Según un análisis reciente., decenas de empresas de rubros muy diversos desde metalúrgicas, fábricas de electrodomésticos, autopartes, zapaterías, bodegas, frigoríficos, hasta fábricas de utensilios de cocina han ingresado en crisis, presentado convocatorias, quebrado o cerrado recientemente, generando despidos masivos o suspensiones.
Este fenómeno no puede explicarse como algo aislado. En muchos casos, las pérdidas se deben a la caída del consumo interno, el encarecimiento general de insumos y servicios, y sobre todo al ingreso de productos importados, que desplazan a la producción nacional, degradando la industria que ya estaba instalada.
Un ejemplo concreto es la fábrica de ollas y sartenes Essen, en Venado Tuerto, que recientemente despidió al 10 % de su plantilla y reconoció que gran parte de su producción comenzará a realizarse vía importaciones, principalemente desde China.
El desmoronamiento de la industria no solo implica pérdida de empleos directos. También genera un efecto dominó: proveedores, distribuidoras, comercios locales y servicios vinculados sufren una baja de demanda, lo que amplifica el impacto social y económico.
Desde diversos sectores sindicales y empresariales se alerta sobre un posible “industricidio”: una desindustrialización inducida por políticas de apertura indiscriminada de importaciones, desregulación y falta de respaldo a la producción nacional.
Terminar con este deterioro requiere una política de transición ordenada que contemple apoyo, financiamiento, regulación del comercio exterior y estímulo a la producción local. No basta con preferir precios bajos: al destruir fábricas y puestos de trabajo, se está sacrificando el futuro productivo y la soberanía económica del país.
Por Sisto Terán Nougués



