados. El monarca observó con especial atención las espectaculares joyas Masriera.

El salón aparecía repleto de obras de los mejores artistas locales
MACARI FAU / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA
Al término de la visita, los carruajes que componían la comitiva regia se encaminaron hasta un punto alejado del mismo Eixample: la calle Provença, 460. En 1891, Frederic Masriera y su sobrino Antoni Campins habían escogido aquel terreno baldío, cabe la naciente Sagrada Família, para construir la gran fundición Masriera i Campins, que mereció ser considerada como la mejor en la especialidad de la fundición a la cera perdida. No era una exageración: el escultor ruso Trubetskoi vino en busca de asesoramiento al encontrarse en trance de modelar su enorme monumento a Alejandro III en San Petersburgo.
Puesto que en Madrid se iba a poner en pie una gran escultura ecuestre dedicada a Alfonso XII, era una ocasión que ni pintada para organizar no solo la visita al mencionado Taller, sino sobre todo a la prestigiada fabrica. Y el rey observó con gran interés la fundición de una de sus piezas, proceso complejo que le fue explicado con detalle.