Le tememos, la esquivamos o la cercamos con metáforas como si fueran amuletos. No nos gusta hablar de la muerte. Y si es con los chicos, menos.
Sin embargo, algunos libros ilustrados abordan el tema con páginas coloridas y sin escudos, dogmas ni afán de consuelo fácil.
Hace casi 25 años el australiano Shaun Tan -quien ganó un Oscar por el corto de animación La cosa perdida– publicó El árbol rojo, una maravilla para lectores de cualquier edad. Pasa el tiempo y no deja de aliviar.

Si lo leyeron, seguro se acuerdan (si no, no se lo pierdan). Despliega una serie de paisajes -en los que las criaturas descienden de las que pintó El Bosco en el 1400-, unidos por la figura de una chica silenciosa y un hilito mínimo de texto.
La protagonista de El árbol rojo se despierta entre hojas oscuras que caen del techo de su habitación como una lluvia de amenazas. Camina por la calle acechada por un pez inmenso. Navega, frágil, en un barquito de papel. Y cuando trata de hablar, se le caen las letras de la boca, como piezas sueltas.
La esperanza parece perdida. Pero la chica vuelve a su cuarto y encuentra un árbol que crece en el parquet “rojo intenso, con cálida luz”. El árbol podrá resultar añoso pero no estará para siempre. ¿O sí?

¿No hay poesía para eso?
Ahora apareció Tengo un amigo que se murió (editorial Limonero), escrito por el cantautor para chicos Patricio Famulari e ilustrado por la chilena-portuguesa Amanda Baeza. Al texto y a las imágenes se les suma una canción (tiene impreso un código QR con el link).

La obra nació del tema que compuso Famulari para un amigo suyo que murió, Matías Conte. Los editores de Limonero lo escucharon y entrevieron el libro. Luego ellos también perdieron a un amigo y maestro, Fernando Pérsico. Y ya no hubo dudas. Baeza aportó sus bellas formas deformes. ¿No resulta así, deformado, el mundo que sigue andando?
«Tengo un amigo que se murió y no hay poesía para eso”, dice el pequeño protagonista. ¿Quién se siente grande frente a la muerte, no? Pero, con el pasar de las páginas, el arte como una salida llega.
Donde el lenguaje tropieza
Las ilustraciones pueden mostrar lo que apenas se intuye y no se puede nombrar. Por otra parte, hay música que es amor en busca de palabras. Cuando esas imágenes y sonidos se encuentran, justo ahí donde el lenguaje tropieza, esa cualidad se potencia.
El libro rojo y Tengo un amigo que se murió no dan explicaciones biológicas ni religiosas sobre la muerte. Mejor dicho, no sólo eso.
Me gusta. Porque, ante el dolor, no siempre podremos entender y menos, imaginar que un final puede ser un principio. Sin embargo, sí necesitaremos, invariablemente, un abrazo, un cuento, pintura, música.
Un sentido para el final
Al final, hasta quizá la muerte tenga sentido. Alguno despunta en El Pato, la muerte y el tulipán, de Wolf Erlbruch, clásico como El árbol rojo.

El libro cuenta la historia de un pato que descubre que una extraña, la muerte, no se le despega. Se hacen amigos. Y cuando el pato muere hasta la muerte se entristece mientras recuerda que así es la vida. (A los que no lo leyeron, les dejo el «tulipán» del título como otro señuelo).
El punto es que las buenas narraciones sobre la muerte, como éstas, tal vez nos ayuden a alumbrar una forma de vivir diferente, mejor.
JS