¿Terminará sus días como un banner publicitario la torre de control más alta de Latinoamérica? Ubicada sobre el margen derecho del ingreso al Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, esta mega estructura fue pensada como un recurso clave para la modernización de la operación de esta terminal aérea, la «puerta» de ingreso al país y la segunda con mayor cantidad de pasajeros diarios (después del Aeroparque Jorge Newbery, en la Ciudad).
Una pieza arquitectónica que buscó ser innovadora, con una estética impactante. Exenta, y sin construcciones cercanas que la opaquen, es difícil eludirla al arribar al aeropuerto.
En los últimos tiempos perdió incluso una red de protección que la envolvía, tipo media sombra; ahora se ve despejada. En el coronamiento, un esqueleto de perfiles metálicos a la intemperie, sin reparos.
«Es nuestro elefante blanco», le dice a Clarín un remisero del aeropuerto. Puede que lo sea. El tiempo dirá. Elefantes blancos nunca faltaron: el más famoso fue el de Ciudad Oculta, en Villa Lugano, el que iba a ser el hospital más grande de Latinoamérica pero que quedó abandonado durante 80 años. El otro es el de Avellaneda, cuatro torres y 900 viviendas a medio construir. Una obra aún inconclusa y una herida en la trama urbana de esa zona del sur de la provincia.
El puntapié inicial de la obra en la torre de Ezeiza fue en enero de 2015. Con intermitencias, y entre idas y vueltas, llegó hasta el fin de 2019 con el 63% de avance de obra.


En ese momento -el último año de la gestión de Mauricio Macri como presidente- se tomó la decisión política de ralentizar los trabajos en la torre y acelerar las obras en la nueva terminal de partidas; junto a otras, como la construcción de calles internas, formaba parte de la ampliación del aeropuerto.
Aunque para 2019 las obras estaban muy avanzadas, quedaron suspendidas en septiembre tras un derrumbe fatal: una persona murió y trece resultaron heridas después de que se viniera abajo un andamio. Luego sobrevino la pandemia de coronavirus y los trabajos se retomaron en julio de 2022. Finalmente la terminal de partidas se inauguró en abril de 2023.
Pero de la torre, ni noticias. El año pasado, directivos de EANA (Empresa Argentina de Navegación Aérea), ya advertían que para continuar las obras había que readecuar precios y costos. Es decir, llamar a una nueva licitación.
EANA es una empresa del Estado que presta servicios de navegación y es la encargada de implementar las políticas públicas de planificación, dirección, coordinación y administración del tránsito aéreo. Esta empresa debería ser la usuaria de la torre.


Las nuevas autoridades del organismo -desde septiembre de 2024, la presidenta es la controladora aérea Norma Rotta- no respondieron las consultas de Clarín sobre el futuro de esta torre inconclusa.
Fuentes del sector consultadas para esta nota explicaron que «el equipamiento y el instrumental técnico que se requiere para equiparla, demanda una inversión enorme. Sumado a lo que costó esta torre, sería un despropósito. A nadie se le ocurre en estos momentos destinar dinero a la torre».
«Sobre todo teniendo en cuenta que toda la tarea de control aéreo se lleva a cabo hoy sin problemas en las instalaciones históricas del aeropuerto», reforzaron. El aeropuerto se inauguró en abril de 1949 y fue el más grande del mundo en aquellos años. De la inauguración participaron el presidente, Juan Domingo Perón, y el ministro de Obras Públicas, Juan Pistarini.
«En estos momentos no se está pensando en invertir en la torre porque hay otros prioridades», explicaron. ¿Por ejemplo? En julio se finalizaron los trabajos de instalación y puesta en servicio de un nuevo radar.
«La tecnología del radar le permite a los controladores, con una mayor cantidad de datos disponibles sobre los movimientos de las aeronaves, la optimización de la gestión del tránsito aéreo y una mayor eficiencia en la toma de decisiones. A la vez que otorga la posibilidad de la gestión de una mayor cantidad de vuelos», explicaron en un comunicado desde EANA.

Se trata de una estructura compuesta por tres partes: un edificio ubicado en el basamento, al que se denomina ACC (Centro de Control de Area), un fuste de hormigón armado, y el coronamiento, con el perímetro totalmente transparente, para permitir la visualización de todas las pistas.
La base de la torre tiene una planta elíptica, lo que impacta visualmente y refuerza la imagen moderna de la obra. Además del subsuelo técnico -donde se ubican los motores, bombas, tanques, tableros y máquinas enfriadoras del edificio- hay dos niveles de oficinas y salas de control de la operación aérea.
El extremo de la torre también tiene plantas elípticas y una envolvente de vidrio que se encuentra apoyada sobre una estructura metálica perimetral. Así, los operadores estarán ubicados a un nivel de observación de 80 metros y con un campo de visión de 360 grados.

Debido a la altura total del edificio -de 108,4 metros– la base que soporta la carga del viento está compuesta por una platea de fundación de tres metros de espesor que demandó más de 1.500 m3 de hormigón y 200 toneladas de acero.
El tramo del “fuste” de la torre -el tubo, la columna vertebral- se realizó en 23 etapas. Su forma elíptica, de doble curvatura, planteó un gran desafío. Un enorme juego de encastres en el que cada parte tenía una forma y ubicación específica.
A los 62 metros de altura de la estructura comienza el sector de Torre de Control, que está compuesto por cinco losas, todas de diferente superficie (ordenadas de menor a mayor). Se distribuyen salas técnicas y de estar, oficinas y baños. Y a los 80 metros de altura de la torre está la sala de control con vista panorámica de 360º.
En 2017, y según la información oficial, se estimaba su costo total en 630 millones de dólares.
SC