En el mapa mundial, Yibuti es un país diminuto, pero su relevancia estratégica es descomunal. Ubicado en el Cuerno de África, su posición en la entrada del Mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb le confiere un papel fundamental en la seguridad y el comercio global. Actualmente, este enclave es un epicentro de la rivalidad entre grandes potencias, con la presencia militar de actores como Estados Unidos, China, Francia y Japón, que buscan asegurar su influencia en la región.
A pesar de su importancia geopolítica, Yibuti sigue siendo un país con altos niveles de pobreza. Su PBI per cápita, que ronda los 3.500 dólares, es superior al de Etiopía (1.000 dólares), Somalia (500 dólares) y Eritrea (700 dólares), pero sigue dependiendo de la ayuda externa, la inversión extranjera y su relación comercial con Etiopía. Sin embargo, su estabilidad política y su infraestructura portuaria lo convierten en un eje clave en la región, permitiéndole mantener un nivel de desarrollo mayor en comparación con sus vecinos.
Tensiones entre potencias: Yibuti como tablero de juego
El presidente de Yibuti, Ismaïl Omar Guelleh, en el poder desde el año 1999, ha consolidado una política de apertura a múltiples actores internacionales, convirtiendo al país en un punto de convergencia estratégica. Esta decisión ha llevado a un equilibrio inusual, donde potencias con intereses opuestos coexisten en un mismo territorio.
Ismail Omar Guelleh, presidente de la República de Yibuti.
Estados Unidos opera en Camp Lemonnier, la única base militar permanente de EE.UU. en África, utilizada para operaciones antiterroristas en Somalia y Yemen. China, en cambio, estableció en 2017 su primera base militar en el extranjero, reforzando su influencia en el comercio marítimo y asegurando su participación en la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Francia, ex potencia colonial, mantiene una fuerte presencia con fuerzas militares estacionadas en el país, mientras que Japón e Italia han desarrollado instalaciones propias con el fin de garantizar la seguridad de sus intereses en el Golfo de Adén.
Proximidad al mar rojo y su importancia en el comercio global
El Mar Rojo es una arteria vital para el comercio internacional, conectando el Océano Índico con el Mar Mediterráneo a través del Canal de Suez. Se estima que más del 10 por ciento del comercio marítimo mundial pasa por este corredor, incluyendo el transporte de petróleo desde el Golfo Pérsico hacia Europa y América del Norte.

Puerto de Yibuti.
En este sentido, el estrecho de Bab el-Mandeb, que separa Yibuti de Yemen por apenas 30 kilómetros, es un punto de alto riesgo. Los conflictos en Yemen y la piratería en el Golfo de Adén han convertido a Yibuti en un socio clave para garantizar la seguridad marítima. Organizaciones como la OTAN y la Unión Europea han colaborado con la nación africana para asegurar las rutas comerciales contra ataques y sabotajes.
Yibuti en un mundo multipolar
El ministro de Asuntos Exteriores de Yibuti, Mahmoud Ali Youssouf, recientemente elegido para dirigir la Unión Africana, ha sido un actor clave en la estrategia diplomática del país. En un contexto donde el mundo transita hacia un sistema multipolar, Yibuti ha logrado atraer inversiones de diversas potencias sin alinearse totalmente con ninguna de ellas. Este enfoque pragmático ha permitido el desarrollo de infraestructuras modernas, como el Puerto Internacional de Doraleh y el ferrocarril Yibuti-Addis Abeba, que facilita el comercio con Etiopía, un socio comercial esencial.

Mahmoud Ali youssouf, ministro de Asuntos Exteriores de Yibuti.
A pesar de los desafíos económicos y sociales internos, el país ha logrado mantener estabilidad política en una región marcada por conflictos. La creciente competencia entre China y EE.UU. en el Mar Rojo podría poner a prueba esta estabilidad, pero hasta el momento, Yibuti ha sabido navegar con destreza en estas aguas turbulentas.
Yibuti y la falacia de la suma cero
En su libro Las bondades del pesimismo, el filósofo Roger Scruton analiza la falacia de la suma cero, un error conceptual en el que se asume que el éxito de un actor solo puede lograrse a expensas de otro. En la geopolítica, este error lleva a la creencia de que una nación solo puede prosperar si otra pierde influencia, lo que fomenta conflictos y alianzas rígidas.
Yibuti ha logrado superar esta falacia al construir relaciones multilaterales basadas en la cooperación en lugar de la competencia destructiva. En lugar de elegir un solo aliado y rechazar a los demás, ha permitido la presencia de múltiples bases militares extranjeras sin comprometer su soberanía ni verse envuelto en los conflictos entre potencias. Este modelo demuestra que la colaboración con actores diversos puede generar estabilidad y crecimiento económico, sin necesidad de antagonizar con ningún bloque de poder.

Ismaïl Omar Guelleh y Xi Jinping, presidente de China.
Además, el caso de Yibuti muestra que la interdependencia estratégica entre actores con intereses distintos puede ser una ventaja en lugar de una amenaza. La convivencia de bases militares de Estados Unidos, China y otras naciones en un mismo territorio es prueba de que un país puede servir como un puente entre potencias en vez de ser un campo de batalla ideológico. En una era donde la polarización domina las relaciones internacionales, la política de Yibuti es un recordatorio de que la diplomacia pragmática sigue siendo una herramienta poderosa para garantizar estabilidad y desarrollo.
Lecciones para América Latina: Un modelo de diplomacia equilibrada
Yibuti ofrece un modelo que América Latina podría adoptar para evitar caer en la trampa de la polarización geopolítica. A diferencia de países como Venezuela, Nicaragua o Colombia (este ultimo bajo el liderazgo de Gustavo Petro), que han optado por una estrategia más antagonista hacia ciertos actores globales, Yibuti ha demostrado que es posible mantener relaciones con múltiples potencias sin generar conflictos innecesarios.

Yibuti pretende convertirse en el Dubai de África.
Asimismo, su estrategia contrasta con la de Argentina, que ha tendido a alinearse excesivamente con Estados Unidos en ciertos momentos recientes, limitando su margen de maniobra en la escena internacional. En lugar de elegir un solo socio privilegiado, Yibuti ha logrado desarrollar acuerdos comerciales y de defensa con diversos países, garantizando que sus intereses nacionales no dependan exclusivamente de una sola potencia.
Un ejemplo en América Latina que sigue un modelo más similar al de Yibuti es El Salvador bajo la administración de Nayib Bukele. Bukele ha mantenido excelentes relaciones tanto con Estados Unidos como con China, permitiendo la entrada de inversiones extranjeras sin comprometer la autonomía de su país. Esto ha permitido a El Salvador mejorar su infraestructura, modernizar su economía y garantizar seguridad interna sin alienar a ninguno de los actores principales en la política global.
Para América Latina, adoptar una estrategia similar a la de Yibuti implicaría:
– Diversificación de alianzas internacionales sin antagonizar con grandes potencias
– Atracción de inversiones estratégicas sin comprometer la soberanía
– Mantener estabilidad política y económica evitando la excesiva dependencia de un solo socio global
– Fomentar relaciones multilaterales basadas en el pragmatismo y el beneficio mutuo
Este enfoque permitiría que los países de la región maximicen sus oportunidades en el escenario global sin caer en divisiones ideológicas que limiten su crecimiento.
Yibuti ha demostrado que el pragmatismo geopolítico puede ser una herramienta poderosa para la estabilidad y el desarrollo. Su capacidad para atraer inversión extranjera y mantener relaciones con potencias rivales sin caer en sumisión o confrontación es una muestra de que la diplomacia bien gestionada puede generar beneficios sin comprometer la soberanía. Su rol estratégico en el comercio mundial y la seguridad marítima lo han convertido en un actor clave en la política internacional, a pesar de su tamaño y limitaciones económicas.
En América Latina, donde la tendencia a la polarización geopolítica ha debilitado el margen de maniobra de varios países, Yibuti representa una alternativa viable. En lugar de caer en alianzas rígidas o en antagonismos innecesarios, la región podría adoptar una estrategia más flexible y diversificada, similar a la de Yibuti, para fortalecer su autonomía y maximizar sus oportunidades económicas. En un mundo multipolar, el éxito no depende de la confrontación, sino de la capacidad de generar sinergias y asegurar intereses propios con inteligencia. (www.REALPOLITIK.com.ar)
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