Ayer por la noche, St.Vincent y Kim Gordon ofrecieron el poco usual menú de dos artistas de primer nivel en la misma noche en el CC Art Media, por fuera del ya establecido, aceitado y demandado sistema de festivales. Si la concurrencia no fue la esperada no sería el frío ni el horario ni el lugar el condicionante, sino la dura crisis económica que atraviesa el país.
Para la calle Corrientes, aunque sea avenida siempre se le dirá así, el “hubo un tiempo que fue hermoso” ha ido cambiando por épocas y segmentos. Para nuestros abuelos y padres, Corrientes era la que va del 1000 hacia el bajo, del Obelisco al Luna Park, la que incluía el Gran Rex, el Ópera y el Astros, donde interseccionaban por metros el Maipo, la Ideal y el Marabú.
De medio siglo para acá, la que ha prevalecido es la que va desde el Obelisco hasta Callao, con los teatros, las librerías, los “cines arte”, el San Martín, las pizzerías y el eco remodelado de La Giralda y el recuerdo discontinuado de La Paz.
En el último par de años, es el corredor final de la avenida el que parece haber asumido protagonismo. Desde la euforia gentrificada de Chaca-Crespo y la construcción del Movistar Arena hasta la estación de trenes Federico Lacroze y las pizzerías contiguas, incluyendo el Parque Los Andes, todo parece haber revivido, con perdón del cementerio circundante.
Esto, claro está, incluye en el pasillo de nueva bohemia, que no por nada comienza en Atlanta, al CC Art Media (Corrrientes y Dorrego) un centro de shows con una capacidad más reducida que el Movistar y que sin embargo ya adquirió relieve propio.

En la fecha de este jueves 29 de mayo, que como decíamos presentó a la dupla St. Vincent-KIm Gordon, se podría decir que el lugar se redujo a la nominación Corrientes Alterna. Porque lo que las dos mujeres propusieron, una electricidad única y alternativa, tuvo también su diáspora de tensión a partir de dos propuestas literalmente opuestas. Sí, en cambio, concuerdan en su público desacuerdo y militancia anti-Trump.
Kim Gordon: desafiante y segura
Por el lado de Kim Gordon, encajada en el escenario en lo que parecía un contraluz deliberado, lo suyo tuvo más que ver con los comienzos de su propia vida pública. Esto es, la fase en que con Sonic Youth, la banda que forjó junto a su ex marido Thurston Moore y que todavía hoy (a casi tres lustros de su separación) es un vórtice de la Nación Alternativa, se presentaban en lofts y galerías de arte, muy al comienzo de los ‘80.
A los 70 años, la madrina artística de Sofia Coppola entre miles de mujeres que encontraron en ella un role model, luce desafiante, segura y en plena forma.
Ya no es “la chica de la banda”, tal como irónicamente tituló a su autobiografía, sino una mujer que todavía marca tendencia. Su puesta, austera, potente, de ritmos quebrados y explosiones violentas, atraviesa recitados y giros poéticos declamados como quien transita una zona de desastre. Si hubiera un neologismo para su miasma sonora, podría ser el de post no wave.

En su conjunto y potencia en relación a su presentación en banda, su breve concierto de menos de una hora de duración resultó más vivido que su última presentación porteña con Sonic Youth (Personal Fest, 2011), que resultó ser el anteúltimo de una banda en plena desintegración, paralela al de su matrimonio.
Gordon basó el repertorio en su notable último álbum (The Collective, 2024), no hizo concesiones a su pasado ni consideró ser empática con la audiencia que, sin embargo, tuvo todo de ella.
St. Vincent: un talento moderno
En segundo y central turno, St. Vincent, o el proyecto musical de Annie Clark, salió a dar contraste a su telonera. Ella, nativa de Tulsa, Oklahoma, en el año en que Kim Gordon publicaba su primer epé con Sonic Youth, es lo que se dice un talento moderno.
Su show está diseñado y guionado como si tuviera que exponerse a un estadio, incluso si su convocatoria parece haberse reducido luego de la pandemia o si en Buenos Aires la crisis relativiza notablemente su capacidad convocante.

Ella, bella y talentosa, igual lo da todo. Su música tiene un origen preciso en individualidades que reinaban e imponían condiciones cuando le cambiaban los pañales (Kate Bush, Peter Gabriel y David Bowie, por enumerar actos centrales del art rock) y a eso le agrega rasgos hegemónicos, una poco usual forma de tocar la guitarra (según la revista Rolling Stone es la #26 entre los mejores ejecutantes de todos los tiempos) y un amplio sentido del histrionismo.
Por momentos, se sulfura y parece entrar en trance demoníaco, donde parece emular a la preciosa Isabelle Adjani en la película Possession (Andrzej Zulawski, 1981), que dicho sea de paso esta semana se repuso en 10 cines porteños. En otros, baja a cantar con un público fiel y entregado, como ocurrió en New York, una de sus canciones más logradas.

Clark, autora de Cruel Summer, un hit en manos de Taylor Swift, es además una audaz compositora y de ahí que no tema en simular ser maltratada por su bajista antes de pasar a ejecutar Sugarboy, uno de sus temas centrales. Dentro de una canción que parecen estar basada en los Talking Heads de su admirado colaborador David Byrne se sumerge en una de las canciones más concisas y desenfadadas que se hayan escrito sobre las dinámicas de poder de las relaciones.
Así, entre la discreción claustrofóbica e inquietante de Gordon y el histrionismo para las masas de Clark, las Corrientes Alternas, magnitud y sentido oscilaron cíclicamente, sin que nadie quedara pegado.