“Los medios gráficos no existen más. Existen de un modo testimonial, para que no se diga que no existen, pero en los hechos no existen más”, dispara Juan José Becerra y cuenta que cada domingo se informa leyendo a diez personas en las cuales confía “en su buena fe”. Autor de catorce libros (entre novela, cuentos y ensayo) acaba de publicar, como si estuviera delgado de obra, dos novelas a la vez. Un díptico. Un hombre y Dos mujeres (Seix Barrial) son dos novelas breves, menos de cien páginas de extensión, que se conectan en una escena pero son diferentes entre sí.
El escritor argentino Juan José Becerra. EFE/Alejandro GarcíaEn este diálogo, el escritor oriundo de Junín, fanático de Boca, ahondará en los mecanismos que entretejieron estas narraciones, confesará que un poco este doblete de novelas se debió a cierto hartazgo que le viene produciendo el libro como objeto contenedor de literatura, señalará a César Aira como un “dios literario” y adelantará algo de su próximo proyecto que describe como “una novela larga. Un ladrillo. Supongo que me va a costar encontrar un editor”.
–¿Cómo surgió la idea de contar estas historias y en este formato de díptico?
–La idea fue bastante tardía. Primero escribí una historia, después otra. Son tan cortas que antes de preguntarme qué estaba haciendo las había terminado. Pero con una salvedad técnica, aunque es mejor llamarlo error: una escena se repetía en los dos libros. Pensé: «Este punto de concurrencia necesita un desplazamiento». Ahí empecé a imaginar la idea de publicar las historias separadas pero unidas de algún modo. Separadas tenían que estar sí o sí porque se trataban de dos historias que aún cuando tuvieran un punto de concurrencia iba cada una por su lado. Se me ocurre primero separar los libros y después unirlos por las tapas. Eso me parece que fue todo pero también eso, que no veo ahí ninguna revolución, tiene que ver con la idea de que empiezo a ver al objeto libro como un continente, un sistema de cercenamiento respecto a su contenido, que es la lengua.
–En una entrevista contaste que el libro empezaba a incomodarte.
–Uno podría decir que la lectura es la que produce en la lengua, en el idioma o en la historia que haya en el interior de un libro ciertos movimientos y estos pueden no repetirse a lo largo de una serie de lecturas, incluso hechas por la misma persona. Pero eso no deja de hacerme sentir que el libro es como la botella al whisky, es una medida. Creo que lo que hice fue reaccionar contra esa medida y donde había una botella de whisky, ahora hay dos. Lo cual no mejora demasiado las cosas pero quizá se resista a que la literatura sea solamente contenida en su continente de origen industrial. Porque es obvio que la literatura es preexistente a los libros a pesar de que ahora no sale de ahí y por lo tanto puede hacernos sentir a las personas que escribimos el anhelo de volver a hablar en vez de escribir.
–Ambos libros son muy diferentes. Su forma, su tono, su manera de narrar. ¿Qué te interesó de cada mundo narrado?
–El contraste de las diferencias. No solo por una cuestión de géneros. Me interesó contar las particularidades de cada ejemplar de cada género. Que más que géneros parecen especies. Por el abismo que los separa. Por el modo radicalmente opuesto de actuar. Me interesó establecer esas diferencias para que sean vistas, no para que sean desplegadas de un modo discursivo. Cada libro que uno se sienta a escribir desde la primera escena exige una cantidad de condiciones. Esas condiciones que son poéticas, tonales, narrativas, del orden que se te ocurra, son muy precisas de ese libro, que ningún otro libro te va a volver a pedir. Me parece que hay que aprovechar esa imposición de condiciones del libro para responder a la medida de las posibilidades que uno tenga en el momento de escribirlo, porque si ese libro que uno escribió y lo escribe dentro de seis meses es obvio que es otro libro, quizá antagónico.
–Un hombre es una historia, como bien lo sugiere el título, muy masculina, donde hay muchas referencias automovilísticas. ¿Te interesa el universo de los autos?
–No soy muy tuerca. No me gusta ver carreras. Me aburren mucho los circuitos. He visto varias de Turismo Carretera porque en mi ciudad, Junín, es una pasión. Pero a mí me interesó siempre mucho más la pasión secundaria: el asado. Me interesa el auto como máquina, como cápsula de soledad. Me gusta muchísimo manejar solo en la ruta. Creo que es una de las cosas que más me gustan. Mi fantasía juvenil es ser algún día viajante de comercio. Ir de un pueblo al otro tratando de evitar las ciudades grandes, cruzando rutas más o menos desérticas y llevar cosas de un lado al otro.Tener esas conversaciones incidentales y muy profundas que tienen los viajantes de comercio con sus clientes. Creo que lo que más me interesa del auto es esa posibilidad de poder viajar solo por rutas. Me gusta tanto eso que no me gusta nunca llegar. Cuando llego al destino ya me empiezo a deprimir.
Dos al precio de uno. En librerías desde el fin de semana. pic.twitter.com/aiHy2ivvys
— Juan José Becerra (@jbecerra2012) June 25, 2025
–Dos mujeres arranca con una imagen muy potente (“Vi una mujer que le hablaba a los gritos a la Casa de Gobierno”). ¿Cómo se te ocurrió esa historia?
–No vivo en Buenos Aires pero varias veces vi a una mujer que le hablaba a los gritos a la Casa de Gobierno. Obviamente, en el registro de la paranoia, lo cual produce mucho lenguaje. Sobre todo un tipo de lenguaje que desemboca una y otra vez en el enigma. Entonces, a mí me fascinó verla, era una mujer madura, muy bonita, que andaba con unas valijas carro, un micrófono y le hablaba al misterio que hay en el poder que ella parecía estar en condiciones de dilucidar, no exactamente a los gobernantes. Me fascinó esa potencia que era una potencia poética, no puedo decir que era informada o analítica. Había un modo de sospechar la oscuridad del poder que me gustó y me gustó ella, me gustó esa imagen. Después volví a verla un par de veces más en otros barrios y dije, «Bueno, es evidente que es una mujer que deambula.» Después empecé a escribir sobre ella. Después apareció la otra mujer y en fin. Eso fue todo de la cuestión de seguir la rutina de movimientos imaginada por mí de esa persona que se movía por la ciudad de una manera, vamos a decirlo con un término de la época, aleatoria.
–Hay bastante de Aira en ambas novelas. Es un autor al que solés elogiar ¿Qué te interesa de la literatura de Aira?
–Aira para mí es un Dios de la literatura. Eso está fuera de discusión.No sé muy bien cuál es su presencia en lo que escribo. Sobre todo porque creo que hay metabolismos diferentes en las personas que escriben. Uno es el metabolismo del lector y otro el del escritor o de la persona que escribe más que el escritor. Se puede identificar mucho más fácil el metabolismo o los procesos de influencia que ocurren en la experiencia de lectura. Es mucho más difícil detectarlo en los procesos de escritura porque uno escribe con los libros que lee, con las personas que admira pero también contra ese universo de la influencia. Yo por lo general me siento bastante refractario a las influencias. Me parece que es por una cuestión casi orgánica de rechazar la influencia. Pero eso no está en mí como la persona que escribe sino como persona ya. Pero si tuviera que considerar de una manera fría qué es lo que a mí más me interesa de Aira, al margen de sus dones literarios, es su libertad. El modo en que Aira escribe desentendiendose de cualquier posibilidad represiva es un hecho muy importante en la literatura argentina que debería inspirarnos de él. El resto lo hace él.
–Hay en ambas novelas un vértigo, un fluir magnético. Son breves. Como las novelas de Aira. ¿Qué te interesó de este ritmo y este formato?
–De las dos cosas no sé qué decir porque no considero haber determinado ninguno de los dos acontecimientos. Los libros se estiran hasta donde den. Creo que se cortan por aburrimiento y ya en la primera página tenés el ADN del libro. No lo sabés vos que lo estás haciendo pero hay como una especie de determinismo que condiciona el progreso de la escritura hasta cierto punto. El progreso de la escritura en extensión, el tipo de escritura, el tipo de historia, la confluencia o divergencia de los personajes, es decir, todo está como encriptado en los primeros párrafos. Eso para mí es un hecho. En cuanto al ritmo, los ritmos siempre varían cuando escribís y tampoco es que decís: ahora acelero, ahora ralentizó.Las velocidades de la prosa –que son muchas y yo no sé cuántas marchas tiene la mía– ocurren también de una manera bastante casual. Hay momentos en que te encontrás acelerando la escritura ya sea por darle velocidad a lo que estás describiendo, capaz no está pasando algo en términos de curso del tiempo en el interior del relato pero sí hay una velocidad descriptiva. Eso puede también generar contradicciones. Vos podés narrar a la velocidad más alta que tengas como persona que escribe un acontecimiento que en tiempo real del drama literario que estás contando dure un segundo. Y sin embargo tener un vértigo desplegado durante varias páginas y también puede suceder al revés. La persona que escribe no sabe muy bien por qué ocurre.
El escritor argentino Juan José Becerra. EFE/Alejandro García
Juan José Becerra básico
- Es autor de los ensayos Grasa (Planeta, 2007), La vaca. Viaje a la pampa carnívora (2007), Patriotas (Planeta, 2009), Fenómenos argentinos (Planeta, 2018).
- También escribió los relatos de Dos cuentos vulgares (2012), y las novelas Santo (1994), Atlántida (2001), Miles de años (Emecé, 2004), Toda la verdad (Seix Barral, 2010), La interpretación de un libro (2012), El espectáculo del tiempo (Seix Barral, 2015), El artista más grande del mundo (Seix Barral, 2017), ¡Felicidades! (Seix Barral, 2019) y Amor (Seix Barral, 2021).
Un hombre y Dos mujeres, de Juan José Becerra (Seix Barrial).
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Pablo Díaz Marenghi
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