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domingo, octubre 5, 2025

Fruticultura en la Patagonia: el productor que hace de la prolijidad una exitosa estrategia

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En el Alto Valle del río Negro, Gustavo Arno logró abrirse un camino propio a fuerza de prolijidad. Nacido en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y con raíces productivas en San Pedro, se instaló en 2012 en Allen, Río Negro, con una chacra que le compró a su padre, Santo. Desde entonces, su crecimiento ha sido sostenido: de las 43 hectáreas iniciales pasó a manejar 250 entre Allen y Guerrico, con galpón de empaque y camión propio, y con una marca reconocida en el Mercado de Avellaneda por la calidad alta y estable de sus frutas.

La prolijidad que caracteriza su proyecto se apoya en dos pilares: la que heredó de su padre, Santo, productor desde los años 70, y la que incorporó a través de su esposa Nadia, quien ordenó la gestión administrativa. Esa combinación explica el presente de Frutas María-María y la belleza de la chacra que Río Negro Rural visitó esta semana, donde se pudo observar los resultados de la atención de Gustavo en los detalles.

Alto Valle del río Negro, la elección rendidora


El desembarco de la familia Arno en Río Negro no fue casual. En los 80, cuando Santo buscaba expandir la producción que había iniciado con frutas de carozo en San Pedro, dudó entre Entre Ríos y el Alto Valle. Fue Daniel, el hermano mayor de Gustavo, quien convenció al padre: “En Concordia tenés cítricos, y nada más. En el Alto Valle podés hacer manzanas, peras, duraznos, ciruelas. Tenés un abanico enorme de frutas en la misma zona”, dice Gustavo.

Chacra de Frutas María-María en Río Negro. Foto: Florencia Salto.
Chacra de Frutas María-María en Río Negro. Foto: Florencia Salto.

La elección se probó acertada. Los rindes en durazno, por ejemplo, duplican a los de San Pedro. “Allá sacábamos 25 toneladas por hectárea. Acá tenemos promedios de 50, y hemos llegado a 70 con Yukon King. Río Negro es extremadamente rendidor”, resume el productor. Según él, las razones están en la luminosidad y las horas de frío: las plantas descansan mejor y arrancan con fuerza. El desafío son las heladas, pero la ecuación sigue siendo favorable.

El desembarco de Gustavo fue en 2012. Venía de producir en San Pedro, pero buscaba asegurar fruta propia luego de un problema en 2010, cuando un proveedor le cortó la entrega para exportar. Esa experiencia lo convenció: debía tener fruta garantizada para su puesto en el Mercado de Avellaneda. Así comenzó su camino rionegrino, con la mitad de la primera chacra plantada de manzanas y la otra mitad de carozos, en especial duraznos, su especialidad.

Fruticultura en Río Negro: prolijidad como marca registrada


La obsesión por la prolijidad atraviesa todo el proyecto de Arno. En la producción, la aprendió de su padre. “Nosotros tratamos de manejar la chacra lo más prolijo posible. No es fácil, porque si uno no está encima, las cosas no funcionan. Hay que dar cátedra todo el tiempo”, dice.

Ese orden se nota en el manejo agronómico. Arno apuesta al riego por goteo con fertirriego, lo que le permite estabilizar calidad y rendimiento y acelerar el crecimiento de las plantas. En este sentido, además modificó prácticas: evita despuntar los árboles, lo que entiende que aceleró la entrada en producción. “En durazno, hemos logrado entrar en plena cosecha en tres años. En manzana, donde antes tardaba diez, ahora en cinco años ya estamos prácticamente en plena cosecha”.

Gustavo destaca el crecimiento y rendimiento de las plantas en Río Negro. Foto: Florencia Salto.
Gustavo destaca el crecimiento y rendimiento de las plantas en Río Negro. Foto: Florencia Salto.

El resultado está a la vista: altos rindes y fruta homogénea, que construyen reputación. “Tengo plantas de ciruela que al segundo año ya llegan al cuarto o quinto alambre. Eso es manejo, pero también calidad de tierras. Las chacras que compramos son excelentes”, explica.

La prolijidad también se aplica a la organización. Gustavo reparte su tiempo entre Buenos Aires y Río Negro: supervisa la producción en Allen y Guerrico, pero también se involucra en la venta en Avellaneda. Su esposa Nadia es clave: “Ella es la administradora general, gestiona los abogados y contadores, hasta la compra de insumos. Yo me dedico a producir, pero sin ella no sería posible”.

Calidad, reputación y buenos precios


La prolijidad de Gustavo tiene una consecuencia directa: una fruta reconocida en el mercado interno, especialmente en el Mercado de Avellaneda. “Yo tengo una mercadería muy buena, acreditada en Buenos Aires. Me la pagan muy bien. No hay exportación que me mejore ese precio”, asegura.

Frutas María-María tiene 250 hectáreas en el Alto Valle. Foto: Florencia Salto.
Frutas María-María tiene 250 hectáreas en el Alto Valle. Foto: Florencia Salto.

Esa es la razón por la que exporta poco, pese a tener a su hermano Walter radicado en Brasil a cargo de la comercialización de la fruta allí. “Yo mando apenas el 20%. Mi hermano Daniel, que también produce frutas en Río Negro, manda hasta el 80%. Pero yo me quedo con el mercado interno, porque la fruta se paga mejor. En manzana, cuando vos lográs una buena mercadería, resalta y el cliente paga. En pera no es tan así”.

Por eso su producción se concentra en manzanas y carozos, con un complemento menor de peras. Desde sus comienzos en el Alto Valle, elige el carozo porque entra en producción rápido y le permite sostener el flujo de fruta. Ahora planea sumar superficie con ciruela, pelón y durazno, mientras negocia la compra de una nueva chacra.

Fruticultura en la Patagonia: crecer, pero con prolijidad


El crecimiento de Gustavo Arno en el Alto Valle ha sido sostenido y controlado. Pasó de 43 hectáreas a 250 (150 ha de manzana, 95 ha de carozo y 5 ha de peras). Todas las chacras tienen acceso directo al río Negro, y en las mismas produce cerca de 7 millones de kilos de frutas al año.

Manzanos jóvenes, en plena floración. Foto: Florencia Salto.
Manzanos jóvenes, en plena floración. Foto: Florencia Salto.

Además, tiene galpón de empaque propio y un camión que le da independencia logística. Hoy se prepara para incorporar más superficie, pero insiste en que no se trata solo de expandirse: “Lo importante es hacerlo con prolijidad. Podés tener muchos kilos, pero si no estás ordenado en calidad y gestión, no sirve”.

Esa filosofía lo distingue. En la visita a Frutas María-María, la chacra familiar en Allen, se nota que cada metro está pensado. Desde las hileras de manzanos hasta los lotes de ciruelas, la prolijidad es palpable. Es la misma que aprendió de su padre Santo y la misma que refuerza cada día con Nadia.

El futuro lo imagina siguiendo esa línea. Más manzanas y carozos, y un mercado interno que valora la calidad. “Nosotros vivimos de hacer las cosas bien. Y eso, el mercado te lo reconoce”, dice. Una fórmula sencilla, pero efectiva: prolijidad como sinónimo de éxito.

Redacción

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