“Los adultos aprovechan la disparidad con los chicos de muchas maneras. Algunos los mandan a robar, otros los llenan de golosinas y otros los dejan en condiciones precarias, como de hijos permanentes”.
«Hoy ya sabemos que el paternalismo es pesadísimo pero no sé si tenemos tan claro que carecer de padres también lo es”.
“¿Qué tiene de revolucionario dejar a los chicos a la deriva? Por supuesto, no hablo de castigar, sino de hacernos cargo”.
¿Cuántos títulos puede dar una entrevistada lúcida y generosa? Graciela Montes (Buenos Aires, 1947), escritora, traductora (de Alicia en el país de las maravillas, Las aventuras de Huckleberry Finn y Caperucita y otros cuentos de Charles Perrault) y editora pionera de literatura para chicos, ofrece esas ideas y más.
Van otros ejemplos.«Internet es deslumbrante. Pero hay que tener claro que los algoritmos te limitan un senderito y por ahí vas y venís, vas y venís, te das contra la pared y estás siempre en el mismo lugar. No abren nada, te encierran. Si a eso le sumas esa cosa facciosa que tenemos, te queda un mundito tan pequeño…”
«¿No podremos controlar nuestro propio impulso de usar el celular ni el de ofrecérselos a los chicos?»
«Leer con un chico es más que una experiencia para el recuerdo. Es enseñarle a ir de visita a un mundo desconocido”.

Graciela Montes es autora de más de 70 libros para chicos (y ganó el Premio Alfaguara de novela por la novela para adultos El turno del escriba, creada junto a Ema Wolf).
Entre las maravillas escritas por Graciela Montes, figuran Tengo un monstruo en el bolsillo. La historia de Inés, una nena que se frustra y se enoja (muchas veces, con justa razón), y de cómo lidiar con los miedos, ya cumplió 37 años y 25 ediciones por Sudamericana.
Graciela también escribió ensayos reveladores preciosos: La frontera indómita (1999, reeditado por el Fondo de Cultura Económica) y El corral de la infancia (2001, también reeditado por el Fondo de Cultura Económica), sobre infancia, ficción y realidad.

Licenciada en Letras, directora de la colección para chicos Los cuentos del Chiribitil del Centro Editor de América Latina (durante y pese a la útima dictadura militar), fundadora de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (ALIJA), Graciela Montes recibió el Premio Pregonero de Honor de la Fundación El Libro, un Konex al Mérito y el XIV Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil por su labor pionera, entre otros reconocimientos.
Ahora Graciela Montes presenta Derechos humanos para todo el mundo (Siglo para chicos, el sello de Siglo Veintiuno), en el marco del regreso de la colección Entender y participar, que nació en 1986, con la vuelta de la democracia, de su mano y la de Graciela Cabal, editada por Libros del Quirquincho.
Con ilustraciones de Penélope Chauvié, el nuevo libro se suma a ¿Qué es esto de la democracia? y ¿Cómo se hace justicia? (que Montes escribió con Paula Bombara), entre otros títulos de la colección.

“Esta colección explica cómo y quiénes deciden qué está permitido y qué está prohibido”, agrega la contratapa. Y una chica que pasa en bicicleta señala, a modo de pregonera : “Cuando uno no sabe algo importante, ¡lo mejor es preguntar!”
–¿Qué cambió en relación a estos temas entre 1986 y hoy?
Graciela Montes: –Vivimos un tiempo de crisis. Creo que es la razón de que Siglo Veintiuno y Laura Leibiker (editora de Siglo para chicos) hayan decidido esta reedición. En aquel momento el libro hacía falta porque no había reglas claras sobre cómo vivir en democracia. Ahora parece necesario volver a pensar estas cosas, ya desde otro lugar. Tuvimos decepciones… si recordás a Alfonsín y aquello de que “con la democracia se come, se cura y se educa”… Pero creo que hoy hay temas que se están encarando de una manera más elástica. Quiero decir, la República, los tres poderes, la Constitución, están presentes, deben estar, pero vamos algún paso más adelante.
–El agua no pasó en vano bajo el puente.
–Claro. En 1986 fue, creo, la primera vez que se les contó a los chicos, recién vuelta a la democracia, qué había sucedido con el terrorismo de Estado. No había mucho para pensar. Eso era lo que había que hacer.

–¿Te parecía que en 1896 era más obvio que hoy lo que era necesario contarles a los chicos?
–Estaban ya los entramados sociales complejos que han aflorado ahora o que tal vez nunca se sumergieron, pero que entonces no veíamos. Hablo de otras formas de violación de los derechos humanos, de esclavitud, de trata de personas, de violencia de género, del bullying antes del bullying… No sé hasta qué punto lo habremos conseguido, pero en aquellos años sabíamos que por lo menos dos cuestiones, el derecho a la vida y la no discriminación, eran la base para seguir. La discriminación, sentirse de una tribu con derechos y negárselos a otras, es la génesis de prácticamente todas las formas de violencia y de dominación.
–¿Qué no enfocamos bien hoy? Pienso en la vida pública. Por ejemplo, la violencia con la que los políticos se tratan entre sí o tratan a los que no los votan y en cómo los chicos lo perciben.
–Este tema es uno de los más delicados de la actualidad. Las redes sociales son como reinas, impunes y maniqueas, y si querés seguidores, tenés que entrar en su juego. Tendremos que recuperar el respeto.

–¿La lectura puede ayudar? ¿Cómo?
–Si se toma lectura en un sentido amplio, sí. La lectura implica siempre una distancia de lo que se lee, ya sea un libro o la realidad. Vista así me parece que es una manera de contrarrestar el exceso del dejarse llevar por las corrientes. Tenemos que poder parar, sentarnos en una orilla y mirar. La lectura en serio siempre es crítica, es ponerse en otro lado, y hacerse cargo.
–¿Decís que estamos dejando de pensar?
–Creo que el énfasis, en general, no está puesto en pensar, en criticar, en investigar. Antes, cuando se formaba un niño, había una severidad y una rigidez extraordinariamente pesadas. Pero, al mismo tiempo, existía una guía, como decirte, ciertos autores que había que leer para ir contra eso. Hoy ya sabemos que el paternalismo es pesadísimo pero no sé si tenemos tan claro que carecer de padres también lo es.
–¿Por ejemplo?
–Hablo de dejar a los chicos en una deriva constante. Pienso que los adultos tenemos que revisar algunas de las cosas de las que nos hemos sentido liberados. Al menos, los grupos sociales medios y altos urbanos.
–¿Qué cosas, por ejemplo?
–Te voy a decir algo antiguo. En mis tiempos, los chicos nos pagaban la confitería a las chicas o nos hacían pasar primero. Hoy las chicas se ofenden si sucede esto. ¿Pero no se habrá perdido algo de esa atención del que tiene más fuerza respecto del que tiene menos? ¿No hay algo bueno en que en ese gesto? ¿No hay algo bueno en reconocer el poder y usarlo bien? Por supuesto, las cosas más hermosas siempre se pueden convertir en horribles. Pero insisto en que cuidemos lo bueno que tenemos. Hay que poder salir de los extremos.
¿Pasados de rosca?
–Debe ser muy difícil lidiar con lo políticamente correcto, la autocensura y la no bajada de línea cuando escribís para chicos.
–Sí, siempre es difícil pero no hay que claudicar en la honestidad. Los discursos políticamente correctos suelen ser mentirosos así que, finalmente, no nos van a servir. Si un chico pregunta algo que pensás que no podés contestarle, tenés que decirle eso: “Mirá, esto ahora no te lo puedo explicar. Te puedo decir que…” y no inventar algo para salir del paso y armarte una fantasía para conformarte vos y que el chico se arregle. Y acá pienso en los padres que se convierten en amigotes de los hijos.
–¿Nos olvidamos del rol de guía y de los límites?
–Me parece que hay cuestiones en las que nos pasamos de rosca… El respeto tiene que ser mutuo. ¿Qué tiene de revolucionario dejar a los chicos a la deriva? Por supuesto, no hablo de castigar, sino de hacerse cargo. La disparidad con los chicos existe y los adultos la aprovechan de muchas maneras. Algunos los llenan de golosinas y otros los mandan a robar, o los dejan en condiciones precarias, de hijos permanentes, sin mostrarles capacidades para asumir un papel de adultos. Estos ejemplos tienen contextos y consecuencias distintas pero todos implican formas de aprovechamiento. Así que si no advertimos esa disparidad, no hay remedio. Si la advertimos, tenemos que saber que no se soluciona con adultos que actúan igual que sus hijos.

–¿Alguna vez nos hicimos cargo en la diaria de ese poder?
–No. Porque toda sociedad tiene la fantasía de que la anterior era la que no se daba cuenta de cómo era la cosa. Siempre pasó. Pero ya estamos grandes. Tendríamos que darnos cuenta de que hay cosas que no podemos manejar de manera trivial.
Mover la estantería virtual
“Hay mucha gente grande que cree que a los chicos no hay que contarles nada; nada de lo que es realmente serio”, recuerda nueva edición de Derechos humanos para todo el mundo que decía la presentación de Entender y participar a mediados de la década de 1980. “Esa gente grande cree que los chicos no ven ni oyen ni saben nada de lo que pasa en nuestro país”.
Además, el libro, organizado a modo de diálogo, plantea: “Pero no entiendo: ¿no saben o no se dan cuenta de que matar está muy mal?” “¿Y qué pasa cuándo alguien mata en una guerra?” ¿Qué quiere decir sicario? ¿Apartheid?
–Sacudís con tus ideas desde siempre. ¿Te cansaron las críticas?
–Siempre se cuestiona cualquier cosa que mueve la estantería. Ahora cuando todo es superficial, cuando vas por arriba de las cosas, como al navegar ante pantallas, y nada, nada, te interpela, hay que mover más la estantería.
–¿Se puede mover la estantería en el mundo virtual?
–Internet es deslumbrante. Estoy feliz de que exista. Es Babel. Ahora hay que tener claro que los algoritmos te limitan un senderito y por ahí vas y venís, vas y venís, te das contra la pared, vas y venís, y estás siempre en el mismo lugar. No abren nada, te encierran. Si a eso le sumas esa cosa facciosa que tenemos, te queda un mundito tan pequeño…
–¿Qué hacemos con los chicos frente a esto?
–No tengo una fórmula. Pero me parece saludable desconectarse periódicamente, como profilaxis. Que los adultos se tomen el trabajo de leer un libro con un chico me sigue pareciendo muy importante. Tal vez creemos que esa experiencia será un recuerdo lindo pero es formativa. Cuando lees con un chico, le enseñás a ir de visita a un mundo que no conoce y que las cosas pueden ser de otras maneras. Y como los chicos son desprejuiciados, todavía van. El problema es que para muchos adultos es difícil sostener esto.
–¿Leer se volvió difícil para los adultos?
–La cuestión es si realmente nos conectamos con el cuento y con la situación de lectura. Eso no es tan común. ¿Ese cuento me sorprende a mí también o soy nada más que un transmisor? Todo se puede hacer mecánicamente. Podemos elegir no hacerlo mecánicamente, pero el no requiere un esfuerzo y hay que estar dispuesto.
Inteligencia real
“Durante años, pacientes y razonables adultos se ocuparon de levantar cercos para detener la fuerza arrolladora de la fantasía y la realidad. Tenían un éxito relativo porque, de todos modos, los monstruos y las verdades se colaban, entraban y salían”, escribió Graciela Montes en el ensayo El corral de la infancia, hermoso y despabilador.
“El corral se tambalea (…) Ya nadie cree que los chicos vivan en un mundo de ensoñaciones (…) Tampoco quedan muchos ya que no admitan que los adultos -incluidos los sensatos y prudentes pedagogos -son sensibles, extraordinariamente sensibles a la fantasía”, agregó.
–Pienso en El corral de la infancia, en tus planteos sobre los límites entre realidad y ficción, que con la inteligencia artificial parece que se van a esfumar.
–Lo pienso todo el tiempo. Los humanos nos estamos cargando con más y más automatismos. Me parece aterrador, en tanto, resignamos humanidad. Y es tal vez lo más imparable. Por lo pronto, hay que poder entrar y salir de la ficción, no quedarse a vivir ahí.
–¿Cómo se compite con lo virtual?
–En principio, tenés que poder apagar el celular y llevar a tu hijo a la vida real. Los que no nacimos con Internet y las redes sociales sentimos que estamos en una especie de mundo antiguo y nadie parece saber mucho del nuevo. Bueno, lo que podemos hacer es recuperar lo bueno de aquel pasado de manera militante.
–¿Militante en qué sentido?
–Sin sesgos. En el sentido de no ir a la plaza con tu hijo por un día para mostrarle como era antes y listo, si no, de recuperar el placer de jugar con otros cara a cara, de mirar la naturaleza y a los animales… Son formas muy lindas de enseñar a observar.
“¿Puedo interrumpir?” Laura Leibiker, editora de Siglo para chicos, anduvo por acá, durante toda la entrevista, callada.
El vino y el celular
“Se me ocurre algo que puede servir para la charla –señala Leibiker–. Hace muchos años, los padres sabíamos que tomar vino no era para los chicos. Por ahí tomábamos delante de ellos pero no se nos ocurría ofrecerles. No era para ellos y punto. Creo que hay algo… que no estamos convencidos de que los teléfonos no sean para los chicos. Porque, si fuera así, nuestra convicción sería tan potente que los alejaría».
–¿O los celulares son muy útiles?
Graciela Montes: –O no podemos controlar nuestro propio impulso de usar el celular ni el de ofrecérselos. Lo veo todo el tiempo, están con los hijos pendientes del celular. Algunos adultos no son capaces de soportar la frustración de no usarlo.
La rabia y las ganas de escribir
–Inés, la protagonista de Tengo un monstruo en el bolsillo, pasó ya las tres décadas. Su historia ayudó, por ejemplo, a denunciar malos tratos.
–Me conmovió… Es así, el arte es uno de los caminos posibles para salir de cualquier tipo de sordidez, puede abrirnos una ventanita para respirar.
–Cuesta que se considere al arte de esa manera.
–Sí, pero el conocimiento es amplio. Por ejemplo, el conocimiento en el sentido de entender qué grande es el mundo y que hay muchas maneras de vivir, ese conocimiento te saca de la tribu virtual. Llevar a un chico a la plaza, por tonto que parezca, va a contrarrestar en algo. Y también habrá que ocuparse de ayudarlo a manejarse en la virtualidad. Pero recuperemos lo que teníamos y valía la pena.
–Hacía ya más de 20 años que no escribías. ¿Extrañás?
–Más allá de toda esta situación de la que hablamos y de Laura (Leibiker), que me convenció para esta reedición, no escribo nada. ¡Y no extraño! Está bueno decir basta. Sí, me gusta leer mucho y traducir. Si leo algo que a mis nietos les puede servir, lo traduzco enseguida.
–¿Cómo te llevás hoy con tus personajes?
–Son de los libros y sus lectores. Andan sueltos. Ya me han devuelto tanto…
–¿Te acordás de alguna devolución?
–A ver… En el caso de Tengo un monstruo… había una una frase … Una cartita de una nena que estaba aprendiendo a escribir, con la letra que salía de los renglones, que decía: “El monstruo es la rabia y las ganas de escribir”. Acordate que Inés, la protagonista enojada, se siente más cómoda escribiendo que hablando. Pescó todo. Tenemos que cuidar eso.