Federico Fontán y Jiva Velázquez: dos artistas, dos caminos. Este martes 11 de marzo estrenan Ego, una obra para cuatro intérpretes con la dirección de Fontán y el diseño sonoro de Velázquez. Ego habla de la seducción en la adolescencia y sobre la necesidad de la mirada externa como condición para existir. Va todos los martes a las 20.30 en El Portón de Sánchez (Bustamante 1034, CABA).
Federico Fontán (35) nació en la localidad de Banfield y, estudió teatro desde pequeño. Pero además practicaba por su cuenta verticales y otras cuestiones acrobáticas. Su mamá pensó que sería bueno que hiciera gimnasia deportiva: “Si no, este chico se me va a matar”, decía. A los 17 años se orientó hacia la danza.
Después de pensar en la carrera de danza-teatro en el IUNA y cursar durante un período breve la Escuela Arte XXI, ingresó al muy prestigioso Taller de Danza del Teatro San Martín y luego emprendió una carrera como bailarín y creador de danza contemporánea.
Su obra Los cuerpos, compartida en la coreografía y la interpretación con Ramiro Cortez, viajó por el país y el exterior y llegó tan lejos como Budapest, la capital de Hungría.
Jiva Velázquez (29) nació en Asunción del Paraguay y desde los 6 años, como para controlar su actividad física espontánea e irrefrenable, los papás lo enviaron a practicar al mismo tiempo futbol, natación, básquet y danza.
Finalmente, Jiva terminó por elegir la danza; hizo una formación completa de ballet en Asunción y cuando se preparaba para comenzar la carrera de periodismo, Lidia Segni -entonces directora del Ballet del Colón- lo vio en una clase de danza y le propuso ingresar a la compañía.
Allí permanece, haciendo una trayectoria de un brillo poco común y ya con roles de primer bailarín. Para no ir más lejos, en diciembre pasado su interpretación del personaje protagónico del príncipe Solor en La bayadera -encarnada por Rocío Agüero- fue estruendosamente aplaudido.

Una colaboración bajo muchas formas
Pero a pesar de lo distintos de estos caminos, en algún momento los dos artistas se cruzaron y surgieron diferentes modos de colaboración entre ellos. Jiva ha sido intérprete de piezas creadas por Federico y a su vez compuso la música de algunas de ellas. Por otra parte, es músico acompañante de las clases de improvisación de danza que Federico dicta en el Taller del San Martín.
Vayamos a lo más fresco y reciente: a comienzos de este mes de marzo, en el marco de un festival del Gobierno de la Ciudad, Federico Fontán montó una obra preciosa con un grupo de alumnos del Taller de Danza del San Martín en el jardín del Museo Sivori, frente al Lago de Palermo. La música fue compuesta por Jiva.
-Jiva, ¿cómo te formaste en la música electrónica?
-Un amigo del colegio vino un día a mi casa y tocó algo en un pianito mío de dos octavas; me entusiasmó tanto que mis padres me enviaron a clases de piano; fui solo un mes porque el ballet me tomaba mucho tiempo. Pero además me atraía más tocar e improvisar que leer una partitura y practicar escalas.
Y ya en Buenos Aires me interesé por las posibilidades de los sintetizadores; estudié en una escuela de música electrónica y obtuve todas las herramientas para componer este tipo de música infinita.
Federico: Las posibilidades realmente infinitas de esa biblioteca virtual de sonidos le permiten a Jiva, por ejemplo, reproducir artificialmente los sonidos de pájaros que aparecen al comienzo de la obra en el Sívori y que se entrelazan después con la música de Vivaldi.
-¿Y también es importante que Jiva componga a partir de su propia experiencia como bailarín?
Federico: Sin duda. La danza es un lenguaje muy difícil de traducir en palabras. Es algo muy emocional, muy primario. Y desde un punto técnico, si le digo a Jiva: «Viste ese momento en que el movimiento de ella se va cargando de una energía», etcétera”, él entiende perfectamente de qué le estoy hablando. No ocurriría lo mismo con un músico que fuera sólo músico”.

Bailarines y coreógrafos
Federico Fontán, que continúa su carrera como bailarín particularmente en las obras de Mayra Bonard (nota: una de las integrantes del conocido grupo El descueve), se considera hoy más un director que un coreógrafo.
Dice: “Creo que no soy un buen coreógrafo. O al menos, no es lo que me surge más naturalmente. No llego al ensayo con movimientos que pensé previamente, aunque a veces lo hago. Me gusta trabajar con lo que el bailarín trae. Por otro lado, y tomo como ejemplo lo que hicimos en el jardín del Sívori, propongo ideas que ellos elaboran: ‘Es un dúo de amor y el grupo quiere separarlos’. Cada situación se fue armando de esta manera y después yo diseño el espacio y vamos re-trabajando las ideas”.
Y en cuanto a Jiva Velázquez, es un bailarín clásico aunque como coreógrafo su lenguaje es claramente contemporáneo. De hecho, un hermoso dúo suyo fue elegido en primer lugar por un jurado en el Taller coreográfico del Ballet del Teatro Colón en diciembre pasado.
-Jiva, ¿qué representan para vos estos dos lenguajes?
-En el montaje de un ballet de repertorio lo que más te señalan, generalmente, es el error, y hay que esforzarse para mantener siempre la misma forma. En una obra contemporánea el error, en cambio, es una oportunidad. Como coreógrafo, fui cambiando. Trabajé en una primera época con bailarines clásicos, para el Buenos Aires Ballet de Federico Fernández. Y así, mi lenguaje estaba más adaptado a estos intérpretes.
-¿Hay un sufrimiento en vos como bailarín clásico?
-En algunas cosas sí, pero también disfruto de esa exigencia. Estoy lleno de contradicciones: a veces querría no tener que reproducir siempre igual la misma serie de movimientos; es decir, que pudiera introducir otras cosas.
-Pero venís teniendo un enorme reconocimiento por parte del público del Colón.
-Sí, me parece que está ocurriendo últimamente (“es tímido para admitirlo” dice Federico).
-Federico, ¿cuál es tu relación con el ballet clásico?
-Fuera de las clases de ballet que tomaba en el Taller del San Martín, me sentía muy lejos de él. Incluso un poco peleado. Pero después comencé a trabajar con bailarines clásicos y fui acercándome; incluso empecé a ir al Colón y de pronto, ¡me transformé en un balletómano!