Por Daniel Artola
El teatro argentino le debe a Gregorio de Laferrere obras que hicieron historia y siguen vigentes, a pesar del paso de los años. Sucede que cuando el autor es capaz de retratar el alma humana con profundidad permanece en el tiempo.
El dramaturgo y político nació en Buenos Aires el 8 de marzo de 1867. Su madre Mercedes Pereda, integraba una familia de la aristocracia y su padre, Alfonso de Laferrere, era un terrateniente francés de gran fortuna. Debido al origen de su progenitor, Gregorio se educó en Europa, aunque no estudió en la universidad.
Sin embargo, poseía una gran formación autodidacta que lo llevó a interesarse por el arte. En Paris conoció el vodevil y al regresar a Buenos Aires era un espectador habitual de las obras que se representaban en las salas porteñas.
Según cuenta la leyenda, el joven y elegante Gregorio se aburría hasta el bostezo mirando una obra mientras que sus amigos no paraban de reírse. Una vez finalizada la función apostó que en ocho días escribiría una historia más graciosa ante la incredulidad de sus acompañantes. El autor ganó la apuesta y uno de los amigos le llevó el borrador a Gerónimo Podestá para que la estrene, pero recibió el rechazo del actor por considerarla irrelevante. Sin embargo, otro amigo, Mariano de Vedia, insistió y finalmente la obra llamada ¡Jettatore! subió a escena con gran repercusión.
Fue el comienzo de una prolífica carrera como autor con un sello de estilo que mezclaba el humor con la crítica aguda a la sociedad de entonces. Hablamos de un país que se encaminaba al centenario de la Revolución de Mayo.
“Laferrere denunciaba lo que veía mal de la sociedad de su época, pero con humor”, sostuvo la profesora de Literatura, Silvia De Virgilio, Faja de Honor de la SADE en Literatura infantil.
La entrevistada, en diálogo con El1, manifestó que el dramaturgo “era muy dinámico: organizó un partido político (Partido Nacional Independiente), fundó el diario “El fígaro” y fue diputado provincial y nacional”. También se dijo que fue “intendente de Morón”, aunque otras fuentes sostuvieron que ocupó el cargo de concejal.
Títulos inolvidables
Laferrere estrenó en 1904 la obra “Jettatore”, que era una comedia donde se satirizaba a los que creían en la mala suerte. Le siguieron otros títulos, entre ellos, “Las de Barranco”. “Tras la muerte del capitán Barranco, la viuda y sus hijas se mantenían unidas, pero de una manera hipócrita. Carmen, una de las hijas, es la representación de la rebeldía ante esa realidad”, describió De Virgilio.
Además, la especialista afirmó que el dramaturgo fue “feminista sin saberlo” por darle al personaje en cuestión un rol distinto a lo que se esperaba en esa época marcada por el patriarcado. En el juego de las coincidencias o caprichos del destino, De Virgilio recordó que Laferrere nació en la fecha que se conmemora el Día de la Mujer.
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Escena de ¡Jettatore! Teatro Nacional Cervantes
El arte como juego
El autor de “Los invisibles” era “un autodidacta” que nació con un don especial, que no se consigue en la academia. En las obras teatrales de Laferrere siempre hay humor y una forma juguetona de presentar los temas. “Luchaba con la pluma y la palabra contra lo que no le gustaba de la sociedad”, definió De Virgilio, en clave sarmientina.
Los personajes no estaban exentos de profundidad, pese al humor, porque en el escritor había “un compromiso espiritual”, que nunca cayó en el panfleto.
“Laferrere fue un genio”, concluyó la entrevistada, quien evocó con emoción que su debut actoral fue con una obra del autor.
Fundador de pueblos
Junto a sus amigos Pedro O. Luro y Honorio Luque, Laferrere fundó el 4 de mayo de 1911 un pueblo que lleva su nombre en el Partido de La Matanza. Según un documento de la Junta de Estudios Históricos local, la relación del escritor con la zona comenzó antes. “En 1892 contrae enlace con Teodosia Ezcurra Leguineche, descendiente de una antigua familia de hacendados matanceros. Teodosia era nieta de José María Ezcurra y Arguibel, hermano de la esposa del Restaurador, Encarnación Ezcurra y Arguibel”. La esposa de Laferrere heredó la estancia La Elvira, en la actual Ruta 3, kilómetro 36.
El 30 de noviembre de 1913 Gregorio de Laferrere falleció, luego de una breve enfermedad.
