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viernes, mayo 9, 2025

Juan Cárdenas: “Necesitamos todos empujar para el mismo lado”

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De paso por Buenos Aires para presentar su más reciente libro, La ligereza, el escritor colombiano Juan Cárdenas volvió a un ritual que lo vincula con nuestra ciudad: visitar el Museo Nacional de Bellas Artes y, en particular, los cuadros de Cándido López. No es extraña esta afición si se recuerda que, además de narrador –autor de siete novelas y un par de libros de relatos– y traductor, Cárdenas es crítico de arte.

También, que muchas veces son las obras de arte el germen o las fuentes en la que abreva su literatura. Para la escritura de Peregrino Transparente, por caso, una novela que transcurre en el siglo XIX en lo que hoy es Colombia, revisó toda una tradición pictórica en torno a los naturalistas que llegaron a la zona: mapas, acuarelas, e ilustraciones de expediciones científicas del siglo XIX.

Esta vez, frente a los cuadros de Cándido López, sucedió una revelación, algo con el punto de vista: “Me di cuenta de que nunca antes había visto que, si te paras justo enfrente del cuadro, el cuadro se cierra y no ves bien porque la obra tiene una perspectiva compleja: no está trabajado sobre la perspectiva clásica con un punto de fuga único. De repente me empecé a parar a los costados y volví a ver el cuadro y dije, ¡ah, mira!”.

La anécdota puede servir de introducción al autor y viene a cuento del libro que ahora presenta, La ligereza (Sigilo). En él se incluyen una serie de ensayos escritos entre 2019 y 2024, es decir, que atraviesan la pandemia, y de algún modo también exuda las prácticas de Cárdenas como escritor, crítico, y ensayista.

Un libro de textura abigarrada y poética, tan lúcido como bellamente escrito, que destila humor (o humores) y da cuenta de una de formación en diversos saberes –en teoría crítica, filosóficos y literarios–, al servicio de unas ideas, y por sobre todo, una escritura. Firmados en las ciudades de Bogotá, Curitiba, Atenas, Santiago de Chile y Cajibío, se ve además en qué medida la escritura Cárdenas está siempre atravesada por viajes y migraciones. Clarín converso con Juan Cárdenas en la sede de la editorial Sigilo.

–Me gustaría saber cómo fue el andamiaje, cómo concebiste este «artefacto literario» tan particular que es La ligereza.

–Mira, los ensayos son para mí como un trapo que le voy pasando a la realidad o al tiempo, y ese trapo se va manchando de pátina, mugre o como querrás llamarle. Una especie de muestreo de un momento; una sensibilidad que trata de captar cosas que también están medio flotando en el ambiente, y por supuesto siempre apuntalando todo en lecturas, una obra de arte, una película. Yo fui escribiendo estos textos y es con el paso de los años que, de repente, me doy cuenta de que hay una línea, unos ecos, unas resonancias. Ahí me doy cuenta que falta esto, con lo que ya se arma el libro. Esto me ha ocurrido dos veces: con un libro anterior que se llama Volver a comer del árbol de la ciencia (Sigilo, 2018) y ahora con La ligereza. Hay una serie de cosas que yo creo que son urgentes de pensar. Lo que pasa es que esa urgencia está como desplazada, porque obviamente estoy hablando de otra cosa: al hablar de Pasolini (“Dos jergas de la autenticidad”), estoy en realidad hablando de problemas muy puntuales de ahora. En últimas, se trata un poco de tomarle el pulso al presente, pero como con gestos anacrónicos. Entonces, el libro es resultado de esa operación.

–¿Escribís estos textos entre ficción y ficción, o podés estar escribiendo, por ejemplo, una novela y colarse la escritura de un ensayo?

–Eso es imposible, imposible. Son realmente entre novela y novela. Las novelas en cierto modo a mí me organizan el tiempo. Yo me paso años hasta que digo, ah, ahora sí es momento de sentarme a escribir la novela, pero en realidad tomó notas mucho tiempo y es curioso porque la escritura de los ensayos en cierto modo es como un camino, un pasaje de mediación entre una novela y la siguiente.

–Algo del carácter de La ligereza nos hace pensar en una suerte de tratado estético, incluso ya en la primera oración “Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza”, resuena el comienzo de la Teoría estética de Adorno. ¿Me preguntaba si había una voluntad de pensar estos ensayos en esos términos teóricos?

–La Teoría estética de Adorno no fue una referencia muy consciente, pero habiéndome formado leyendo teoría crítica, Benjamin y Adorno son habitués del bar, y están allí en una mesita conversando entre ellos. De hecho en mi libro hay un ensayo que se llama “Dos jergas de la autenticidad” y eso sí es una alusión a esa parte de la Dialéctica negativa donde Adorno habla de la jerga de la autenticidad, refiriéndose a toda la ontología heideggeriana: ese es quizás es el único guiño consciente. Me parece que hoy más que nunca es importante volver a esa crítica de Adorno a Heidegger para decir: “Espera un momento, ¿cómo es que estamos utilizando la ontología de un señor ultra reaccionario, nazi, que creía en una forma orgánica de la autenticidad y del ser para pensarnos hoy y supuestamente desde lugares del progresismo?”. Bueno chicos –y chiques– es hora de volver a estas cuestiones y de pensarlas mejor porque evidentemente nadie –quiero decir, nadie sensato en el campo progresista–, podría ir contra las minorías, por favor, eso es absurdo.

El escritor colombiano Juan Cárdenas. Foto: Consuelo Iturraspe, gentileza editorial.
El escritor colombiano Juan Cárdenas. Foto: Consuelo Iturraspe, gentileza editorial.

Releyendo América latina

En “Parábola del no retorno”, Cárdenas traza un escenario que es a la vez epocal y autobiográfico. El autor cuenta que vivió en España durante quince años, y dice que es en Madrid donde “se inventó una vida como escritor”.

Es por esos años que Cárdenas será testigo “de un bellísimo cambio del español peninuslar que acabó por abrirse para recibir otros ritmos, otros léxicos, otras entonaciones modeladas en geografías remotas”.

Esa transformación, que el colombiano lee en los términos antropofágicos de Oswald de Andrade (“españoles comiendo sudacas comiendo españoles en un bucle infinito de glotonería feliz”), se corresponde, a su vez, con un momento de la industria editorial en el que los nuevos sellos independientes acompañan a los escritores latinoamericanos que circulan, producen, se cruzan, y encuentran audiencias ampliadas.

–Pasada más de una década desde aquel alumbramiento, hacia dónde creés se encaminó el debate (y tu producción).

–Mira, obviamente, la historia no avanza en línea recta ni va siempre en esa dirección anhelada del progreso. De hecho, hay que contar siempre con que se producen retrocesos, desaceleraciones, vueltas, espirales. Eso es inevitable. Mi amigo, el académico colombiano José Figueroa le llama a esto universalismo situado. Sí, efectivamente, siempre hay encarnaciones y configuraciones muy particulares, pero que en últimas no dejan de ser encarnaciones de algo universal. Durante estas últimas décadas de teoría crítica se dijo que ese universal era imperial, que era blanco, etc., el problema es que echamos al niño con el agua de lavar –como dicen las abuelas– y diagnosticamos erradamente que el universal era parte consustancial de ese imperialismo. Y yo creo que eso no es así. Yo creo que si nos hundimos en los particularismos, si nos hundimos en la exaltación de las identidades otras, en nombre de supuestas ancestralidades, o si nos hundimos incluso en la fetichización de lo marginal, corremos el riesgo de perder de vista que necesitamos todos empujar para el mismo lado de crear, bueno, una especie y darle sentido y futuro a esa especie.

–¿Cómo impactó en lo personal y en tu producción este cambio de paradigma del ecosistema literario?

–Si bien no soy un buen sociólogo de estas cuestiones, sí tienes razón en que todos hemos tenido esta misma experiencia, este cambio tan loco en las condiciones de trabajo, y en las condiciones de recepción de los textos también, por lo que sí, se han dinamizado mucho más los intercambios. Yo creo que ahora estamos mucho más conectados que hace unas décadas. El aislamiento nacional se está rompiendo, creo yo, lentamente, pero se está rompiendo. Y en eso, la diversidad, digamos, de esa especie como de ecosistema literario editorial tiene un papel: hay un antes y un después. Ahora parece que se estuviera produciendo una especie de retroceso, pareciera, o repliegue, en el que las corporaciones están volviendo a tener mucho poder, por ejemplo, a la hora de captar autores a la hora de imponer una determinada conversación. También empezaron a copiar estrategias de las editoriales independientes. Aclaro que no tengo nada contra la industria –al menos de la del libro, digo–: lo único que me parece es que tenemos que garantizar las condiciones para que siga habiendo literatura, eso es todo. En muchos países de la región, las editoriales independientes han vuelto a ese lugar un poco como de semillero de talentos, que luego las corporaciones absorben. Eso me parece también problemático. Prefiero que haya un ecosistema donde un autor pueda seguir trabajando con editoriales independientes durante muchísimos años y hacer una carrera en esas editoriales, que personalmente es una apuesta que estoy tratando de llevar adelante. Puede sonar a una cursilería, pero espero que se entienda bien: en mi caso, los editores son mis amigos. A veces eran mis amigos antes de ser mis editores y a veces primero fueron mis editores y luego se volvieron mis amigos, pero justamente por ese diálogo que estás mencionando.

Fe y claves de pensamiento universalizable

Si en el segundo de los ensayos, Cárdenas hace una crítica a Pasolini por su esencialidad –que lee como liso y llano fascismo–, el tercero de los textos, “Alrededor de una crisis de fe”, se centra en la recuperación de la figura del escritor, poeta y antropólogo peruano José Miguel Arguedas, analizando su novela póstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo y definiendo la que considera una “literatura con fe”.

–¿Por qué el rescate de este autor, y en particular, esta obra?

–Yo creo que Arguedas es un novelista sumamente mal leído. A veces poco leído, pero cuando se lo lee, se lo ha leído desde los particularismos. Es muy llamativo que tanto las lecturas que se hacen, digámoslo así, desde una cierta crítica progresista, como las lecturas que puede hacer un Vargas Llosa –quien lo reduce a folclorismo, artesanía etnografía, le quita valor literario–, ambas coinciden en leerlo desde el particularismo. Para mí Arguedas es interesante, primero, como explorador de las formas; es un escritor sumamente sofisticado en el sentido de que esa exploración de las formas tiene que ver con la mejor forma de expresar unas determinadas fuerzas históricas, pero también, conflictos del presente: en ese sentido Arguedas resulta un pensador urgente, modernísimo, que nos está hablando hoy de un montón de problemas que tenemos hoy. Al mismo tiempo, me parece que en su acercamiento andino al mundo hay claves de pensamiento universalizable. En el ensayo del libro, me centro en su novela póstuma, que se publica después de suicidarse, que es El zorro de arriba y el zorro de abajo. Un libro absolutamente asombroso que es como una carta de suicidio, pero al mismo tiempo es un diario donde hace ajustes de cuentas, y es también el registro de escritura del libro está teniendo problemas para escribir…

El escritor colombiano Juan Cárdenas. Foto: Consuelo Iturraspe, gentileza editorial.El escritor colombiano Juan Cárdenas. Foto: Consuelo Iturraspe, gentileza editorial.

De risas, placer y humores

–En una hermosa anécdota incluida en el ensayo que da nombre al libro, decís que el lenguaje tiene un “origen plumado”, a propósito de un loro que reemplaza en el dictado de las clases a una maestra que ha desaparecido en una comunidad. ¿En qué medida lo ligero se relaciona con el humor?

–A mí más que el humor, me gusta la connotación más antigua donde no había uno sino muchos humores: estas doctrinas médicas hipocráticas que luego van por toda la Antigüedad. La connotación que tiene ahora el humor me parece que es frívola y no ligera. Por eso prefiero hablar de risa: la risa sí me parece una cuestión importante: la risa carnavalesca, esa tradición medio bajtiniana. De hecho soy una especie de observador de cómo se ríe la gente. O sea, la carcajada a mí me revela un montón de cosas sobre cómo es una persona. Cuando es una risa espontánea, que se le sale a alguien eso está conectado con un cable que va al estómago, al sexo y a la tierra, eso es como la conexión entre los mundos, entre lo inferior y lo divino. La risa conecta esos dos extremos lo hace a través del cuerpo.

–Pero en tu texto se filtra también –a través del lapsus que leés en la novela de Arguedas– la tradición (freudiana) del chiste y su relación con el inconsciente.

–En el fondo creo que van por la misma línea, porque es esa carcajada la que te conecta con ese mundo que en el fondo es el inframundo, que en el fondo es el inconsciente. Casi te diría que prácticamente la risa es una cuestión que atraviesa todos mis libros, en mi escritura siempre hay risa y esa risa obviamente me interesa que sea profunda, cavernosa, esta risa medio telúrica que conecta con el inframundo, con el mundo de los dioses y las tumbas etruscas.

–Uno de los motivos que, decís, te llevó a volver a América Latina fue pensar el territorio como una suerte de biblioteca en la que querías seguir indagando, que hubieras pedido si te quedabas en España. ¿Se confirmó eso que imaginabas?

–América Latina es inagotable. Desde que regresé en 2014 –ya van más de 10 años– estoy conociendo muchas cosas que ignoraba, pero también entendiendo mucho mejor lugares que creía conocer: las cosas más cercanas de mi propio país, lugares incluso muy cerca del lugar donde nací es como no se me agotan en ningún sentido: ni en el sentido social, ni histórico, ni material y hasta natural. A veces, reviso cosas que creía que sabía, como en la investigación previa a la novela Peregrino Transparente: yo creía que conocía esa tradición, pero entre más me metía me daba cuenta de mi tremenda ignorancia y de que no me había dado cuenta de cosas que estaban ahí, oculta a la vista de todos, como la carta robada de Poe. Y eso ha sido un proceso realmente emocionante. Como lo que te comenté de ayer frente a los cuadros de Cándido López. Esas cosas me encantan y son lo que me tienen como vivo.

Juan Cárdenas básico

  • Nació en Popayán, Colombia, en 1978.
  • Es crítico de arte, traductor y autor de las novelas Zumbido (2010), Los estratos (2013, Premio Otras voces, otros ámbitos), Ornamento (2015, Sigilo), Tú y yo, una novelita rusa (2016, publicada en la Argentina por la editorial artesanal Ninguna Orilla), El diablo de las provincias (2017), Elástico de sombra (2019) y Peregrino transparente (2023, Sigilo) así como de los libros de relatos Carreras delictivas (2006) y Volver a comer del árbol de la ciencia (2018, Sigilo).
  • Ha traducido a numerosos autores, entre ellos Joseph Conrad, William Faulkner, Nathaniel Hawthorne, Norman Mailer, Eça de Queirós y Machado de Assis.

Los libros de Juan Cárdenas se encuentran en el stand 1720 del Pabellón Amarillo.


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