Haz con tus propias manos / la cuna de tu hijo./ Que tu mujer te vea/ cortar el paraíso. Muchos conocen el poema de José Pedroni; yo lo recordé hace poco cuando tomé conciencia de que los dos talleres de cerámica de mi barrio desbordan de alumnos. El último abrió un año atrás y todos le pronosticamos un futuro complicado: un local grande, con enormes ventanales. ¿Cómo van a sostenerlo?, cuestionábamos los vecinos. Con gente que quiere sentir sus manos, pues. Esa era la respuesta, pero tardamos en entenderla.
Hacer. Desde lo más primario que es tocar lo que se moldea hasta los proyectos abstractos que entusiasman. No soy ingenuo: los problemas psicológicos pueden ser paralizantes y con la simple intención no alcanza. Pero me permito contagiar el entusiasmo de soñar algo y entregarle el alma. Eso nos hace humanos: transformar. Modificarlo y darle nuevo sentido. Desde la harina al pan, desde el ladrillo a la casa. Claro que a veces todo pinta en contra pero siempre hay algo pequeño que podemos generar. Quizás lo mío sea demasiado básico; así es sin embargo cómo no me flaquean las fuerzas: hacelo, no te vas a arrepentir, nadie te quita lo bailado.
Tengo la sensación de que vivimos una época en que la auto exculpación nos juega en contra. Amigos, conocidos, compañeros que se justifican por no haberse atrevido a esto o aquello que les generaba ilusión por razones un tanto banales. Que si el estrés, si la sobrecarga de obligaciones, si no estoy grande para empezar ahora. Al frente, no duden. Si hay algo latente, permitámosle crecer.
Lo sé: el mundo es complicado y nos agotamos para ganar el sustento, educar, cobijarnos. Pero siempre recuerdo algo que decía la premio Nobel Toni Morrison. Ella -divorciada, dos hijos- se levantaba a las cinco de la mañana. Y lo explicaba sin falsos misterios. Escribir al amanecer le surgió como un imperativo: sus niños eran pequeños y necesitaba usar el tiempo libre antes de que los chicos dijeran ‘mamá’.
Las dificultades existen, camaradas,. Las opciones también.