Un personaje comprometido con el que busca, una vez más, rebatir el mito de que el teatro clásico no es apto para todo público. Con Ricardo III el actor Joaquín Furriel termina cumpliendo varias metas personales y profesionales. Un saldo más que positivo que llega a sus 50 años. “Me di cuenta que este personaje y trabajar con Calixto Bieito me amplió el campo expresivo. Crecí como actor. Hay un antes y un después”, define.
“¿Me preguntás cómo me encuentra esto? Siento que los desafíos siempre son diferentes. El teatro es presente puro. Cuando estaba ensayando Hamlet me encontraba más inquieto porque era la primera vez que hacía teatro después de cinco años de sufrir aquel ACV. Estaba inseguro con lo que podía pasar con mi memoria. No sé si es porque tengo más años, pero estoy más tranquilo, todo lo que me preparé fue justamente para llegar a este estado y hacer un personaje como este”, revela a Revista GENTE desde el Teatro San Martín.

“Yo quería hacer Ricardo III, con Bieito en este teatro. Deseaba volver a trabajar con él por la libertad creativa que tiene, por la belleza y la violencia. Además, tenía la sensación de que podía encontrar un interrogatorio interpretativo para ver hasta dónde llego con el personaje», reafirma Furriel.
En la entrevista, Joaquín manifiesta que con este tipo de personajes “tenés que estar muy abierto al conocimiento, para poder darle la mayor dimensión posible a cada uno de los momentos que atraviesa”.
“Es una experiencia extraordinaria. Todos estos meses estuve leyendo sobre la maldad sin moralidad, que es lo que nos genera la incertidumbre de estos momentos. ¿Hacia dónde va nuestra especie?, te preguntás a partir del personaje. Shakespeare escribió la obra original en 1592, la ambientó en 1482 y en 2025 la tomó Calixto Bieito y la hizo totalmente actual”, dice.
-Resulta interesante esto de la contemporaneidad, porque termina acercando al espectador, al tiempo que derriba el mito de que este tipo de piezas cuenta con una complejidad que provoca que el público general no la entienda…
-Estoy de acuerdo con esto que decís. Lo que pasa es que hay una construcción de las elites que se apropiaron de Shakespeare, haciendo que pareciera que el teatro clásico es una cosa que no podés agarrar y expone al espectador a quedar como un ignorante, por no entender lo que pasa arriba del escenario. En aquel momento Shakespeare escribía para un público analfabeto, por eso era popular. En el texto de Calixto, se encuentra esa base y no queda afuera nadie. El elenco es argentino y agregamos muchas cosas nuestras para darle aún mayor claridad. Están invitados desde aquel que nunca vio teatro hasta un erudito que quiere ver qué logró el director con ese texto.

-¿Cuáles son esos guiños de argentinización del texto?
-La estructura dramática. No usamos el “tu” y ninguna palabra que la gente tenga que buscar en el diccionario porque no entender de qué carajos se está hablando. Repasamos muchas veces el guion y cambiamos lo que nos hacía ruido. En definitiva, Ricardo III es un problema de familia: uno que está lejos del trono se encuentra dispuesto a matar a todos para ser coronado rey. Algo que simbólicamente podés llevar a cualquier familia en la que hay uno que no tiene interés por su entorno y odia a sus lazos filiares. No es mi caso, pero escuché muchos de hermanos que no se hablan entre ellos o con sus padres. Donde existe poder hay más cosas que cuidar, hay más cosas que desear. Imaginate si viviéramos en un mundo sin herencia: se termina el problema y todos debemos partir de la base cero. Si sabés que vas a heredar, no tenés la tranquilidad de los que debimos salir a ganar el partido sin nada. Con humor y con sarcasmo, la obra habla de eso: de la miseria humana.
-¿Qué aporta Ricardo III en este contexto del país y en una calle Corrientes que alberga propuestas teatrales de las más diversas?
-Lo que interpela es que se trata de un thriller suicida. Te muestra que cualquier sesgo de autoritarismo exacerbado termina mal. Siempre termina mal. La historia lo demuestra. Hay algo de llevarte todo puesto, como Ricardo III, que te pone en soledad. Es interesante el recorrido del personaje para ver el mundo alienado de hoy, en el que no podemos aceptar la incertidumbre. Culturalmente nos quedamos sin Dios.

-¿Y a vos qué te genera incertidumbre en el día a día?
-La fanatización. En tiempos en donde el algoritmo nos une a los que pensamos igual, es malo porque no hay dialéctica. Terminas hablando para gente a la que le caés bien. Las generaciones nuevas fueron educadas para ver la vida de los otros sin interpelarlas. La verdad genera incertidumbre. Hasta al concepto de verdad te lo puso el sistema. Estamos en un final de era y no sabemos qué viene. Hasta los Noventa tenías el comunismo o el socialismo, ahora incluso los países más comunistas tienen una economía capitalista.
El legado artístico, de generación en generación

Si bien el actor no suele exponer ciertos aspectos de su vida privada, debemos destacar que la sensibilidad de artista la adoptó desde chico, en el seno del hogar. Por ejemplo, no se puede dejar de mencionar a su papá, Alejandro Furriel, que desde hace unos años desarrolló su faceta de pintor.
“Mis padres nacieron en una época en donde ninguno podía ser artista. Se dedicaron a criar hijos porque fueron padres muy jóvenes, como se estipulaba en ese momento, y tenían que salir a trabajar para bancar la casa. Cuando nosotros crecimos, ellos , que seguían siendo jóvenes, empezaron a preguntarse qué querían hacer de verdad. Mi papá comenzó a pintar de manera más seguida. Mi mamá, por su parte, siempre tuvo un vínculo muy especial con el teatro y la música”, cuenta Joaquín a Revista GENTE.


Y reconoce: “En casa el arte era una herramienta que te mejoraba la vida y te daba herramientas para entender tu identidad. Lo más importante es el pensamiento crítico que te da, algo que hoy le traslado a mi hija (Eloísa, 17)”.
-¿En qué sentido?
-Quiero dejarle que vea que en la vida hay curvas, para que no se las coma. Desde ya, a mí me resultó más fácil cuando me vine a cursar en el Conservatorio. Yo empecé con la actuación en lo que hoy es la UNA (Universidad Nacional de las Artes), en 1993, en pleno liberalismo, cuando todos estudiaban Marketing o Administración de empresas.
-Rompiendo esa estructura en la que una familia espera el título universitario colgado en la pared…
-Todo padre busca para su hijo algo que básicamente le dé la tranquilidad de que va a poder sobrevivir. Siempre me acuerdo cuando el escritor portugués José Saramago contó cómo le enseñaba José a Jesús el oficio de la carpintería cuando era niño. Decía: “Un padre que no le da herramientas a su hijo para sobrevivir lo condena al hambre”. Yo creo que tiene que ver con eso. Los padres ponen presión porque tienen ese temor de que te falte algo en tu futuro. Y de eso se trata el sistema en el que estamos viviendo.

-Me quedó dando vueltas la frase de que querés que tu hija no se coma la curva: ¿Cómo la ves plantada en este contexto en el que los adolescentes de ahora tienen una voz que pesa en el hogar?
-Yo no la veo indiferente con lo que pasa, y me gusta. Está viviendo la edad como la debe vivir. No tiene una sobreexcitación con las redes sociales y eso es sano. Trabajamos mucho con la madre (Paola Krum) para que sea así porque creemos que los padres debemos involucrarnos, así los hijos no queden a la marchanta en ese aspecto. Uno tiene que intervenir para no excluirla del contexto, pero siguiendo de cerca qué hace. Lo que me gusta de ella es su curiosidad. La curiosidad es lo que ayuda a que las personas vivan muchos años. Es una llave importante para lo existencial.
-Aparte la acompañan en seguir el legado familiar...
-Ella desde los nueve años estudia producción musical, canta, compone y toca el piano. En 2025 terminará el secundario. Está enfocada en dar todas las materias. Para mí lo más importante es que disfrute, aunque haya cosas que no le gusten. Estudiar para algo que no te gusta, muchos lo ven como una pérdida de tiempo, pero te da un músculo interesante, ya que no todo en la vida es como uno quiere. Yo entiendo que hay gente que piensa que hay quehacer “todo lo que quieras y nada más”, pero a mí me resulta ingenuo manejarse así en el mundo en el que vivimos. Yo tuve que aprender muchas cosas que no me interesaban para nada por el simple hecho de tener que entrar en el sistema.
Fotos: Rocío Bustos
Agradecemos a Raquel Flotta (RF Prensa y Comunicaciones)