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jueves, septiembre 11, 2025

Frente a Alberdi y frente a Urquiza: la estrategia política de Sarmiento tras la caída de Rosas

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«Domingo Faustino Sarmiento: una aventura republicana» (Edhasa) de Natalio R. Botana

Bajo el título Domingo Faustino Sarmiento: Una aventura republicana, el sello argentino Edhasa acaba de reeditar un clásico de Natalio R. Botana, publicado originalmente en 1996. Se trata de un recorrido de la vida y obra de un prócer nacional, educador y dirigente político. “Con sus ideas y sus pasiones, con una incansable voluntad de lucha y trabajo, moldeó nuestro país a través de un tríptico formado por la libertad, el conocimiento y el poder”, se lee en la contratapa.

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Natalio R. Botana nació en Buenos Aires en 1937, es Profesor Emérito en la Universidad Torcuato Di Tella, Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Lovaina y Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Salta, la Universidad Nacional de Rosario y la Universidad Nacional de Cuyo. Es miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia, cuya presidencia ejerció por el período 2020–2023, y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Entre los libros que escribió se destacan El orden conservador, La tradición republicana, Repúblicas y monarquías y La libertad política y su historia. Obtuvo la Beca Guggenheim en 1979, el Primer Premio Nacional de Historia correspondiente a la producción 1982-1985 y el Premio Consagración Nacional en Historia y Ciencias Sociales en 1995. Recibió el Premio Konex de Platino en 1994 y 2004 y la Pluma de Honor que otorga la Academia Nacional de Periodismo en 2016.

Natalio R. Botana
Natalio R. Botana

A continuación, un fragmento de Domingo Faustino Sarmiento: Una aventura republicana, el comienzo del capítulo titulado “El orden republicano: 1852-1874″:

Las relaciones de Sarmiento con el vencedor de Caseros no tardaron en complicarse. Sarmiento veía en Urquiza un conservador a destiempo que, si bien quería establecer en el país una constitución de corte republicano y federal, estaba decidido a rehacer los viejos arreglos entre gobernadores de la derrotada confederación rosista. A Urquiza, por su parte, le costaba entender —y soportar-la pasión con que el ex boletinero embestía sin vueltas ni engaño a los gobernadores complicados con el viejo orden y firmantes luego del Pacto de San Nicolás (“ese no hiere por la espalda”, decía Urquiza de Sarmiento).

No hubo arreglo aunque sí dudas acerca de si convenía permanecer en Buenos Aires. Lo cierto es que Sarmiento em- prendió el regreso a Chile por Río de Janeiro a fines de febrero de 1852. Montt ya era presidente y la familia estaba congregada en Yungay con su mujer, su madre, Dominguito y Ana Faustina, que se había casado con el impresor Jules Belin y le daba sus primeros nietos. La situación en Chile no podía ser más favorable. Director del Monitor de las escuelas primarias y organizador de la primera red de bibliotecas populares, Sarmiento prosiguió allí su labor de publicista y dio a conocer en 1853 la Memoria enviada al Instituto Histórico de Francia sobre la situación de las repúblicas sudamericanas a mediados de siglo; pero ese ambiente y la invitación de Montt para obtener la nacionalidad chilena que rechazó, aumentaban su desazón y malestar psíquico. “No soporto ‘hacer el Cincinato’”, confesó a Mitre ese mismo año. ¿Qué había pasado en un lapso tan breve?

Cuando la legislatura de Buenos Aires rechazó el Pacto de San Nicolás en junio de 1852, el territorio argentino quedó de nuevo fracturado. Caseros no fue en este sentido prolegómeno de un consenso asegurado por el interior y Buenos Aires, sino preámbulo de otra guerra civil. Este conflicto, jalonado durante nueve años por bloqueos y batallas, tuvo sin embargo un ingrediente desconocido en períodos anteriores porque dio cauce a un proceso constituyente. La contienda armada, dominante en el país durante más de treinta años, cambió pues de sentido. Entre 1853, en que se dictó la Constitución nacional en Santa Fe, y 1860, en que Mitre como gobernador de Buenos Aires juró esa ley fundamental reformada por una convención representativa de todas las provincias, se desenvolvió una etapa caracterizada por el afán de predominio de los sectores involucrados y por las polémicas que buscaban discernir el significado y legitimidad de ese proyecto constitucional.

Sarmiento entró de lleno en este debate desde Chile enfrentando a su camarada de exilio Juan Bautista Alberdi. Juntos desataron sus pasiones en una controversia que sumó argumentos, publicaciones e invectivas. Alberdi respondió a la disidencia de Sarmiento con el régimen urquicista -expuesta en Campaña en el Ejército Grande en un folleto titulado Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina (llamadas también, por el lugar desde donde fueron escritas Cartas quillotanas). Sarmiento replicó con Las ciento y una y Alberdi a su vez con Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina. Posteriormente, ya sancionada la Constitución de 1853, Sarmiento dio a conocer los Comentarios de la Constitución de la Confederación Argentina, que resumían con más serenidad las razones difundidas en ese acalorado debate.

Era obvio que Alberdi había tomado partido en favor de Urquiza, mientras Sarmiento todavía cavilaba acerca del camino a seguir. En cambio, no había ambigüedad alguna en las ideas constitucionales que Sarmiento esgrimía en contrapunto con Alberdi. Más centralizador y mucho más atento al pacto histórico de raigambre conservadora que trasuntaba la Constitución de Santa Fe, Alberdi tuvo que disputar con un Sarmiento resueltamente identificado con el constitucionalismo norteamericano. No era el Sarmiento del Facundo quien polemizaba con Alberdi sino el viajero entusiasmado con los Estados Unidos, aplicado expositor en este caso de los comentarios de Story y Marshall acerca de la Constitución de Filadelfia y sus enmiendas.

Esta perspectiva delineó un programa constitucional basa- do en un trasplante liso y llano de la jurisprudencia norteamericana. Como escribió en los Comentarios de la Constitución…, “la práctica norteamericana [debía ser] regla, y las decisiones de sus tribunales federales antecedentes y norma de los nuestros».

El federalismo más puro, según la vertiente de la teoría constitucional desarrollada en los Estados Unidos, ocupaba entonces el primer lugar en la agenda pública frente al modelo de unificación del poder en torno a los presidentes y gobernadores que recomendaba Alberdi. Ante tanto espesor tradicionalista, típico de la visión política de Alberdi en aquellos años (y no de su pensamiento económico y social, sin duda más progresista), Sarmiento parecía ubicarse fuera de la historia, en un estadio intermedio entre la imitación y la utopía.

Empero, no conviene adelantar conclusiones apresuradas. En el fondo Sarmiento se colocaba también en una posición estratégica que perseguía rediseñar el trazado de las provincias e impulsar un régimen electoral basado en los comicios uninominales por circunscripciones (temperamento que defendió hasta el fin de sus días). De todos estos nuevos resortes institucionales, el más importante era el municipio. En esos agrupamientos de individuos, casas y cosas en relación al suelo, donde se aprende a través del conocimiento práctico a ejercer la virtud del buen gobierno y “el bien o el mal es común” a los vecinos convertidos en ciudadanos, Sarmiento creyó encontrar la matriz del desarrollo democrático en la Argentina.

Al año siguiente, en 1854, Sarmiento fue electo diputado a la legislatura del Estado de Buenos Aires (tal la denominación que se había dado la provincia separada en una constitución dictada ese mismo año) y rechazó la designación de diputado por Tucumán en el Congreso con asiento en Paraná. Intentó entrar al país por San Juan y por fin, en 1855, pudo regresar a Buenos Aires por Mendoza y Santa Fe.

La decisión fue terminante: Sarmiento tomó partido en guerra civil al lado de Mitre. Llegó por segunda vez a un Buenos Aires, según él, mucho más igualitario y abierto que Santiago de Chile, tomó posesión de la ciudad y descubrió en el delta del Paraná un paisaje que invadió su imaginación, nacida en tierra seca, con verde y con agua. En aquellos años, la política de Buenos Aires, dueña de los recursos fiscales de la aduana y de un Banco emisor, se desplegó en una atmósfera de incipiente republicanismo. El lenguaje republicano, cuyo rastro era también visible en la etapa rosista, impregnó con nuevos bríos la retórica y los discursos; la prensa escrita sirvió de vehículo para exponer argumentos y organizar facciones de diverso linaje. Ese teatro en cierto modo contradictorio, entre belicoso y pacífico, a mitad aventurero y a mitad constructivo, ofreció a Sarmiento una escenografía adecuada para hacer valer su presencia.

Asumió de inmediato la dirección de El Nacional, un hogar periodístico que conservará durante muchos años, publicó una memoria sobre Educación común presentada al Consejo Universitario de Chile, complementaria de Educación popular, trajinó con la responsabilidad del gobierno y recorrió el espinel de las funciones legislativas y ejecutivas. Sarmiento acumuló cargos: fue diputado, senador, concejal de la ciudad, jefe del Departamento de Escuelas, convencional en la convención examinadora de la Constitución nacional y en la convención que de inmediato se reunió en Santa Fe, y ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del Estado de Buenos Aires.

En medio de esta actividad, Sarmiento siguió calibrando un estilo que ya había puesto a prueba durante su experiencia en Chile. A la pasión polémica que lo arrastraba a participar en cuanto enfrentamiento periodístico se presentaba, sumó un agudo sentido político para transar y pactar coaliciones circunstanciales. Usó con tal propósito al periodismo y a las funciones en el gobierno o en la legislatura, pero reorientó esos recursos políticos hacia metas más progresistas que las que había entrevisto en la república portaliana. Con este horizonte en mira, Sarmiento defendió la ciudadanía en el plano institucional, la educación pública en el orden cultural y la transformación agraria en el campo social.

(…)

Redacción

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