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viernes, agosto 1, 2025

Javier Milei y la violencia verbal como combustible

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La violencia verbal en redes sociales se duplicó en Argentina en los últimos dos años y medio. Según un informe publicado recientemente por la consultora Ad Hoc, el ecosistema digital del país está caracterizado por una dinámica sostenida de insultos, agresiones y provocaciones en las que participan activamente políticos, periodistas y usuarios anónimos. Y en el centro de ese sistema aparece el mismísimo presidente Javier Milei, identificado como el mayor generador de contenidos violentos entre los usuarios no anónimos de redes.

El estudio da cuenta que, entre enero de 2023 y junio de 2025, se registraron 27,5 millones de insultos en las plataformas digitales argentinas. En dicho período, la cantidad de agresiones verbales pasó de un promedio mensual de 666 mil a más de 1,3 millones. Obviamente, el momento de mayor intensidad coincidió con la campaña presidencial de 2023, pero luego ese nivel se sostuvo e incluso ha tendido a agravarse durante el primer semestre del corriente año.

En este contexto, el líder libertario es señalado como el usuario (no troll) más agresivo y provocador de todo el ecosistema digital. De hecho, en los últimos dos años Milei publicó y compartió unos 1.589 insultos en redes sociales (a razón de 66 por mes, en promedio), superando claramente a todos los dirigentes de los demás espacios políticos. Es evidente que su estilo confrontativo no es esporádico ni casual, sino que forma parte de una estrategia sistemática y efectiva de comunicación y construcción de poder. No en vano el Presidente sale a multiplicar sus insultos cuando advierte que su imagen comienza a declinar en las encuestas.

Milei no hace nada para disimular o atenuar su incontinencia verbal, por el contrario, saca provecho de esta situación, lanzando una batería de insultos y frases ofensivas contra adversarios políticos, preferentemente peronistas (llamados despectivamente “kukas”, “mandriles” o “zurdos”), legisladores nacionales, preferentemente senadores (“ratas” o bien “degenerados fiscales”), gobernadores de Provincias sin distinción (a los que acusa de querer “destruir” al Gobierno nacional), periodistas no amigos (y por lo tanto, “ensobrados” o “soretes hijos de p…”), artistas, preferentemente mujeres (como Lali “Depósito”, entre otras) y distintas figuras públicas que no son consideradas como “gente de bien”, según la dialéctica oficialista.

Ni siquiera los economistas liberales, otrora allegados al jefe de Estado, se encuentran fuera del alcance de la pirotecnia libertaria, siendo todos ellos reputados como “fracasados”, desde Roberto Cachanosky hasta Carlos Melconian, con excepción de los que integran actualmente su gabinete, como Luis “Toto” Caputo, al que califica sin sonrojarse como “el mejor ministro de Economía de la historia argentina”.

Y últimamente la furia presidencial se viene descargando también sobre la figura de su Vice, Victoria Villarruel, con la que no mantiene contacto ni relación alguna desde hace un año y a la que acusa sin más de ser una “bruta traidora”, negándole hasta el saludo en los actos oficiales. El mismo desaire ha sufrido, en reiteradas ocasiones, el alcalde porteño Jorge Macri, lo que configura una inconcebible falta de educación y respeto, en contravención con las más básicas reglas de protocolo y estilo.

Lo interesante del estudio realizado por Ad Hoc es que allí se describen tres diferentes roles que sostienen este esquema de reproducción: los trolls, los provocadores y los amplificadores. 

Los primeros son usuarios anónimos o cuentas intensivas (muchas veces remuneradas) que se dedican exclusivamente a insultar, agredir y viralizar contenidos violentos.

Los provocadores, en tanto, son figuras públicas con legitimidad social que toman el lenguaje propio de los trolls y lo introducen en el debate político. De esa manera, el lenguaje violento es legitimado. Javier Milei se destaca especialmente en el ejercicio de ese rol. En el documento analizado también se menciona al multimillonario empresario Marcos Galperín como otro actor relevante en este circuito.

Por último, los amplificadores son periodistas y medios de comunicación que, al denunciar las injurias y los agravios, al criticarlos o referenciarlos, contribuyen -directa o indirectamente- a darle difusión, expandiendo y potenciando su alcance masivo (fuera de las redes). En este sentido, comunicadores como Luis Novaresio, María O’Donnell, Julia Mengolini o Jorge Rial, que han sido víctimas de ataques organizados desde las usinas libertarias, al denunciar o responder públicamente a esos agravios no hicieron más que amplificar los efectos de aquellos mensajes violentos.

Según el informe, este fenómeno no es solo una cuestión de formas. La política argentina habría adoptado en los últimos tiempos la lógica de las redes, donde los escándalos importan más que las ideas y los insultos prevalecen sobre los argumentos. No hay más razonamiento ni argumentaciones, todo se reduce ahora a un mero intercambio de agravios y acusaciones. Y cuánto más grotesco sea ese intercambio, mayor impacto parece tener en la Sociedad. Las sesiones que se desarrollan en el Congreso de la Nación son un patético ejemplo de lo anterior.

El algoritmo premia la confrontación y desprecia el diálogo. Lo que genera enojo, bronca o indignación se viraliza más que el contenido moderado y racional. Hoy, todo tiende a extremizarse, es blanco o es negro, zurdo o facho, “kukas” o “libertos”. El que más insulta logra mayor exposición y difusión. Entonces: insulto, luego existo. No hay existencia posible fuera del griterío que aturde e inhibe el pensamiento.

En la época de la post-verdad, el debate racional se diluye y termina imponiéndose una suerte de tribalismo digital, en el que cada usuario consume únicamente los contenidos que contribuyen a reafirmar sus creencias. No hay tiempo para cuestionamientos ni reflexiones. Tampoco se fomenta el pensamiento crítico. Pensar es un arte del pasado, que no resulta atractivo en la sociedad actual. En este clima de permanente crispamiento, la agresión verbal no es considerada un exceso sino una herramienta necesaria para la construcción del discurso público. Milei entendió esto antes y mejor que nadie. Y ese es sin dudas su gran mérito.

En un escenario dominado cada vez más por las redes sociales, donde el insulto y la provocación son recursos habituales, debemos preguntarnos si estas prácticas son saludables para la convivencia en una Sociedad democrática, porque en definitiva lo que realmente importa no es saber quién gana y quién pierde en este juego, sino qué quedará en pié después de la batalla digital.

Redacción

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