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domingo, mayo 18, 2025

Isabel Allende: «He adquirido respeto después de muchos libros y después de vender muchos millones de ejemplares»

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Débora Campos

La escritora Isabel Allende (Lima, 1942) no estaba del todo convencida. Su agente le recomendaba titular la nueva novela Mi nombre es Emilia del Valle (Plaza & Janés), pero a ella le parecía demasiado largo. «Yo prefería algo breve, pero por suerte no me hizo caso», se ríe ahora, un mediodía de otoño en Buenos Aires, primavera en su California de residencia, cuando rememora ese tira y afloje. El título concetra las claves más importantes de esta historia de iniciación, protagonizada por una joven periodista inolvidable que enlaza su biografía a la estirpe de los Del Valle, que quienes conocen la obra de la chilena, tendrán presente.

La autora de La casa de los espíritus, Hija de la fortuna y Retrato en Sepia, recupera personajes de aquellas novelas y les permite reaparecer aquí para enlazar sus recorridos con los de la intrépida y valiente Emilia del Valle, hija de una exmonja irlandesa y un aristócrata chileno que las abandonó. A sus 19 años, la chica, impulsada por su padrastro, comienza ganándose –a fuerza de talento– un espacio en los (masculinos) medios de comunicación de fines del XIX y decide viajar a Chile para cubrir como corresponsal la guerra civil (también un desafío masculino entonces). Hay otros motivos para esa travesía, más personales, incluso íntimos.

Dicen las biografías que Allende tiene 82 años, pero podrían decir que tiene muchos menos y nada cambiaría. Es divertida, franca, incluso cercana durante la entrevista, y responde con entusiasmo, como si tuviera todo el tiempo del mundo, como si las preguntas fueran sorprendentes, como si ella no fuera una autora celebérrima, que conoce cada milímetro de su universo profesional y este intercambio con Clarín, parte de su trabajo.

–El título tiene un sentido al inicio, pero tras la lectura se resignifica totalmente. ¿Cómo llegó a ese enunciado de autoafirmación?

–Yo me opuse un poco al nombre porque me parecía muy largo. Me parecía que bastaba con que fuera, por ejemplo, Mi nombre es Emilia. Lo conversé con mi agente y me dijo que era muy importante el apellido porque, por un lado, conecta con los otros personajes Del Valle, pero además porque ella, al principio de su trabajo como periodista, debe firmar con nombre de varón porque no es respetada por el hecho de ser mujer y su nombre no vale nada. Es solo despupes, a medida que transcurre la novela, que ella logra afirmar su nombre y también su personalidad.

La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.

–También aparecen ahí sus raíces familiares con Chile, porque Del Valle es el apellido del padre, que la madre insiste en dejarle, aunque en realidad ese padre las abandona.

–Es un poco lo que me pasó a mí con mi padre, que desapareció muy temprano en mi vida. Sin embargo, el apellido Allende siempre fue el de mis hermanos y el mío. Y nunca me lo cambié: ni cuando me casé ni tampoco cuando trabajaba como periodista ni en ningún otro momento. Siempre fue Allende. Hay una escena que la pensé mucho y que es cuando ella se encuentra con su padre. Me acordé de mi propia experiencia. Yo a mi padre no lo conocí: mi mamá destruyó todas las fotos de él, yo no tenía idea ni de cómo era y nunca se habló de él. Un día, cuando estaba trabajando en la revista Paula, debo haber tenido yo unos 28 años, se murió un señor en la calle de un ataque al corazón y era mi padre. Y me llamaron para identificar el cuerpo. ¡Pero yo no podía identificarlo porque no lo conocía! Entonces, me pregunté cómo sería el encuentro de Emilia con este hombre que la engendró y que no le dio nada, ni quiso saber de ella, como mi padre, que nunca quiso saber de mí. Y Emilia llega ahí con la influencia de su padrastro, con su generosidad, y se encuentra a un padre muy enfermo, casi muriéndose. Y por eso se le abre el corazón, y aparece la compasión, el entendimiento y la pena porque este hombre perdió la vida haciendo estupideces y no dejó nada.

–En el caso de Emilia, ese apellido la emparenta con personajes bien conocidos por tus lectores y lectoras. ¿Por qué decidió recuperarlos ahora?

–Estos personajes son intrusos. Vienen y se meten sin permiso. Y de repente, ahí por la página 60, me vengo a dar cuenta que a esta persona ya la he visto antes. ¡Y es que ya se me metió de nuevo! En esta novela, es cierto que hay un personaje de otras novelas que es Paulina del Valle y que ya estaba en Hija de la fortuna. Paulina del Valle está inspirada en mi agente Carmen Balcells. Cuánto se le parecerá que ella misma se reconoció y me dijo: ‘Esa soy yo’. ¡Y era! Carmen, como Paulina, es buena para los negocios, grande como persona, generosa, atrevida, todas esas cosas.

–Pero es otro momento en la vida de Paulina.

–Claro, aquí es una matriarca de vuelta en Chile y después sigue Retrato en Sepia, donde ella ya está vieja. Además, me encantó la idea de que se casara con el mayordomo porque es un desafío al arribismo social de Chile.

–¿A qué se refiere exactamente con la idea de arribismo?

–Chile era una sociedad, sobre todo en aquella época, de estratos sociales. Y funcionaban casi como las castas en la India: era muy difícil ascender de una casta a otra. No alcanzaba el dinero, por ejemplo, sino que sucedía por lo que se suponía que era la legitimidad de pertenecer a una familia, tener determinado apellido. Entonces había inmigrantes, por ejemplo, árabes, que hicieron fortunas en Chile y costó tres generaciones que fueran aceptados. O judíos o inmigrantes de cualquier otra parte. Así, había una especie de orgullo de clase. Por supuesto, ahora la sociedad es mucho más permeable y ha cambiado mucho, pero todavía hay una estructura clasista.

–Esa estructura está presente en la novela y Emilia tiene un apellido paterno de alcurnia, aunque sin padre. ¿Cómo se relaciona ella con ese apellido?

–El presidente José Manuel Balmaceda Fernández, que aparece en la historia, era un hombre distinguido de la aristocracia, dueño de infinitas tierras, que pertenecía a esa clase social. En algún momento, Emilia pregunta en la novela, si alguien de clase media podría ser presidente de Chile. Y le responden que, sí, que podría ser en el futuro, pero que por el momento es muy difícil. Emilia nunca piensa que el apellido le va a servir para nada, hasta que se da cuenta que es la puerta para entrar a distintas esferas de poder. Justamente, le permite el acceso al presidente que ella necesita como periodista y también a esas familias.

La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.

–Emilia ve con claridad todas las inequidades que la rodean y quien lee descubre que esas inequidades siguen estando en el presente. ¿Qué es lo que nos quiere decir, Isabel, cuando nos muestra esto?

–En todos mis libros, los personajes más fuertes, los principales, excepto en El plan infinito, son mujeres, mujeres fuertes que se las arreglan para desafiar al patriarcado. Y reciben un montón de agresiones por eso, pero al final sobreviven, se ponen de pie y sobreviven. Esa ha sido mi trayectoria. Y he sido feminista y defensora de los derechos de la mujer desde que me acuerdo. He sido y soy así, vivo así, he creado una fundación dedicada a la mujer, ¿cómo no va a haber personajes de esos en mis libros? Entonces, Emilia es una excepción para su época, pero no es la única. Y están mencionadas otras que también logran eso. Pero son muy pocas, porque si conocemos sus nombres es solo porque se cuentan con los dedos de una mano. Entonces, la lucha de la mujer ha sido brutal, se ha obtenido mucho y falta mucho por obtener y, además, hay culatazos de retroceso que nos quitan todo en 24 horas, como pasó con el régimen talibán en Afganistán. O sea, hay que estar siempre alerta, hay que tener conciencia de que eso existe. Comentaba hace un momento con otra periodista que aquí, en Estados Unidos ahora, y no sé si también allá y en otras partes de mundo, hay una especie de ataque frontal contra la mujer, que comienza a alcanzar a niños de 10 o 12 años a quienes les meten ideas en la cabeza gracias a internet. ¿Cómo pueden los padres detectar que el niño está metido en esto? Porque le cambia la manera de hablar. Porque empieza a referirse de otras maneras: por ejemplo, en inglés ya no dice mujer o niñas sino que usa «female», o sea, hembra. Y también repite que ellas son todas unas ambiciosas, que lo único que quieren es humillarte, faltarte el respeto, etcétera. Esa guerra contra la mujer existe y toma distintas formas: desde el femicidio hasta otras maneras mucho más sutiles de faltarle el respeto y de agredirla. Entonces, ¿cómo no me va a interesar como tema?

–¿Le parece un momento especialmente duro para las mujeres y la lucha por conquistar más derechos?

–No creo que haya un retroceso, pero lo ha habido antes. El movimiento de liberación femenina avanza como cualquier revolución cometiendo errores y sin un mapa, o sea, uno avanza como puede. Y luego viene un culatazo de retroceso, pero se va avanzando y en los años de mi vida mucho se ha obtenido. Mira, yo nací en una familia patriarcal, autoritaria, católica, conservadora, en el año 1942 en Santiago de Chile, que era el hoyo del mundo. Imagínate que no existía la palabra feminismo. Cuando yo empecé a trabajar en la revista Paula, era la primera vez en aquel Chile del año 1967 o 1968 que se publicaban temas de interés para la mujer. Solo existía hasta ese momento la revista Eva, que llevaba recetas de cocina y eventos sociales y artículos sobre cómo ser una buena esposa y una buena madre. Nosotras, desde Paula, salimos con notas sobre el aborto, el divorcio, la menopausia, la infidelidad, la droga, la prostitución… temas que no se habían tocado en la vida. Desde aquel entonces hasta ahora, muchísimo ha cambiado.

–¿Cuál es el rol de la literatura en ese proceso?

Nunca trato de dar un mensaje en una novela. Cuando escribo, paro completamente mi activismo. Ese activismo está en mi fundación y en la no ficción que escribo. Pero creo que la novela puede morir, puede realmente arruinarse por un mensaje político, ideológico, religioso o de cualquier otra clase. A mí en una novela lo que me interesa es contar una historia. Ahora, evidentemente, la historia que escojo contar me importa. Porque voy a dedicarle años de investigación y de trabajo. ¿Por qué me importa? Porque son las cosas que me importan en la vida. Entonces, yo no podría escribir una novela psicológica interior de una pareja que está en terapia en Nueva York. Porque no tiene nada que ver con mi mundo. No es porque esté contra de la terapia ni en contra de Nueva York, sino porque no me puedo conectar con eso. Pero puedo escribir una novela sobre una abuela en un mercado en Nepal. Porque ahí me conecto. Ahora, no trato de dar un mensaje. Para nada.

–¿Cuánto de su propia experiencia como periodista le prestó al personaje de Emilia?

–Cuando empecé con el periodismo en Chile, ya había mujeres periodistas muy valientes, audaces. No existía la escuela de periodismo en aquel tiempo, entonces, cualquier persona que supiera escribir y que tuviera audacia y que pudiera moverse en la calle, podía –por el ejercicio de la profesión– considerarse periodista y tener un carnet. De todas maneras, las mujeres periodistas en Chile han sido siempre mucho más audaces y mucho más notables que los varones. Durante la dictadura, fueron las mujeres las que hicieron la oposición escrita. Tengo gran respeto por ellas. Y por supuesto, como en toda profesión, uno empieza como puede. En el caso de Emilia, en aquella época, las mujeres periodistas eran muy pocas y estaban dedicadas a las lo que se llamaba social porque todo lo que atañera a la mujer se consideraba como inferior. Y esto sigue hasta el día de hoy. Cuando hablamos de la literatura siempre son libros escritos por hombres blancos. Y cuando tú le pones un adjetivo a la literatura, lo disminuyes. Literatura femenina, literatura infantil, literatura…

–¿Sintió usted ese prejuicio en su propia carrera pese al impresionante éxito mundial?

–Pero por supuesto. He adquirido respeto como escritora después de muchos libros y después de vender muchos millones de libros. Que cualquier muchacho que escribe una novela a los 19 años ya tiene respeto. Pero a las mujeres nos cuesta mucho más. Ahora nos cuesta menos que cuando yo empecé porque han pasado más de 30 años y ahora tenemos un boom de la literatura femenina. Nadie se atrevería a decir que porque lo escribe una mujer ese libro es menos. Sin embargo, yo me he encontrado, unas cuatro veces por lo menos, con hombres que, cuando les decía que era escritora, me respondían que le iban a sugerir mis novelas a su mujer porque ellos no leían libros escritos por mujeres.

La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.

–Su hermano aparece especialmente mencionado en los agradecimientos por haberla ayudado en la investigación histórica, que es mucha y profunda. ¿Cómo es ese vínculo personal y profesional con él?

–Juan es un profesor de ciencias sociales retirado. Cuando se retiró, se fue a su casa, con sus gatos y no tiene nada que hacer. Entonces, yo le pedí que me ayudara. Por ejemplo, le pregunto: «Mira, ¿había trenes entre Santiago y Valparaíso en tal o cual momento?». Y al día siguiente me manda cuatro volúmenes sobre los los ferrocarriles en Chile. «No, Juan, contéstame la pregunta, ¿sí o no?», le pido. Porque no necesito saber tanto sobre los ferrocarriles en Chile. Entonces, Juan es quien me provée de casi toda la información básica, que yo leo, estudio y saco lo que me sirve. En otras ocasiones, encuentro un dato que me interesa y siempre lo chequeo con él. Juan me está ayudando constantemente y es la única persona, la única realmente, con quien yo converso ahora sobre lo que estoy haciendo. Yo nunca le digo ni a mi agente ni a nadie lo que hago. Porque quiero tener la plena libertad de hacerlo, de cómo hacerlo e incluso de no hacerlo. Pero con mi hermano Juan lo converso y él me ayuda a a buscar cosas que van enriqueciendo el texto. Porque todo esto requiere de mucha investigación y mucho trabajo. Tal vez ahora con inteligencia artificial esto sea mejor.

–¿Le genera interés la inteligencia artificial?

–Cuando empezó todo este boom de la inteligencia artificial, mi hijo Nicolás me dijo: «Mamá, no vas a tener necesidad de escribir porque le pedimos a internet el tema y lo escribe». Entonces, probamos: le pedimos la historia de un niño, más bien tímido, que tiene una perrita y que esa perrita lo salva del bullying. Y en 10 segundos me escupió el libro que yo ya había escrito. Era casi igual a Perla, la súper perrita. Eso te da una idea del potencial.

–¿Y eso la entusiasma o le da temor?

–Me entusiasma, por supuesto que me entusiasma. Todos esos desafíos me entusiasman.

Isabel Allende básico

  • Isabel Allende nació en Perú y se crio en Chile. Novelista, feminista y filántropa, es una de las escritoras más leídas en el mundo: ha vendido más de ochenta millones de ejemplares de sus libros en cuarenta y dos idiomas.
  • Todos sus libros han sido aclamados por el público y la crítica, entre los que se incluyen La casa de los espíritus, Eva Luna, Paula, La isla bajo el mar, Violeta o El viento conoce mi nombre.
La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.La escritora chilena Isabel Allende. Foto: © Lori Barra, gentileza editorial Penguin Random House.
  • Además de su faceta como escritora, dedica gran parte de su tiempo a la lucha por los derechos humanos. Ha recibido quince doctorados honoris causa, fue incluida en el California Hall of Fame y ha sido galardonada tanto en los PEN Literary Awards, por sus logros durante su carrera, como en los premios Anisfield-Wolf, que reconocen a aquellos libros que han contribuido a la apreciación de la diversidad y el enriquecimiento cultural.
  • En 2014, el presidente estadounidense Barack Obama la condecoró con la Medalla Presidencial de la Libertad, la mayor distinción civil; y en 2018 la National Book Foundation le otorgó la Medalla por la contribución destacada a las letras americanas, uno de los premios literarios más prestigiosos de Estados Unidos.
  • Actualmente vive en California con su marido y sus perros.

Mi nombre es Emilia del Valle, de Isabel Allende (Plaza & Janés)


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