En Grand Bourg, partido de Malvinas Argentinas, dos adolescentes se agarraban del pelo y se daban golpes en la cabeza mientras sus amigos las grababan. Como estaban a una cuadra de la escuela, una de las chicas, que tenía el hombro dislocado, fue a que la ayudaran. Su familia se acercó, y al notar que no había apoyo, tiraron abajo el portón y les rociaron mate cocido caliente a las preceptoras.
Esa pelea, del viernes 28, fue noticia, pero es apenas una muestra de muchas otras situaciones de violencia escolar que, en la mayoría de los casos, empiezan o terminan con provocaciones o incluso amenazas en las redes sociales.
Todo se potencia en diciembre, con el fin de la cursada: el llamado UUD (Último Último Día de clases), un agregado del ya conocido UPD (Último Primer Día, donde los chicos celebran sin dormir hasta entrar al colegio), y las fiestas de egresados. En Córdoba, el domingo 30 un joven de 26 años murió apuñalado en una pelea en la fiesta de egresados de su hermano. Días antes, otro festejo similar había terminado con tres heridos de bala.
En un conocido boliche de Banfield, Zona Sur, días atrás los patovicas tuvieron que sacar a alumnos de una promoción de egresados que arruinaron violentamente el ingreso triunfal de otros, incluso con familiares presentes.
Mientras los estudiantes entraban corriendo entre aplausos, los agresores empezaron a patear a esos chicos y chicas para provocarles una caída grupal. La expulsión de algunos generó la ira del resto, que también se fueron del boliche, pero no sin antes avisar: «Los esperamos afuera con cuchillos». Y sí se quedaron cerca, por horas.
Las agresiones no escalaron porque, según relató una de las alumnas a Clarín, la camada que se quedó bailando fue «escoltada» por sus padres y madres hasta sus casas.
Las amenazas no quedaron ahí. En Instagram, donde cada promoción a punto de egresar, como sucede en la mayoría de las escuelas y colegios, crea una cuenta para compartir contenido sobre el último año de clases, insistieron con vengarse.
Gerónimo Carabajal (26) murió apuñalado a la salida de una fiesta de egresados en Córdoba.Las clases ya están finalizando, pero el debate no se toma vacaciones. ¿Cómo se termina la violencia en la escuela? ¿Qué se hace desde las instituciones para contener también la agresión entre egresados que se picantean, primero o después, en las redes?
«La experiencia nos señala que diciembre es un escenario físico y emocional de significativa complejidad para el sistema educativo», dice a Clarín Alejandro Castro Santander, referente del Observatorio de la Convivencia Escolar (UCA). Y se anima a decir que por estos días hay una «escalada de violencia» en las celebraciones de fin de ciclo.
Esta semana se conoció que dejaron libres a 115 alumnos de quinto año en un tradicional colegio de Mendoza, que días antes habían protestado con destrozos e insultos (que también subieron a Instagram) en la institución, porque el director decidió que ese viernes no hubiera clases y así evitar que se den eventuales desmanes en el festejo del UUD.
En esta línea, Castro Santander dice que algunas promociones funcionan como tribus urbanas. «La identidad grupal se refuerza, peligrosamente, por oposición al otro (el otro curso, el otro turno, la otra escuela). Lo que comienza como amenazas en redes sociales, se materializa en las calles, en las plazas o en las puertas de los colegios bajo la excusa del festejo».
Habla de una violencia escolar que «se ritualizó» en esta época del año. «Romper, invadir o agredir se volvió una forma distorsionada de tener aguante o lealtad al grupo», explica. Como si esas actitudes fuesen sinónimo de terminar el secundario.
¿Qué se puede hacer para cambiar el panorama ya normalizado de agresiones? El especialista en clima escolar cree que por más que se origine o desemboque en esas cuentas de Instagram de cada promo, «hay que aumentar la visibilidad adulta para evitar la impulsividad y la probabilidad de incidentes». Identificar esos comentarios agresivos y traerlos a la conversación real.
Los destrozos en el colegio Santa María de Mendoza porque el rector quiso evitar el UUD. Foto: Gentileza Los AndesA las autoridades educativas les sugiere entender que las redes son parte del todo. Que así como la escuela -en el concepto abstracto- no termina en el portón de salida, «también se requiere de inteligencia preventiva, monitoreando las redes sociales públicas de los grupos estudiantiles y una articulación real entre el Ministerio de Educación y las fuerzas de seguridad municipales».
En ese sentido, como muchas veces las peleas entre egresados «detonan a la vuelta de la esquina», propone «corredores seguros a la salida de los establecimientos».
A las familias, el experto les advierte que «en el afán de ser ‘amigos’ de sus hijos, terminan financiando o permitiendo el descontrol, con alquiler de quintas sin supervisión y exceso de alcohol, pero deben saber que la responsabilidad civil por los daños que causen sus hijos recae sobre ellos, y la responsabilidad penal puede caer sobre los menores».
Un ciclo de violencia presencial/digital
Paola Zabala, licenciada en Orientación Familiar y directora de la Comunidad Anti Bullying Argentina, explica a Clarín que «las amenazas y hostigamiento entre ‘promos’ suelen comenzar inicialmente como desafíos que se viralizan, pero que escalan debido a la presión grupal y la necesidad de cumplir con lo prometido frente a cientos de seguidores».
Dice que ese ciclo presencial/digital «convierte a la violencia en un espectáculo». Sumado a esto, marca la especialista, «la humillación cuando es pública genera emociones intensas como deseos de revancha, miedo, ansiedad«.
En las escuelas de Argentina, según Zabala, «aún estamos corriendo detrás del problema, actuando de manera reactiva, con proyectos de ley que persiguen la solución desde atrás, que van desde aplicar multas a reinstalar el sistema de amonestaciones«.
Apunta a la prevención desde la educación digital y la contención emocional. «La clave es formar a los chicos para que comprendan el impacto de sus acciones en redes y generar espacios de diálogo antes de que la violencia se traslade a la calle».
Frenar el conflicto, como sostiene, «implica imperiosamente que los colegios impartan educación digital, programas que enseñen a los estudiantes cómo funcionan las redes, los riesgos del anonimato y las consecuencias legales de las amenazas, y capacitar a los padres sobre supervisión digital y cómo dialogar sin invadir la privacidad».
AS

