Es una escena habitual en agosto: padres separados que, para respetar el calendario de custodia, quedan para intercambiar a sus hijos con más y menos cordialidad. En general, es un ritual civilizado y todos se comportan con una dignidad escandinava. En casos más irreconciliables, el intercambio exige la intervención de los abuelos, que actúan como cascos azules de una guerra que, el resto del año, se concreta en batallas por el pago de pensiones y el cumplimiento de una mínima responsabilidad en la conciliación.
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