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La Pulga en la Oreja | Montevideo
@|Amaneció. El rojo de la noche se volvió gris. El confeti, barro. Las promesas, humo. Y allí estaba ella otra vez. Incómoda. Insistente. Furiosa: la Pulga en la Oreja. No venía a observar. Venía a juzgar.
Entró sin permiso al apartamento del militante histórico. Él preparaba el mate con manos temblorosas y la radio de fondo: “El nuevo gobierno estudiará aumento impositivo para cubrir déficit heredado”. -¿Esto era lo que soñabas?-le gritó la Pulga-. ¿Ser cómplice de un sistema que roba a los nietos para pagarle a los burócratas? El hombre apretó los labios. Sabía que había votado con el corazón… pero también con los ojos cerrados.
Cruzó la calle y encontró a la progresista urbana esperando el ómnibus, bajo una garúa que no perdona. Su glitter de anoche ahora era una mancha de rímel. -¿Te gusta el amor? -ironizó la Pulga-. ¿Y qué vas a hacer ahora que ese amor te sube el IRPF, te ahoga el alquiler y te ofrece poesía en lugar de trabajo? Ella no dijo nada. El ómnibus no llegó.
En la cola del MIDES, el padre de la cooperativa de anoche cargaba a su hijo mientras miraba la fila avanzar lento. Muy lento. -¿Te emociona seguir siendo cliente de un Estado que te usa como trofeo? -preguntó la Pulga-. ¿O preferías un país donde el trabajo dignifica y no donde el asistencialismo te encadena? El niño lloró. No por hambre. Por frío. Pero el padre ya no lloraba.
En un liceo público, la estudiante del Che protestaba por falta de calefacción. -¿Dónde está el cambio que prometiste defender? -le increpó la Pulga-. ¿Dónde está la revolución? ¿En el aula vacía? ¿En el profesor sin ganas? ¿En el futuro que te vendieron como cartel de murga? La joven bajó la mirada. Sintió vergüenza. Aún no lo sabía, pero ya había empezado a pensar.
En la oficina pública, el funcionario se quejaba por el atraso en el pago del incentivo. -¿No querías Estado grande? -picó la Pulga-. ¡Cómetelo entero! Con déficit, con parálisis, con papeleo hasta el cuello. ¡Pero no vengas ahora a pedir eficiencia cuando aplaudiste la ineficiencia! El funcionario murmuró algo sobre la “herencia neoliberal”. Pero ni él se creyó.
Cerca del Ministerio, el sindicalista tomaba café con un dirigente. -¿Y? ¿Ya pediste el cargo? -espetó la Pulga-. ¿O vas a seguir simulando que defendés al trabajador mientras pactás con los que los funden? El sindicalista rió. Pero sus ojos no. Sabía que lo sabían.
Y en un barrio alejado, el clientelista golpeaba la puerta de su referente. -¿Y ahora? ¿Cuánto vale tu lealtad cuando hay que esperar? -preguntó la Pulga-. ¿Qué harás cuando no haya cargo, ni tupper, ni celular con línea paga? Silencio. El puntero no contestaba. Ya no atendía. La Pulga se alejó. Despacio. Sin triunfos. Pero con justicia. Porque esta vez, no quería hacer pensar. Quería hacer doler.
Ustedes votaron. Pero votaron contra ustedes mismos. Por miedo, por comodidad o por odio. Y ahora… ¡cómanse lo que sirvieron! Porque no hay cura para la culpa… salvo despertar.
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